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No fue hasta después de dos semanas cuando volvió a aparecer por la tienda. Yo en ese momento estaba cerrando, después de un día entero de trabajo. Eran las ocho de la tarde y era ya de noche. En la calle hacía un frío que helaba los huesos, por lo que me tapé bien con mi bufanda negra de lana.

Una presencia a mi lado me sobresaltó y me llevé una mano al pecho, sintiendo como mis latidos habían aumentado en un segundo. Miré a la persona que se había acercado y contuve la respiración. Allí estaba él, de nuevo. A pesar de que llevaba media cara tapada por una máscara negra, lo reconocí después de unos segundos. Sus ojos estaban levemente iluminados por la luz tenue de las farolas, brillaban. A mí se me cayó el alma a los pies, estaba allí, de nuevo...

Tragué saliva.

—¿Llego tarde? —preguntó con voz ronca mirando las llaves de mi mano y luego las luces apagadas de la tienda—. No he podido venir antes y...

—¿Viene a por otro cable? —le pregunté con curiosidad, completamente recuperada del susto. Él me miró, pestañeó como si no hubiera entendido la pregunta.

—¿Eh? —me miró sin comprender. Enarqué una ceja—. Ah —Asintió—. Si si, los cables. Sé que es tarde pero-

—Bueno —le dije cortándolo, sintiendo de repente unas ganas abrumadoras de alargar su presencia allí. Sus ojos brillaron con atención—, supongo que puedo hacer una última venta... —le guiñé un ojo.

Volví a abrir la puerta y ambos accedimos al interior mientras él me daba las gracias inclinándose, detrás de mí. Negué con la cabeza restándole importancia.

—Espere un segundo, los cables están en la trastienda —le comenté mientras me dirigía hacia allí.

—Tómese su tiempo —respondió distraídamente observando mis pasos.

No sé por qué pero me sonrojé ante su mirada. Fuera de la manera que fuese, estaba observando mi cuerpo, o mis piernas. Sin que él me viese sonreí de forma casi triunfal cuando me di la vuelta.

Como la primera vez que había aparecido por la tienda, me dirigí al almacén y cuando entré recordé porqué para trabajar usaba ropa 'vieja' y cómoda.

Estaba todo hecho un desastre.

Observé mi ropa de calle -Jersey blanco con pantalones negros- y suspiré. Esperaba no mancharme con toda la porquería que había por aquí. Maldije entre dientes al abuelo que me había contratado por no haber limpiado la trastienda en 50 años.

Los cables se encontraban donde los había dejado la última vez, sin acordarme de que justo esa estantería en concreto estaba suelta y no debía apoyarme para coger nada de un estante superior. Pero como estaba pensando en el atractivo chico que me esperaba en la habitación de al lado pues no me fijé donde me apoyaba y...

Pum.

El sonido de la estantería vieja al caer fue como una explosión de polvo y partículas bacterianas. Tosí en un acto reflejo cuando respiré el aire.

—¡Joder! —grité en mi lengua materna ante aquel desperdicio.

Mi jersey ahora se había vuelto casi negro. Mi jersey calentito. Quise llorar de rabia. Y para colmo, el sonido había sido tan fuerte que seguro que el chico lo había escuchado. Cerré los ojos con fuerza, sin saber qué hacer.

Esto no podía estar pasándome a mí, no ahora.

—¿Está bien? —su voz ronca y grave irrumpió en aquel caos, asustándome de nuevo. El chico accedió a la sala con paso lento, mirándome fijamente—. ¿Le ha caído algo encima? —la preocupación en su rostro era evidente.

unknown • park chanyeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora