XLII. Las Elecciones

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Una tarde, cuando entrábamos al patio de la casa, Polly salió a nuestro encuentro y dijo: 

—Jerry, ha venido el señor B... a pedir tu voto, y quiere alquilar tu coche para las elecciones; volverá para que le des una respuesta. 

—Pues bien, Polly, ya puedes decirle que necesitaré el coche para otro asunto; no quiero que lo llenen de grandes anuncios, y en lo que a Capitán y a Jack se refiere, obligarlos a correr de taberna en taberna para recoger a votantes medio borrachos, me parece un insulto para los caballos. No, no lo haré.

—¿Debo suponer que votarás por este caballero? Dijo que él coincidía contigo en política. 

—En algunas cosas sí, pero no votaré por él, Polly. ¿Sabes cuál es su oficio? 

—Sí. 

—Pues un hombre que se enriquece con ese oficio puede estar bien en algunos aspectos, pero no puede saber lo que quieren los trabajadores. En conciencia, no podría mandarlo a que redactara las leyes. Me parece que se enojarán conmigo, pero cada hombre debe hacer lo que crea mejor para su país. 

La mañana antes de las elecciones, Jerry me estaba enganchando al coche de punto cuando Dolly apareció en el patio, llorando, con su vestido azul y su delantal blanco manchados de fango. 

—Pero ¿qué ocurre, Dolly? 

—Esos chicos malos —sollozó— me han tirado fango y me han llamado hara... hara... 

—La han llamado harapienta azul, padre —dijo Harry, que acudió corriendo muy enfadado—, pero les he dado una buena; ya no volverán a insultar a mi hermana. Les he dado una paliza que recordarán. ¡Vaya pandilla de canallas naranjas, cobardes y granujas! 

Jerry besó a la niña y dijo: 

—Vuelve corriendo con tu madre, pequeña, y dile que creo que es mejor que te quedes hoy en casa con ella para ayudarla. 

Luego se volvió hacia Harry, y le dijo en un tono serio: 

—Hijo, espero que defenderás siempre a tu hermana, y le darás una buena paliza a cualquiera que la insulte, como debe ser. Pero recuerda que no toleraré que se hable de estos canallas y de estas elecciones en mi casa. Hay tantos canallas azules como naranjas; y tantos blancos como morados o de cualquier otro color, y no toleraré que nadie de mi familia se vea envuelto en ello. Incluso las mujeres y los niños están dispuestos a pelearse por un color, y muy pocos saben lo que significa. 

—Pero, papá, yo pensaba que el azul significaba la libertad. 

—Hijo mío, la libertad no tiene que ver con ningún color, estos sólo simbolizan a los partidos; y toda la libertad que puedes conseguir de ellos es la libertad de emborracharte a costa de otros, libertad de ir a las casas de apuestas en un viejo coche de punto mugriento, libertad de abusar de cualquiera que no lleve tu mismo color, y la libertad de quedarte ronco vitoreando algo que ni siquiera entiendes del todo. ¡Esa es la libertad que te dan! 

—Papá, tú debes estar bromeando. 

—No, Harry, estoy hablando en serio, y me avergüenza cómo siguen actuando algunos hombres, cuando saben cómo están las cosas. Las elecciones son un asunto muy serio; por lo menos, así debería ser, y cada hombre debería votar según le dicte su conciencia, y dejar que su vecino haga lo mismo.

Belleza NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora