Prólogo.

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Alaska.

Desperté temprano el sonido poco acogedor de la alarma aturdía mis pobres y sensibles oídos.

Con mi cara de odio la vida y los mil demonios me levanté y me dirigí hacia el baño, caminando cual Zombie buscando cerebros en pleno Apocalipsis.

Hice mis necesidades, cepillé mis dientes, me lavé la cara, esas cosas que se hacen normalmente por las mañanas, y salí del baño.

Tomé algo de ropa del closet, un pantalón negro, una camiseta blanca, una chaqueta verde de leñador y unos deportivos rojos.

Tomé un peine y dediqué un par de segundos de mi corta vida a mejorar mi presentación personal y a peinarme.

Tomé mi teléfono, los audífonos, el cargador, los libros, mi libro de diario, que no es un diario, y lo tiré todo en un bolso negro.

Me despedí de Burbujas, mi animalito peludito de ojos azules, mi perrito favorito, mi cocha pechocha, mi etc, etc, etc.

Mi perro.

Y me despedí luego de mi tía, quien bebía café en la cocina mientras estudiaba un libro extraño, con el que la había visto jugar toda la semana.

Eliza, la única chica que se había acercado para hablarme en la primaria mientras yo comía hormigas cual niña con problemas serios, y mi hermana de otra madre se acercó desde una corta distancia.

Eliza vivía a una casa de la casa de mi tía, así que solo tenía que dar unos cuantos pasos antes de encontrarse conmigo en la parada.

Mientras que ambas hablábamos de el examen que tendríamos ese día, haciendo memoria y efectuando preguntas, la casa del frente fue encendida en llamas.

Un hombre vestido de traje negro, con un sombrero y lentes de sol negros pudo verse huyendo del lugar.

Eliza, que era una mujer de estas que sacaban conclusiones rápidas, salió corriendo tras el hombre, el cual desapareció tras doblar la esquina, ella había jurado que él había causado el incendio.

Yo corrí tras ella, y la consolé luego de que sufriera una mini depresión por no poder atrapar al supuesto pirómano.

—Ya, ya. La próxima vez que alguien queme una casa, solo corre más rápido, o lánzale una piedra si tienes buena puntería.—

Ella sonrió.

—¿Crees que me hubiesen dado una medalla si lo entregaba con una piedra incrustada en su cráneo?— preguntó.

Yo me encogí de hombros.

—Todo es posible.—bromeé.

Y luego de que llegasen los bomberos, se escuchó un nuevo estruendo.

Tres casas de la misma fila, ahora se encontraban en llamas.

No parecía algo que se viese todos los días.

Y fue entonces cuando me di cuenta de que no pasaría el examen de historia si solo veía casas quemándose.

Fin.

Oh, También me di cuenta de que aquella semana se tornaría más larga de lo que, personalmente, hubiese preferido.

No Practical Hunter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora