4.- Cambio de apariencia.

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4.- Cambio de apariencia

Príncipe Del Inframundo

El rumor de mi partida a la tierra había llegado a oídos de todos los habitantes del inframundo, inclusive los ángeles de la muerte habían venido a desmentir tal dicha palabrería, pues ellos me tenían una gran estima y no querían que se me implantaran ideas y terminara como el príncipe Amon. Pero oh sorpresa se llevaron cuando les dijo mi propio padre que todo era cierto, pero que no se debían preocupar, porque sólo iba por una corta temporada, pero que sobretodo jamás sería capaz de mezclar nuestro plano con otro.

Muchos de los ángeles de la muerte que son jóvenes y que gran parte de mi niñez me acompañaron, vinieron a despedirse, me dijeron que siempre estarían cuidando de mí mientras permaneciera en la tierra, que cualquier inconveniente sólo pensara en ellos y enseguida me ayudarían.

Lo que no sabían es que no sería así de fácil...

Pero a pesar de todo el estima y apoyo que me estaba brindando mi mundo, sólo me hacían sentir que no viviría al máximo como un simple mortal; sólo quería una experiencia que jamás olvidara y ellos no estaban dispuestos a soltar mi mano y dejarme experimentar los problemas y dichas que pasaba una alma cuando tenía vida.

Y a pesar de que para ellos sería sólo cuestión de días mi estancia en la tierra, no era exactamente que el tiempo pasara más lento o rápido en el inframundo, sólo que el tiempo desde nuestra perspectiva lo sentíamos más rápido o mejor dicho, vivíamos los días a grandes escalas. Y es que cuando eres inmortal te puedes dar el lujo de observar todo más detalladamente, deleitarte con las cosas que puedes considerar insignificantes, que una reunión se prolongue meses y que una conquista para conseguir esposa dure años. Porque podemos, porque queremos y porque simplemente es ya una costumbre tomarnos todo el tiempo que se nos ha otorgado.

El tiempo en el plano tierra y en el inframundo van de la mano, no cambia, lo que cambia es como lo percibimos cada uno y sobretodo cómo lo aprovechamos.

—Príncipe Ankou, espero que tenga un buen viaje, le deseo toda la fortuna en su experiencia— decía Gil, uno de los ángeles de la muerte.

—Por favor Gil, no es que vaya a ser demasiado tiempo, y por favor sólo dime Ankou, sabes muy bien que no me gusta tanta formalidad y menos entre nosotros que hemos sido amigos desde pequeños— Gil sonrió, y al igual que los demás ángeles de la muerte y la mayoría de mis familiares, habían venido a despedirse; hasta se hizo una celebración especial en honor a mi viaje a la tierra como "simple mortal".

Me sentía un poco incómodo como muchas otras ocasiones en las que era el centro de atención, yo sólo quería empezar a prepararme para cruzar al otro plano y empezar mi aventura junto a mi primo Mors.

Aún me rondaban las palabras de mi padre con respecto al trabajo, ¿en qué podría yo trabajar? O mejor aún, ¿podría deleitarme con una cálida plática junto a un humano sin que tuviera que terminar en un hasta nunca? En realidad siempre era lo mismo, yo entablaba una conversación con un alma que había sido interesante e importante cuando vivía, pero siempre tenían que seguir su curso para instalarse en algunos de los otros planos y jamás nos volvíamos a encontrar, no a menos que muriera de nuevo, pero de todas formas no me recordaría.

Me encontraba sentado en mi silla real, ahí posando para todos los habitantes de mi reino, con mi guadaña cuidándome y con un aburrimiento extremo. Descansando mi mentón en mi mano derecha y con un sonrisa forzada, pero sobretodo deseando que esto acabará lo más pronto posible.

—Hijo— me llamó mi padre al momento que tocaba mi hombro. Y como siempre él se encontraba a mi izquierda, o mejor dicho yo me encontraba a su derecha, como símbolo de su sucesor y futuro responsable del inframundo.

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