Capítulo 2

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No tengo nombre.

Llegué al mundo hace muchos años, al rededor del siglo XVII, de una manera un tanto especial. Quiero decir, no como soléis llegar los humanos, si no, llamado por un humano. Yo era viento, un viento cálido que se paseaba por el mundo haciendo feliz a la gente con solo pasar delante, sin ningún deber ni obligación...Hasta que la ví.

Una adolescente hermosa, sentada en lo alto de una de las torres de un castillo. Su cara estaba mojada. De los muchos lugares por los que yo había pasado, nunca había visto nada igual. Tenía la mirada distante, perdída en el infinito. Sus manos sujetaban un pequeño retrato en el que salía un chico muy serio cruzado de brazos, y a su lado se encontraba ella, abrazandolo con una sonrisa radiante. Lo miró de nuevo y lo dejó a un lado. Cerró los ojos...y saltó.

En el momento que tocó el suelo, una especie de humo negro salió de su cuerpo y me envolvió. Cuando abrí los ojos me notaba raro. Observé mi indefinida figura y me asombré, solía tener un color transparente, en ese momento, en cambio, era un poco más espeso. Volví a mirar la escena que se desarrollaba debajo mío. De repente todo lo que antes era felicidad, alegría, entusiasmo...había sido substituido por tristeza, ira y desesperación.

Desde aquél día todo sitio por el cual pasaba se veía sometido a las mismas consecuencias que el de la chica del castillo.

Me dí cuenta de lo que era, no me agradó nada, pero, uno no puede cambiar lo que és. Al igual que yo no pude dejar de ser un neblinoso viento que se dedicaba a acumular en mi interior el dolor emocional de la gente.

Siglo XIX, Hubert Cecil Booth, ese era el nombre de la persona que me encarceló. Sabía de mi existencia y podía hablar conmigo. Sin embargo, aquello no me tranquilizaba en absoluto. Decía que estaba harto de mí, que por mi culpa la gente sufría. Yo siempre le contestaba lo mismo "lo habrían hecho de todas formas". Lo único que yo hacía era alimentarme de su tristeza.

Durante un par de meses dejé de verlo, ya no me llamaba. Seguramente habría muerto por acercarse a mí. La cosa cambió cuando un día, preocupado fui a buscarle.

Estaba en el salón de su hogar, y a su lado se hallaba una gran figura, hueca en su interior. Me enseñó un artefacto que había inventado, lo llamaba "aspiradora", era un actefacto que, gracias al viento, almacenaba cosas en su interior. Me preguntó que si podía ayudarle a hacerlo funcionar y felizmente acepté. Pero mi suerte fue poca, más bien ninguna, porque lo enchufó y en cuestión de segundos yo estaba dentro de la figura. En la "aspiradora" había un tubo que llegaba hasta un pequeño agujero en el interior de la estatua, yo pensaba que era parte del invento, pero me equivocaba. Era un trampa, y yo había caído de lleno en ella.

La Catedral De Los SuicidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora