CAPÍTULO I

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¿Nunca te has despertado con la sensación de que hoy va a pasar algo grande? Pues ese día me estaba pasando.

Mi telefóno sonó y, en un intento fallido de cogerlo, me caí de la cama.

Conseguí deslizar el botón de llamada casi al mismo tiempo que una voz estridente y familiar salió de mi teléfono.

— ¡VALERIE! — El chillido me sobresaltó y separé la oreja del teléfono. Debería decirle a Sarah que pruebe a hacer ópera.

Gruñí a modo de respuesta.

— Ese gruñido significa que molesto. — Pausa que utiliza, me imagino, para pensar o para reírse.— Nuestra princesita tiene una crisis emocional. ¿Te puedes acercar a mi casa un momento?

Suspiré lo bastante fuerte como para que me oyera y respondí:

— De acuerdo, dame 20 minutos.

Salí de la cama y me arrastré por el suelo de mi habitación hasta el armario. Es en estos momentos de contacto con el frío suelo cuando me arrepiento de no haber puesto una moqueta.

Cogí unos vaqueros y una sudadera gris demasiado grande para mi cuerpo de hobbit y salí de la habitación a salvar a la doncella en apuros.

Agarré un donut de la encimera de la cocina y mientras lo engullía cogí las llaves del coche.

Bajé las escaleras dando brincos y vi al perro de mi vecina de enfrente en el portal. Era un bulldog francés blanco y negro que cada vez que me veía sacaba la lengua y me "sonreía". Al pensar en ello me pregunté si algún animal llega a sonreír de verdad.
¿Qué estaba diciendo? Ah, que el perro me tiene manía. Exactamente todos los miércoles a las 6 de la tarde me mea en el felpudo de la puerta. Supongo que la señora Rosewood lo lleva de paseo a esa hora y le tiene una dieta un tanto peculiar.

Al salir por la puerta me dí cuenta de las cosquillas que sentía en el estómago desde que me desperté con aquella sensación. ¿Hasta cuándo duraría? ¿Y por qué me hacía todas estas preguntas?

Después de cinco largos minutos buscando las llaves en mi bolso, pulsé el botón y se abrieron las puertas de mi precioso Mini negro aparcado en mi plaza (que, por cierto, pagué con los ahorros que ganaba trabajando en el café de la tía Lilly).

En Londres hay bastante tráfico y tardé un buen rato en intentar sacar el coche. Por el retrovisor observé como dos niños pequeños entraban en el Starbucks que está en el edificio al lado del mío. ¿Por que les gustaba tanto esa cafetería? Siempre estaba abarrotada y tenías que esperar por lo menos diez minutos para conseguir un café latte que en la pequeña cafetería de la esquina te servirían en la mitad de tiempo, y a la mitad de precio.

Toqué el timbre de la casa de Sarah y en menos de un minuto apareció en el umbral de la puerta.

— Está arriba. Coge el helado. Yo iré a por la película.

En la casa de Sarah los gritos eran más fuertes, y sumándolos a que su gato me rasguñaba las piernas en la entrada, la cosa empezaba bien.

Sarah llevaba recogido su pelo rubio en un moño alto en el cogote, lo que de alguna manera hacía destacar el gris de sus ojos.

Llevaba puesto un pantalón de chandal gris y una camiseta blanca con el logo de Nirvana en negro.
Era asombroso como su estilo variaba de vestirse increíblemente bien cuando salía a ponerse lo primero que veía en casa.

Es intensa al demostrar sus sentimientos, es decir, no tiene término medio. Si está triste, llora. Si está feliz sólo le falta el arcoíris detrás y la purpurina. Además, es agresiva y psicópata, y algunas veces llega a dar miedo. Pero dejando eso de lado es tierna como un corderito. ¿He dicho ya que es MUY bipolar?

Are you human?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora