Algo de libertad

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—Creo que estoy enamorado —exclama Nathaniel nada más cruzar la puerta, la pelirroja, sentada en la sala, se escuda con su libro.

—En este momento no podemos procesar su llamada por favor deje un mensaje después del... ¡Auch! —Se queja, luego de recibir el impacto de un cojín en su cabeza.

— ¡Qué insensible eres!

—No, tú eres demasiado sensible.

—Como sea, se llama Cristian —cuenta empujándola hasta quedar sentado a su lado en el pequeño mueble.

— ¿Sabes? Ahí hay un sofá para tres personas ¡Este es para una!

—Me lo presentó un amigo de Gabriel —prosigue, ignorando el comentario—. Trabaja como diseñador gráfico. Es muy inteligente y, no sé, original, único.

—Creo que ese es un requisito para su profesión. ¿No hay forma de librarme de ser tu confidente sobre temas amorosos? —interroga intentando levantarse, sin éxito.

—No, eres la única amiga de verdad que tengo y te lo he contado por años.

—De ahí el porqué no quiero oírlo —murmura, poniendo los ojos en blanco. El rubio hace un puchero, la chica de ojos plata lo fulmina con la mirada, sabe que la está manipulando, pero no puede evitar ceder ante su expresión—. ¿Decías que crees estar enamorado de Cristofer?

—Cristian.

— ¿De Cristian? —remienda con fastidio.

—Sí, es el chico más increíble que he conocido.

— ¿Y desde hace cuánto se conocen?

—Desde ayer. —La chica suspira—. Pero nos volvimos a ver hoy y lo invité a comer mañana. No sé, quizás se vuelva algo serio —dice ilusionado.

—Nath... ¿No crees que, tal vez, tus relaciones no funcionan porque vas demasiado rápido? Te enamoras sin conocer verdaderamente a las personas.

— ¿Consideras necesario conocer todo sobre una persona para amarla?

—No, considero que no sabes si realmente amas a una persona hasta conocer todo de ella.

—Así quizás me quede soltero de por vida.

— ¿Necesitas una pareja para ser feliz? —pregunta antes de darle un empujón que lo hace caer del mueble, dejándola libre.

— ¿Tú podrías ser feliz sola? —cuestiona, acostado en el piso.

—No estoy sola, y tú tampoco, tonto —contesta encaminándose a su cuarto—. Por cierto, no esperes que sea amable con el nuevo amor de tu vida —añade antes de cerrar la puerta.

Annie se miró en el espejo, se veía tan rara... un vestido negro, con falda ligeramente acampanada, adornado con encajes y un escote demasiado profundo para su gusto; pantimedias, zapatos de tacón y guantes, muy delicados, negros también, al igual que sus sombras y delineador de ojos. Lo único colorido del conjunto eran su cabello, lápiz de labios y un medallón, estos últimos de un rojo intenso. Apenas se reconocía. Maldijo el momento en que Nathaniel la convenció de vestirse así para servir de modelo a su novio pintor.

—Tenía que necesitar el estúpido dinero —murmuró entre dientes, recordando lo costosa que era la medicina que quería regalarle a uno de los niños del preescolar, que se encontraba muy enfermo. Le dio un último vistazo a su atuendo y salió.

Afuera la esperaba el rubio junto a un chico moreno, quien parecía entusiasmado, a diferencia del primero, quien apenas la vio hizo una mueca.

Algo de TernuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora