Agnus doomsday

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En toda la historia de la familia Hellsing, ningún descendiente había disfrutado, en lo excesivo, de la exagerada compañía social o el ambiente de ciudad; a menos que lo requiriera la cuestión profesional. El viejo Abraham fue claro ejemplo. Era tan poco su agrado por las multitudes de personas y la urbanidad de la época, que mando a construir su propia casa no muy lejos de la ciudad. Tenía, sin embargo, más cercanía con los pueblos de la campiña inglesa, y solo quedaba a unos cuantos minutos en auto para llegar a Londres.

El sitio estaba en alguna parte de una amplia llanura verde, rodeada de árboles y uno que otro animal salvaje que paseaba por ahí. El paso estaba prohibido por orden gubernamental para toda persona que careciese de cualquier relación con la organización. La gente, por supuesto, no encontraba mucha lógica en que el gobierno impidiese el paso a lo que ellos creían que era una llanura tan común y corriente, pero terminaban pasándolo por alto cuando no encontraban nada en Google Maps. Por suerte, el gobierno inglés imponía la suficiente eficacia para controlar a su gente... y el Internet.

Por su labor uno pensaría que personas como Helena no tendrían tiempo para los pasatiempos de la vida común, pero resulta que los van Hellsing también tienen complejo de jardineros [2]. La prueba absoluta: el gigantesco, diverso y hermoso jardín trasero.

Laura y Carmilla estaban en una banca mecedora, a modo de un columpio bastante grande hecho de madera, justo bajo las sombras de las hojas de un gran y frondoso árbol; de esos colosos de tronco grueso e incontables ramas llenas de hojas. Estaban admirando el paisaje, encontrando un poco de todo, aun siendo la mayor parte arbustos y varios pinos. Lo había de todo, disperso estéticamente aquí y allá en varias formas y colores: arboles de trompeta, rosales, amapolas, dalayas y demás fantásticos ejemplares. Cerca de ellas también había pequeños huertos de tomate, zanahorias, fresas, papas y lechuga. Mas al centro podía verse una fuente de agua funcionando. Todo rodeado de tierra y el fresco y bien cuidado pasto.

Hacía buen clima; el viento era agradable y la infinidad de ramas y hojas sobre sus cabezas impedía los rayos excesivos del sol de las tres de la tarde. Siendo que el lugar estaba prácticamente alejado de toda urbanidad, todo el alrededor estaba muy tranquilo. Había aire fresco -auténticamente fresco-, sin autos atrapados en el trafico infernal y las únicas visitas inesperadas que llegaban a haber eran algunos pájaros que iban a refrescarse a la fuente o a resguardarse en sus nidos.

LaFontaine ahora mismo estaba acompañando a Helena en algún punto del jardín, probablemente haciéndole honores a su reputación de biólogo. Van Hellsing justo ahora debía estar tomándose la molestia de escuchar y responder, asegurándose también de revisar, regar y corregir cualquier anormalidad en su segundo legado familiar.

A Laura le costaba creer que una persona dedicada a mantener bajo control todo el complejo asunto del lado oscuro del mundo pudiese albergar tal fragmento de paraíso en su patio trasero. Incluso le hacía gracia pensar que ya había visto de todo en Silas. Ver a un auténtico cazador de monstruos, descendiente de personaje tan famoso y dueña de tan importante herencia, pasando sus ratos libres dedicándose a la jardinería no era algo que se viese todos los días.

Por cierto, Carmilla y Laura llevan un rato sin dirigirse una sola palabra desde que se sentaron. El vampiro, de todos modos, no parecía tener la intención de comenzar con una conversación. Se le notaba pensante disfrutando del extenso paisaje, y podría ser que Laura lo estuviese también; pero ella lo estaba porque necesitaba preguntarle algo, y estaba en el dilema de lo hago o no lo hago. No quería molestarla, pero para ella era un asunto de suma importancia, sobre todo porque tenía que ver con la misma criatura del otro lado de la banca.

El cantar del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora