Julio del 79
Dani me cae genial, es como mi alma gemela, no les he contado nada de él a mis tíos porque no me dejan hacer amigos que ellos no conozcan, pero me da igual, porque Dani me hace feliz, ya no tengo en cuenta a mis tíos, me dan igual.
Una tarde estábamos leyendo sentados en un pequeño banco de un parque cuando pasaron dos muchachos, supuse que tenían unos 20 años, eran muy altos y de complexión atlética. Uno de ellos se fijó e mí y le dijo algo al compañero que no pude descifrar, se acercaron a paso ligero hacía nosotros, yo me puse de pie para decirles a la cara que los había visto como me miraban y se reían pero no me dieron tiempo, me calzaron un puñetazo y me tiraron al suelo, allí me cosieron a patadas e insultos varios.
Yo miraba a Dani para que reaccionase y les dijera algo a los dos muchachos pero él lo único que hacía era mirarme fijamente negar girando la cabeza de un lado a otro.
Cuando cesó la brutal paliza Dani ya no estaba y yo me fui corriendo hacia casa.
Fue una de las noches más largas de mi vida, o entendía nada de lo que había sucedido aquella tarde.
En las clases las cosas cada vez van peor, no me gusta estudiar, sé que es importante, que es necesario, pero me parece cada vez más una pérdida de tiempo, ir repitiendo las cosas que se han estado repitiendo mucho más tiempo atrás.
Porque somos números, rapidez, ya no importa que no tengas motivación para estudiar, que pases una mala racha o que te esfuerces para sacar una notaza, al final todo se basa en tener la mayor capacidad en memorizar, para, al día siguiente borrarlo todo, como simples máquinas a las que se las instala un nuevo programa.
Nadie va a pensar en mi futuro si no lo hago yo, pero yo prefiero pensar en mi presente, total, futuro no creo tener.
Y quién iba a decir que Enero caía en verano.
Agosto del 79
Hace dos semanas que no veo a Dani, me preocupa que le hay pasado algo malo o que lo esté pasando mal.
Esta mañana he vuelto a la librería, he estado esperándole todo el día, pero no ha aparecido.
Me disponía a irme ya a casa, cuando le he visto rodear una esquina con otros dos muchachos y una chica, debían tener aproximadamente mi misma edad, no parecían mucho mayores que Dani y que yo, me acerqué a ellos para saludar a Dani y preguntarle si le pasaba algo y porque había desaparecido durante tanto tiempo.
Él se apartó y me dijo que me fuera, yo le pregunté que qué había hecho para que me tratase así. Me dijo que no quería ser amigo de un saco de lágrimas, que se negaba a hacer del padre que nunca tuve, que no quería hacerse cargo de nadie, que cuando me pegaron no me levanté para defenderme, y mucho menos iba a hacerlo con otro que no fuera yo.
Me quedé de piedra, no sabía cómo reaccionar, pero no volví a quedarme parado y ver cómo me dejaba pisotear otra vez, le dije que si no me había levantado fue porque no le veía sentido, cómo mucho iba a devolverlo unos cuantos puñetazos y eso, no iba a cambiar el daño que ya me habían hecho.
Yo a eso no le llamaba defensa, para mí eso era venganza.
Septiembre del 79
Todos empezaban las clases el día 20, yo no, básicamente porque no había dejado a asistir a ellas, mis tíos me tenían apuntado todo el año en una academia para reforzar lo que íbamos dando en clase por las mañanas.
Así que, la tristeza y la desilusión que todos sentían cuando se acercaba la fecha y debían ir a clases yo la sentía todo el año.
Ya no me gusta escribir tanto, no me apetece sentarme y pensar, ya no lo disfruto, no tengo motivos para seguir escribiendo y tampoco tengo porqué.
Hacía varias semanas que no iba al psicólogo, iba a otros sitios que me interesaban más que sentarme en un sillón en el que se habían sentado cientas, quizá miles de otras personas mejores o peor que yo y que le habían contado las mismas historias que las mías, mejores o peores.
Al final fui, sólo para que no avisara a mis tíos de que llevaba 4 semanas sin aparecer, le conté lo que me había pasado con Dani, le dije que al principio me parecía un muchacho genial, que me entendía y no me juzgaba, y creía que por fin había encontrado una verdadera amistad.
Me llamó iluso, me dijo que cómo podía haberme creído todo eso, que por algo mis tíos me tenían dicho que sólo hiciese amigos que ellos conocían, que eso me pasaba por desobedecer.
Me puse de pie, cogí mi chaqueta y me marché dejándole con la palabra en la boca.
Di un portazo, el mayor portazo que había dado en toda mi vida.