CAPÍTULO VI

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— ¿Cómo te llamabas? —Contesté reprimiendo una carcajada mientras cerraba la puerta del portal.

Hadel ignoró mi comentario y se separó de la farola en la que se había apoyado, ajustándose el cuello de su chaqueta.
Echamos a andar por la acera a paso lento.

— ¿Y bien? ¿A dónde vas a llevarme, pequeña acosadora? —Me paré en seco y lo miré con cara de malas pulgas.

— Vale, a ver. —Levanté dos dedos y se los acerqué a la cara.— Uno, no fui yo la que se cayó casualmente encima de ti en una azotea, y dos, no soy pequeña, ¿de acuerdo?

Hadel siguió andando y se metió las manos en los bolsillos.

— ¿Cuando dices que no eres pequeña te refieres a comparada con un gnomo? —dijo con una sonrisa demasiado contagiosa.

— Oye, que no tenemos tanta confianza, ¿recuerdas? —Repliqué acelerando el paso para que no me viera reírme. Una gota grande y fría se cayó en mi frente. ¿Iba a llover?

Mi pregunta se contestó sola cuando las miles de amigas de la gota de mi frente decidieron hacer puenting. Mierda. Mi pelo.

— Vamos. —Dijo Hadel y me cogió de la mano mientras echó a correr por la acera bajo la lluvia. Atravesó un paso de peatones a toda prisa y un conductor con un bigote que me recordó a una ardillita tocó el claxon violentamente.

Podemos confirmar que correr de la mano de un chico con complejo de Usain Bolt bajo la lluvia, y en Londres, no es buena idea. Me veía con la cara estampada de bruces en el asfalto, pero, por suerte, eso no llegó a ocurrir.

Hadel solo aflojó el paso cuándo llegamos a una cabina de autobus roja y desierta que nos resguardaba de la lluvia.

— Bien, ahora que la señorita no se está mojando, ¿qué me decías? —Se metió las manos en los bolsillos y me miró con una sonrisa socarrona.

Solté un profundo suspiro después de la carrera que habíamos hecho y me aparté los mechones de la cara. Alcé la barbilla para ocultar mi orgullo herido. Tenía las mejillas encendidas por el sprint inesperado.

— Por si no lo recuerdas, mi mejor amiga está haciendo una fiesta en su casa ahora mismo. Y tú, amigo mío, estás invitado. Quieras o no. —Le di un golpe con el dedo índice en el pecho, lo que obviamente no lo movió un milímetro.

— Oye, que no tenemos tanta confianza. —Repitió imitando mi voz. — No somos "amigos". —Hizo el gesto de las comillas con los dedos y su seriedad me ofendió un poquito. Sólo un poquito.

Su actitud evasiva me estaba sacando de mis casillas y a la vez me daba curiosidad. Si me detenía a pensarlo, Hadel era un chico extraño.

— Verás, esa casa va a estar llena de gente y necesito que no te separes de mí. Al menos hasta que te presente a Sarah o a Brent. Ah, y respecto a este último, no te preocupes si intenta ligar contigo porque... —Iba a seguir hablando pero un mechón salvaje había aparecido encima de mi nariz. Resoplé para hacerlo volar y unos dedos que no eran míos lo agarraron al vuelo.

Levanté la cabeza y me encontré con esos ojos dorados observándome detenidamente. Por alguna extraña razón no pude separar la vista. Era como si... como si utilizara magia o algo semejante. Sonaba algo surrealista, sí, pero se sentía raro, muy raro.

Le dio vueltas a mi pelo y me lo colocó detrás de la oreja con delicadeza. De repente, sacudió la cabeza y miró hacia los árboles de un pequeño parque que teníamos a la derecha.

— Ya... ha dejado de llover... Deberíamos ir yendo. —Tragó saliva y tosió. Me pareció percibir confusión en su rostro.

Y ahí estaba. El otro lado de Hadel.

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