CAPÍTULO II

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Perdí la noción del tiempo mirando en la dirección en la que se fue. Tenía el pulso a mil por hora por su lejana cercanía y sus increíbles ojos permanecían en mi mente con una intensidad sobrehumana. Bajé por el ascensor con la mirada aún en la dirección en la que había huído.

Ya en mi piso me metí en la cama y me asusté con el ruido de la ruedecita de Tyrion. Cerré los ojos e intenté conciliar el sueño, pero mis pensamientos se iban al extraño chico de la azotea.

No supe con certeza cuándo me había dormido hasta que los rayos del sol me cegaban a través de las cortinas. Reanudé mi rutina habitual matutina de levantarme gruñendo de la cama y pasarme con el café. Tyrion chillaba pidiendo comida, así que le coloqué un trocito de manzana en la rejilla de su jaula. Se la engulló en menos de un minuto mientras yo lo observaba con el siguiente trozo de manzana, preparada para ponérselo en su jaulita.

Fui a mi habitación y me dispuse a ponerme el uniforme del trabajo, el cual estaba en la cima de mi monte Everest personal (la silla llena de ropa de mi escritorio). Miré el reloj y supe que llegaba tarde, así que salí corriendo de mi piso después de lavarme los dientes.

Crucé la calle y giré la cabeza hacia la gasolinera, para ver al chico guapo que trabajaba allí. Tenía un enorme tupé rubio que forzaba a manosearlo. Sus ojos eran azules y tenía los labios carnosos y rosados. Brent ya lo tenía fichado, como no.

Me dirigí hacia la tienda de animales en la que trabajaba, ya que era lo más cercano que tenía a mi carrera de futura bióloga. Había entregado mi currículum en dos lugares: la frutería que había dos calles más abajo y la tienda de animales que había a la vuelta de la esquina. Adoraba demasiado los animales como para aceptar la primera.

Aparté la mirada del cliché andante y abrí la puerta de la tienda. Instantáneamente oí el familiar tintineo de las campanitas de encima de la puerta. Susan (mi jefa) se encontraba detrás del mostrador, donde se encontraban expuestos los accesorios para perros. Me dedicó una amable sonrisa a la que estaba acostumbrada.

- Buenos días Val, hoy toca cambiar el agua de las peceras.

El resto de la mañana entraron varios clientes en busca de comida para sus mascotas y también un niño que buscaba un pececito para reemplazar la pérdida del suyo. Se llevó uno naranja con una colita blanca.
Acabé mi turno a las dos y me despedí de Susan para dirigirme a casa.
Subí a mi apartamento y me hice unos spaguettis con queso, me di una ducha fría y me puse algo cómodo y calentito para pasar la noche en la azotea. Mi instinto cotilla me decía que debía informarme más acerca de aquel chico.

Aquella noche no lo vi. Ni la siguiente. Ni en los siguientes tres días.

Sí, vale, parezco una acosadora, pero nací siéndolo. Recuerdo que de pequeña espiaba a la vecina para ver qué veía en la televisión.

¿Qué se supone que estaría haciendo un chico saltando por las azoteas de Londres de noche? ¿Parkour? ¿Eso es ilegal, no? Si la azotea no es tuya...

Bueno, en cualquier caso, puede que no vuelva por aquí, sería lo normal. Y yo debería estar calentita en mi sofá viendo de nuevo la última temporada de Friends, y no viniendo a la azotea para comprobar si suelen pasar por aquí muchachos a practicar salto de longitud.

Pero, ¿y si vuelve? Quizá debería esperar un ratito más... solo por si acaso.

Como dice mi abuela: una Sumpter nunca se rinde.

Eran las 10 cuando el timbre de mi apartamento comenzó a sonar una y otra vez imitando la banda sonora de Star Wars.
Solo había una persona que hacía eso.

Brent.

Abrí la puerta y ahí estaba, en el umbral de la puerta con Sarah.

— ¿Tienes que hacer eso cada vez que tocas un timbre?— Protestó Sarah rodando los ojos y entrando en mi piso.

Are you human?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora