Capítulo 1

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* Podía escuchar el llanto de Karen a pie de la cama, estaba devastada. Azul había muerto. Había muerto después de tanto tiempo, tanto esfuerzo, tantos momentos de dolor para tratar de vencer a aquel tumor que se apoderaba de ella, del tumor que le absorbía la mente día a día que pasaba. Todos esos recuerdos se apoderaron de mi mente durante los primeros años, tratando de ser feliz, tratando de olvidar lo malo, tratando de recordar la sonrisa de mi mejor amiga y sólo centrarme en eso, pero las cosas eran realmente difíciles,yo, ya no era yo. *

Abrí los ojos. Todo había sido un sueño, sólo eso. Cada vez que la soñaba sentía que revivía mis momentos de juventud a su lado. A veces estaba dispuesto de sacrificar todo para poder volver a respirar aquellos días, junto a esos recuerdos que me llenaban el alma de gran felicidad. Ella estaba en un lugar tranquilo, ella seguía a nuestro lado, nunca se había ido.

Me levanté de la cama, volteé a ver a Karen, ella seguía durmiendo como oso invernando. Me acerqué y le di un beso en la frente, provocando que se moviera ligeramente, quejándose dormida, para después, darse la media vuelta. Varias minutos me mantuve admirándola, admirando ese rostro pasivo y tierno, ¿quién diría que en ese estado era en el único momento que se mantenía tranquila? Si abría los ojos, era otra historia, su rostro pasivo se volvía violento, cargando con bastante vehemencia en sus actitudes, así es ella. Finalmente, pase mi mano sobre su rostro con delicadeza, apartando el cabello de su cara, para así, quitar las cobijas y ponerme en pie. Salí del cuarto, emparejando la puerta con sumo cuidado, mirando al frente, notando una luz que salía de la puerta que estaba frente a mi, el cuarto de mi hija.

Di pasos acercándome, o ella ya estaba despierta desde muy temprano o se durmió con la luz prendida desde la noche anterior. Al asomarme, noté una risa juguetona, unos ojos brillosos que captaron mi presencia y una mujercita de pequeña estatura, que sostenía un libro en sus manos.

– ¡Papá!- gritó ella, con gran energía, corriendo a mis brazos.

La tomé con gran fuerza y la levanté en el aire durante unos escasos segundos, para dejarla de vuelta en el suelo.

– Hola mi niña- respondí dándole un beso en la cabeza- ¿y ese milagro que madrugaste?

Ladeé la cabeza, ella río.

– Sólo se me espantó el sueño- me confesó, con tono de culpa, pues bien ambos sabíamos que le encantaba dormir, al igual que Karen.

– ¿Y tu solución es leer?- le pregunté, poniéndome en cuclillas para quedarme a la altura de sus ojos y señalar el libro que había dejado en la cama. Ella volteó y lo miró con entusiasmo, se trataba del diario de su madre, que había escrito meses después de la muerte de Azul, esa era su manera de auto controlarse, por su bien y el de nuestra hija.

– Mamá tiene muchas cosas interesantes que contar- explicó, sin quitar la sonrisa de su rostro.

Karen y yo habíamos acordado que nuestra hija tendría de nombre Azul, cosa que se comenzó a complicar mientras el embarazo avanzaba, cuestionándonos si era la decisión correcta. Al final, cuando dio a luz y vimos lo hermosa que era, nos dimos cuenta que sí debía de cargar con aquel nombre tan valiosa. Puse la mano en la cabeza de la pequeña y revolví su cabello con delicadeza.

– Hoy vamos a ir al panteón- anunció Karen, saliendo de cuarto a mis espaldas, con cabellera despeinada y aire de perezosa- hay que arreglarnos- debemos arreglarnos- añadió, tratando de hacer una mueca, aunque aún seguía dormitando.

Después de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora