La pelirroja mira asqueada como su hermano y la novia de este intentan comerse a besos, no entiende cómo a Miles le sigue pareciendo atractiva a pesar de su abultado vientre; solo faltan dos meses para que esa criatura llegue a invadir su mundo, como si la presencia de su madre no fuera suficiente intromisión.
Trata de fijar su atención en el periódico que tiene en las manos, pero los leves gemidos que vienen del sillón de enfrente la desconcentran.
— Si quieren me voy para que puedan... terminar —dice fastidiada. Los otros dos se separan.
— Lo siento —se excusa el rubio mientras su novia enrojece.
— De cualquier forma me voy. —Se levanta y se encamina a la puerta.
— No tienes que hacerlo, además es muy tarde para que andes por ahí tú sola —comenta la pelinegra preocupada.
— No me pasará nada, Cristhi —contesta concentrando en su voz los pocos gramos de dulzura que hay en su persona.
— Cariño, por favor acompáñala. —El chico no se hace de rogar y sale con su hermana. Caminan en silencio un par de cuadras hasta el edificio donde vive ella. El ojiverde la observa mientras abre la puerta.
— ¿No te cansas de estar siempre sola?
— Hace unos meses había alguien que me esperaba al llegar a casa. —Miles abre mucho los ojos, pero antes de que pueda decir algo la chica le cierra la puerta en la cara.
Se sentía extraño caminar por la calle con alguien abrazándola por la cintura, pero era de esas pequeñas concesiones que le otorgaba a Mario, y a cambio él le hablaba al oído y la hacía reír. Se sentía bien estar así, ese chico la hacía sentirse bien.
Según Mario la relación marchaba sobre ruedas, si bien Annie era difícil y a menudo tenía que negociar con ella cosas tan simples como tomarla de la mano o besarla, ver cómo después se entregaba a él de manera casi inocente, como sabía no había hecho con ningún otro, valía la pena.
— Te amo, Annie —dijo entre besos cuando estaban sentados en el sofá de casa de ella—. ¿Tú me amas? —La chica se paralizó, bajó la mirada y sus mejillas se colorearon; le encantaba hacerla perder la compostura que siempre mantenía con la mayor dedicación.
No esperó la respuesta y volvió al ataque besando sus labios y su cuello. A ella le gustaba esa forma de apoderarse de su mente, haciendo que se olvidara de lo que pasaba, del tiempo e incluso de ella misma y su coraza de acero.
El timbre del intercomunicador de la puerta del edificio la despierta, malhumorada se levanta a ver quién es y qué quiere, pero no cabe en sí del asombro al oír una voz muy familiar al otro lado. Baja las escaleras corriendo y al abrir la puerta se encuentra a un pelinegro totalmente ebrio y con los ojos rojos e hinchados.
— Annie —murmura y avanza hacia ella tambaleándose hasta usarla como punto de apoyo. La pelirroja siente algo muy inusual en ella (eso que algunos llaman compasión, otros quizá digan que es amor) y lo ayuda a subir, casi a rastras, hasta acostarlo en el mueble, desde el cual la observa algunos momentos murmurando cosas inteligibles sobre ella, sobre él, sobre amor, quién sabe, hasta que se queda dormido.
La chica de ojos plata aprovecha para contemplarlo, parece tan sereno. Con una mirada triste acaricia su cabello y le da un suave beso en los labios.
—Lamento no haberte dicho que te alejaras de mí a tiempo —susurra y vuelve a su habitación a ver el techo por varias horas.
— Escalera de tréboles —dijo la pelirroja feliz. El chico sonrió con superioridad.
— Flor imperial —respondió mostrándole sus cartas, ella bufó.
— No entiendo para qué sigo jugando si siempre me ganas. —Se encontraban sentados en el piso del departamento, uno frente al otro.
— A ti te gusta que te gane.
— Ya no, me quitaste la mitad del sueldo de esta quincena —respondió mientras recogía las cartas. Se estiró y vio el reloj, 10:20 P.M. ¿Cuánto tiempo llevaban jugando? —. Es tarde, será mejor que me vaya a dormir.
— ¿Puedo... quedarme? —Preguntó tímidamente, ella lo miró alzando las cejas—. Sabes que vivo del otro lado de la ciudad, no tengo auto y no sé cómo haría para llegar a esta hora.
— De acuerdo, puedes quedarte —dijo con algo de fastidio.
Se dirigió a su cuarto bostezando, sacó su pijama y se quitó la camisa, giró la cabeza y encontró a una mirada chocolate espiándola.
— ¡Largo de aquí! —gritó lanzándole una almohada. El chico salió riendo. Se cambió de ropa y se metió en la cama. Ya se estaba adormilando cuando sintió otro cuerpo junto al suyo, dio la vuelta y se encontró con el chico mirándola con ojos enamorados.
— ¿Siempre duermes sin camisa?
— En general duermo sin nada, pero no creo que te guste. —Hubo un momento de silencio en el que Annie recorrió con un dedo la cicatriz que él tenía en el costado.
— ¿Qué te pasó?
— Cuando era niño peleé con un chico de la escuela, me empujó y aterricé sobre una lámina de zinc que estaba mal puesta, tuvieron que ponerme puntos. ¿Y tú? ¿Cómo te hiciste las marcas que tienes en la espalda?
— Mis padres murieron cuando yo era muy pequeña, quedé a cargo de mi tío y él me golpeaba. —Mientras hablaba el pelinegro había comenzado a acariciar su cabello.
— Mi madre nos abandonó, un día hizo sus maletas, salió por la puerta de la cocina y nunca volvió.
Se quedaron en silencio, no necesitaban compasión y lo sabían, con contarlo era suficiente. La pelirroja fue la primera en dormirse, con la cabeza apoyada sobre el pecho del chico, él no tardó en seguirla. La primera noche que durmieron juntos, más que desnudar sus cuerpos, desnudaron sus almas.
Sale del cuarto y encuentra que el chico aún duerme, ronca levemente, había olvidado que lo hacía, y que le gustaba. Se encamina a la cocina y prepara el desayuno, se asegura de hacer suficiente café para cuando despierte, lo necesitará. Piensa que en cualquier momento puede aparecer Miles pidiendo que le explicara lo que dijo anoche y si lo encuentra durmiendo ahí es capaz de echarlo a patadas o peor, siempre ha sido demasiado sobreprotector, o quizá sea más adecuado calificarlo de celoso, pero esos dos chicos son los únicos que han tratado de protegerla, así que ella no ve la diferencia.
Después de la primera vez que se entregó al pelinegro amaneció con él abrazándola por la cintura y la parte baja de su cuerpo entumecida. Ya era costumbre tenerlo ahí, pasaba más tiempo en ese departamento que en su propia casa y lo de la noche anterior era una consecuencia predecible. Le hubiera gustado quedarse así, sintiendo que él la amaba y que la protegería de todo. Le hubiera gustado, pero era imposible, era demasiado parecido a Miles, ambos eran egoístas y no la compartirían, y a la hora de la verdad ella había escogido al rubio, a su hermano por encima de su (único) novio.
Mario entra a la cocina avergonzado.
— Lo siento, no sé qué pasó, hacía tiempo que no pensaba en ti, pero anoche salí de fiesta y cuando fui a pagar encontré una foto tuya en mi vieja billetera y supongo que bebí más de la cuenta. —La chica no responde, se limita a extenderle una taza con café e invitarlo a sentarse mientras aún tiene el plato del desayuno, vacío, frente a ella—. Te amo, Annie, lamentablemente te amo, aunque solo tengas ojos para él.
— Tú fuiste el primero y él único en mi vida, pero ya te di todo lo que podía darte.
— Solo necesito que estés conmigo.
— Estoy rota, Mario, si te quedas acabarás tan roto como yo.
— Ya lo estoy.
— No, si lo estuviera no podrías amarme como lo haces—dice y da por concluida la conversación dirigiéndose a la entrada, él la siguehasta la puerta del edificio. Antes de irse se inclina y roza sus labios, estavez la despedida es definitiva y ambos lo saben. Se aleja, ella lo ve partirhasta que se pierde en la distancia. Gira la cabeza y encuentra al rubioobservándola, cierra la puerta y regresa a su departamento para volver aintroducirse en su cama.

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Algo de Ternura
Ficção GeralDos jóvenes sentados uno frente al otro en un restaurante. La pelirroja le murmuró al mesero "Lo de siempre" y el ojiverde se revolvió el cabello, la chica lo miró expectante. - ¿Y bien? - Es una tontería - La última vez que dijiste eso casi nos cue...