8.

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- Vayamos a dar una vuelta. - se separó de mí lentamente y me agarró de la mano.

- ¿Ahora? Ya es demasiado tarde,¿no crees? - tiró de mí.

- Nunca es demasiado tarde para nada.

Salimos del edificio corriendo y de buenas a primeras se montó en mi espalda.

- ¡Vayamos a la feria! - levantó los brazos. Yo la agarré más fuerte temiendo a que se callera.

- Mañana tengo que trabajar, mejor demos una vuelta.

- ¿Me prometes que iremos algún día? - me susurró en el oído.

- Te lo prometo. - soltó una suave risa que me puso la carne de gallina. Se bajó de mi espalda y me agarró de la mano. Paseamos por las iluminadas calles de la ciudad en un precioso silencio. Ella miraba a todas partes como si nunca hubiera visto nada parecido.

Las calles estaban vacías; sólo éramos ella y yo. Pero aún tenia esa espina en el corazón. Esa que me decía que sólo era un sueño y que al despertar la volvería a perder.

- Hey, estás tenso. - me miró preocupada. - No pienses en lo que pasará después, disfruta del ahora.

- No quiero que vuelvas a desaparecer. Te necesito en mi vida. - sonrió.

- Ya me tienes en tu vida, Kian.

- Pero la cuestión es, ¿por cuánto tiempo? - no contestó, sin embargo corrió hasta una fuente y se zambulló dentro.

- Pero que... ¡Estás loca! - grité mientras me acercaba.

- ¿Qué? ¡Dilo más alto que no te escucho!

- ¡Que estás loca!

- ¡Sigo sin escucharte! - gritó aún sabiendo que ya estaba muy cerca.

- Que estás loca... - sonreí y me acerqué aún más a ella.

- Loca se está mejor que siendo un aburrido como tú. - me dió un beso rápido y se volvió a zambullir en el agua. Y cómo no, yo le seguí el juego.

Cuando ya nos cansamos de ahogarnos y echarnos agua, seguimos caminando en silencio. No hablábamos porque el silencio era tan cómodo... Era un silencio que decía todo lo que nuestras bocas callaban.

Todo lo que pasaba entre nosotros lo guardaba en lo más profundo de mí.

- Vamos a disfrutar de las estrellas. - dijo de repente. Soltaba cada cosa así de repente. Era muy difícil saber que iba a decir y/o hacer en cada momento. Ella era totalmente impredecible.

Se tumbó en medio de la carretera, sin importarle lo más mínimo que pudiera pasar un coche y arrollarla.

- ¿Te das cuenta de que te pueden atropellar si te tumbas ahí?

- Tranquilo. - sonrió. - Cuando oigamos un coche nos apartamos.

- Sigo pensando que estás loca. - me tumbe con ella en la carretera.





 

Pasados unos minutos comenzamos a escuchar un coche acercarse.

- Hey, viene un coche. - dije levantándome. Ella no se había inmutado. - ¡Hey! - dije zarandeándola. Era como se hubiese quedado en sock. Tenía los ojos abiertos pero no se movía. - Dios mío... Venga loca vamos no me asustes. - el automóvil se acercaba. No lo pensé dos veces y la cogí en brazos y el conductor, al vernos, frenó bruscamente. - ¡Lo siento! - le grité al conductor. Una dulce risa comenzó a adentrarse en mis tímpanos.

- Casi morimos atropellados. - dijo la chica la cual tenía en mis brazos. La solté bruscamente en el suelo y comencé a andar. - ¡Hey! ¡Pero no te enfades! A sido una pequeña broma...

- ¿Una broma? ¿Tienes idea del susto que me he llevado? Además, no nos habrían atropellado de todos modos porque sabes que yo nunca dejaría que te atropellasen. - sus ojos chocolates se iluminaron.

- Gracias, Kian. Pero sigo pensando que eres un soso. - bromeó y se dirigió hacia mí. - Ya me has chafado la diversión. - hizo un puchero y me besó.

Era un beso lento, uno de esos que aguardaban en tu memoria haciendo que lo recuerdes una y otra vez. Uno de esos besos que deseas cada día de tu vida, al despertar cada mañana, al acostarte cada noche. Y tan pronto como empezó, acabó.

Todo el enfado que tenía en ese momento desapareció. Y con sus labios se llevo mi razón de ser, dejándome colocado perdido con tal dulce droga.

Seguimos andando en silencio. Andamos tanto, que salimos fuera de la cuidad y llegamos a una estación de servicio. Allí, cogimos unos helados de una de las máquinas que habían y nos sentamos en la puerta.

- Mira Kian, está amaneciendo. - señaló al horizonte.

- Es precioso, ¿no crees? - ella miraba el amanecer como si de algo sobrenatural se tratara. Me miró y sonrió emocionada.

- Nunca había visto el amanecer con alguien.

- Bueno, yo nunca había visto el amanecer con una chica tan guapa. - su cara comenzó a teñirse de rojo y se tapó con las dos manos. - Oye, ¿me dirás cómo te llamas? - se destapó un solo ojo y me sacó la lengua.

- No creo que esté bien que te lo diga...

- Por favor. - le supliqué.

- No puedo, enserio. - volvió a mirar al horizonte.

- ¿Y como te llamo entonces?

- Heaven.

- Heaven... es como cielo en español. - dije.

- Por eso quiero que me llames así. - entrelazó sus dedos con los míos y me miró. - ¿No tienes que ir a trabajar?

- Creeme cuando te digo que ahora mismo lo que menos me importa es mi trabajo.

- ¿Y lo que más? - cuestionó sabiendo ya la respuesta.

- Tú.

Tú.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora