CAPÍTULO III

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No había huído. Era un buen comienzo.
Le miré a los ojos y titubeé:

— Em, hola. Soy... Soy Val. ¿Cómo... te llamas?— Balbuceé.

— Eh... Yo... Hadel.

Sus ojos dorados brillaban con la luz del pequeño farolillo de la azotea. De alguna forma, reuní el valor suficiente para dar un paso hacia él y extender mi mano.

— Encantada de conocerte, Hadel.

Él se quedó mirando mi mano, como evaluando sus opciones entre salir corriedo o cogerla. Después de unos instantes que me parecieron larguísimos, se adelantó hacia mí y estrechó mi mano con la suya. Su piel era increíblemente suave para las manos grandes y fuertes que tenía. Sus ojos seguían brillando.

— Lo... Lo mismo digo, Val.

Noté cierto nerviosismo en la rigidez de sus hombros y su titubeo al hablar. Llevaba un gorro negro que le tapaba las orejas y dejaba al descubierto un mechón de su oscuro cabello.

— Bueno, Hadel, ¿y cómo has llegado hasta aquí?— Dije dirigiéndome hacia el borde de la azotea para sentarme, hice un amago con la mano para que se sentara a mi lado.

Hadel pareció vacilar, pero se quedó frente a mí, de pie, mirándome.

— ¿Por qué...— Suspiró fatigado. —¿Por qué estás haciendo esto?

Hizo un ademán con los brazos exponiendo la situación. Llevaba temblando desde hace un rato, asimilando que él me estuviera hablando. Intenté parecer lo más sociable posible.

— Bueno, supongo que debería conocer al chico que me ha arroyado días atrás y que se pasa las noches saltando edificios, ¿no?— Sonreí.

— Deberías hacerlo. —Bajó la cabeza y se sonrió a si mismo.— Pero eso no significa que te vaya a contar mi vida. No confío en ti.

Eso fue como un puñetazo en la barriga, pero lo entendí.

— Mirando el lado bueno, ¡me estás hablando! —Intenté no parecer dolida.— Y eso es un gran avance, teniendo en cuenta que han pasado cuatro días desde que te vi.

— Bueno, que te esté hablando ahora mismo no significa que vaya a seguir haciéndolo en los próximos instantes.— Se sentó a mi lado con un silecioso y ágil movimiento y volvió a sonreír.
Parecía un gato cuando se movía.
Grácil y rápido.

El destello amarillo se había ido. Supongo que ahora estaba tranquilo.

— Estamos en pleno verano y llevas un gorro de invierno, ¿por qué?

— Vaya. Pensé que ibas a empezar con: "¿Cuál es tu color preferido?"— Hizo una imitación pésima de mi voz, ya que sonaba como un niño quejándose.

Sonreí por su comentario.

— Si piensas que voy a hacer esa clase de preguntas, prepárese, señorito. —Puse mi mejor cara de acosadora.

— ¡¿Qué narices ha sido eso?! Por un momento me has dado miedo.—Empezó a reírse a carcajadas.

— Es verdad, soy la hija perdida del Joker.—Yo también me reí.

Su risa era extraña. Llegó a emitir extraños ronquidos. Estaba contenta de hacerle reír.

De repente, se paró y me miró extrañado.

— ¿Qué es eso?—Dijo mirándome a los ojos y medio sonriéndome.

Yo también le miré y dije:

— ¿El qué?

— El tal Joker, ¿qué es eso?

— ¿Nunca has visto una peli de Batman?—Dije sorprendida.

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