HORROR Y CULPA

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 El día sábado antes de una nueva clase de catequesis, se ofició una misa a la que asistió casi todo el pueblo. Solo unos cuantos niños se las arreglaron para escabullirse y se fueron a jugar al bosque. Entre ellos estaba Domingo. Ángel trato de arrancarse también pero su hermana Katia no lo permitió. La niña oyó atentamente la misa y obviamente no creía una sola palabra. Dios no había salvado a su mejor amiga, había sido ella gracias a la sangre de los vampiros.

El mismo monje Efraín, el que los había llamado Monstruos, era el que oficiaba la misa. Ángel pensaba que era a ellos a quien se les debía dar las gracias, y no tenerlos encerrados y encadenados, no eran malos, solo diferentes y ni tanto, pues su padre y sus hermanos bebían sangre bastante seguido y nadie los había encerrado en una prisión, o los torturaba.

Perdió interés en cuanto empezaron los cánticos, miró hacia otro lado esperando que terminara pronto lo que para ella era una gran farsa. De reojo vio algo al fondo de la capilla al dar vuelta la cara. Miró con más atención y vio a los hombres extraños y a los cazadores. Se dio vuelta en seguida. Quiso mirarlos de nuevo, pero tuvo miedo de que fijaran su atención en ella.

Los vampiros le habían aconsejado bajar la vista cuando su mirada se pudiera topar con la de ellos. Ángel ya sabía lo que pasaba con sus ojos, le había costado creerlo, pero al llegar a casa hizo la prueba y comprobó que era cierto. Los vampiros le confesaron que tampoco habían visto algo así antes y esto solo había asustado más a Ángel, pero ellos le dijeron que no habría problema si ella aprendía a mantenerse en calma y a darse cuenta cuando sus ojos estaban por cambiar.

Ángel empezó a respirar hondo hasta que se calmó, sabía que el color de sus ojos había vuelto a la normalidad, pero decidió seguir mirando hacia abajo.

Al terminar la misa los niños se quedaron para sus clases de catequesis, les quedaban solo un par de clases más. Ángel no prestó mucha atención, aunque si participó. Antes creía todo lo que oía de las monjas además de lo que le decía su familia. Ahora solo tenía dudas, incluso se preguntaba si realmente existía Dios.

Gracias a los vampiros sabía que dos de las monjas, no lo eran en realidad, sino cazadoras disfrazadas.

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Solo sus primos pudieron salir a divertirse después de almuerzo, su madre se sentía mal nuevamente y Katia no estaba para cuidarla, durante las últimas semanas demoraba más que de costumbre en el mercado. Estuvo todo el día en la casa pendiente de su madre y obedeciendo a los abusivos de sus hermanastros. Al llegar la noche estaba muy cansada. Ni siquiera quiso cenar, ni aun así se salvó de lavar la loza y dejar todo ordenado. Incluso tuvo que fregar el piso de la cocina y los escalones de la entrada. Se acostó casi a la media noche, no daba más. Al otro día su padre la levantó temprano para que fuera a las siembras con su hermana y uno de sus hermanos a cosechar verduras frescas para la cena. Había invitado a los monjes y a otras personas del monasterio.

Ángel se incorporó enseguida al oír esto y se levantó para seguir a su padre por el pasillo haciéndole preguntas acerca de los invitados.

Él le dijo que eran dos hombres de la ciudad. Muy religiosos, casi santos según había oído decir a los monjes. Ángel se devolvió a su cuarto con el corazón a punto de salir de su pecho. Se vistió enseguida y fue al potrero con sus hermanos mientras su padre y sus otros hermanos carneaban un novillo en honor a los invitados que tendrían. Al volver vio el animal destazado sobre una mesa y le preguntó a su padre si podía darles la sangre a los perros. Vio aquí una nueva oportunidad para llevarles sustento a sus amigos, pero no sería fácil, tenía miedo de la visita de aquellos hombres a su casa, quería hablar con los vampiros por si es que ellos sabían de qué iba el asunto. Le insistió a su padre una y otra vez para que le diera permiso para ir a jugar un rato, o ir a darles la sangre a los perros, finalmente su padre terminó perdiendo la paciencia y le dio una fuerte bofetada cerca del ojo. Después de esto le gritó que fuera a darles la sangre a los animales y se perdiera por un par de horas. Ángel salió de casa con los dos baldes y ocultó uno cerca del río. Se las arregló para que su padre no la viera al regresar y consiguió permiso para ir a jugar antes de almuerzo. Apenas se internó en el bosque corrió hacia los bambúes. Les dio rápidamente la sangre a los vampiros y decidió a último minuto no decirles nada de lo que pasaría en su casa, no quería preocuparlos. Ellos le preguntaron le había pasado en la cara, tenía medio morado alrededor de su ojo. Ella contestó que había sido un accidente. Ellos no dijeron nada, sabían lo que le había pasado y sabían el poco amor que su padre y sus hermanos sentían por ella, y a diferencia de Ángel, ellos sí sabían la razón.

LA NIÑA Y LOS MONSTRUOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora