Capítulo VII

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Antes de venirme a vivir a Londres, vivía con mis padres y mi abuela en Langley, un pueblo de Maidstone. Allí todo era diferente, no es que Langley fuera un lugar perdido o alejado. El ambiente, la gente, eran sencillamente distintas. Mis amigas y yo soñábamos con venir a vivir a Londres a estudiar, aunque la mayoría decidieron quedarse en el pueblo.
Precisamente de Langley era de donde remitía el pequeño sobre de color beige que acababa de sacar de mi buzón en el portal del edificio, y encima, un nombre escrito con tinta negra y temblorosa, pero elegante: Edine Marigold Murray. A pesar de que mi abuela conocía la utilidad de los mensajes de texto, nunca había dejado de escribirme cartas a mano. Me enviaba una cada mes, y yo siempre le respondía, metiendo además en el sobre un puñado de caramelos de café que ella nunca encontraba en Langley.

Mi querida Lassie:
Sé que este verano no has podido venir para ganarte un dinero extra en la cafetería, pero ojalá estuvieras aquí. El hijo de los vecinos, los Campbell, ha venido a pasar unas semanas. ¡Si lo vieras, Val! ¡Cuánto ha crecido y que guapo se ha puesto! Estoy segura de que te gustaría, como a mi los caramelillos que me mandas. Esta semana tengo cita con el médico, ¡que harta me tiene ese viejucho malencarado!, ir con tu madre no es lo mismo que cuanto me llevas en ese coche tuyo tan pequeño. Y además me riñe por reírme del matasanos.
Conservo la esperanza de que vengas a vernos por lo menos una semana, mi Valerie, desde la ventana del salón se ve de maravilla al vecinito!
Un enorme abrazo, Lassie.
Tu abuela favorita.

Mi abuela siempre me había llamado Lassie, que significa "chica" en escocés, ya que ella había vivido casi toda su vida en Escocia. Cuando mi abuelo murió decidió trasladarse a casa de mis padres para "experimentar la vida en un pueblucho inglés" pero ambas sabíamos que nunca le ha gustado estar sola.

Cuando iba a dejar mi carta de respuesta en el buzón de correos de la calle, vi a Sarah acercarse calle abajo con un montón de papeles que abraza al pecho.

—¿Ha habido suerte? Yo no he recibido ninguna llamada aún.— Le digo al acercarme. El montón de papeles de Sarah eran carteles con la cara de Wilson, su gato, que llevaba dos semanas desaparecdio, desde la fiesta en su casa.

— No.— Me responde con una mueca. —He dejado carteles por todas partes y he estado esperando a que alguien llame, pero nada. Debí dejarlo encerrado en aquella mierda de fiesta.

Me acerco para darle un abrazo y la conduzco hacia mi portal. — No te preocupes, aparecerá. Todos los gatos quieren experimentar una noche salvaje buscando gatitas.

Ella me mira entornando los ojos. –Lleva 15 días fuera de casa. ¿¡Y si alguien le hizo daño y se lo llevó para ocultarlo!?

Arqueo las cejas. — Wilson es un gato listo. Si le han tocado sabrá defenderse. Volverá.

Wilson no era el único que había desaparecido de la faz de la tierra. Tampoco había vuelto a ver a Hadel desde aquella fiesta. Bueno, a lo mejor le había dicho que si venía conmigo no volvería a molestarle, pero no esperaba no tener oportunidades para romper mi promesa.
¿Dónde narices se metería ese chico? Igual solo estaba por aquí un tiempo.

Al llegar arriba, Sarah se sirve un café frío de la cafetera y se lo toma de pie junto a la encimera. Nunca entenderé como es capaz de tomárselo frío.

— ¿Y si mandamos una foto de Wilson a las noticias locales? Alguien tiene que haberlo visto.— Dice apurando su taza de café.

— ¿Desde cuándo ponen fotos de gatos perdidos en los informativos?

— Yo que sé, decimos que es un héroe local o algo. El sentimentalismo gusta mucho a la gente. —Se encogió de hombros y se dio la vuelta para revisar los armaritos de la cocina.— Oye, ¿te quedan napolitanas de esas de chocolate?

— ¿No has comido nada hoy, no? —La miré de reojo mientras que abría el cajón de la comida depresiva y agarraba la bolsa.— Toma, tengo que ir a por más suministros, que entre tú y Brent lo engullís todo.

— En realidad... — Omitió mi último comentario. Le había dado la bolsa un segundo antes y ya estaba zampándose el primero. Se tomó su tiempo para masticar y volvió a hablar. — He escapado de casa porque Rupert se quedó a dormir ayer y me cansé de él. Aproveché que se había metido en el baño y huí por patas... —Emitió unos gruñidos y se llevó otro bocado a la boca. —He pasado toda la mañana en la papelería imprimiendo los carteles y me he hecho amiga del dependiente. —Me guiñó un ojo y arqueé las cejas. Decepcionada, pero no sorprendida.

— Voy a traerte zumo para que bajes semejante cantidad de hojaldre. Vas a acabar atragantándote, aunque no te vendría mal por cómo has abandonado al pobre Rupert en tu propia casa. —La recriminé con el dedo acusador y me dirigí a la nevera.

Algo malo de Sarah era que se aburría muy rápido, tanto de las cosas como de la gente. Por ese motivo ni sus parejas ni sus trabajos duraban demasiado. Hace unos años desaparecía una semana por una crisis existencial y volvía como si nada hubiera ocurrido, pero lo hacía con una cara más alegre que cuando se había marchado. Brent y yo conseguimos anclarla a la rutina, aunque tuviera pequeñas recaídas como la de ese momento. De hecho, los únicos que perduramos en su vida hemos sido su familia, Wilson y nosotros dos.

Tomó el vaso ya lleno y bebió un trago para volver luego a la napolitana.

— No iba a dejarle, hombre. Sólo necesitaba respirar un poco. —Masticó y habló con la boca llena.— Es más, ¿qué te parece si vamos juntas al súper y le llevo algo de comer? Puedo aprovechar para preguntar a la gente por Wilson. —Su expresión se iluminó por su gran idea y me miró con ojos de corderito.

Aguanté su mirada sin pestañear, cavilando su sugerencia. Decidí que no iba a malgastar la oportunidad de ayudar a mi amiga a ser mejor persona.

— Está bien. Vámonos.

✨✨✨

Dos horas más tarde me encontraba vaciando las bolsas en la cocina mientras escuchaba la tele de fondo. Sarah se había decantado por llevarle unos canelones precocinados a Rupert como disculpa y, mientras que esperábamos en la cola de la frutería, aprovechamos para preguntarle a la gente que había allí por Wilson, pero seguimos sin saber su paradero.

Empecé a lavar los pimientos y a trocearlos con la cebolla cuando un sujeto apareció brincando por mi mente. ¿Dos semanas es suficiente tiempo para cumplir una promesa?

Me respondí a mí misma y dejé al fuego la verdura mientras que buscaba en el Google Maps mi propia calle. Desde la vista satélite podía ver cuantas azoteas había contiguas a la mía que se puideran recorrer saltando con fácil acceso. Muy a mi pesar, una gran hilera de edificios continuaba sin descanso hasta un cruce. Era ya un hecho que no podría revisar todos y cada uno de los pisos, estaría siendo muy obsesiva. A no ser que aprovechara la ausencia del minino para preguntar casa por casa... No, demasiado rebuscado.

Mi cabeza procesaba la misma información una y otra vez al ritmo que removía con la cuchara de madera. Sólo escuchaba las risas enlatadas de Friends en la tele, la rueda de Tyrion y mis pensamientos, mirando a ningún punto en específico de la pared de la cocina.

Opté por echarme una siesta después de comer y dejar el tema de lado... de momento.

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⏰ Última actualización: Jun 15, 2021 ⏰

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