—No hablo de esa vista hablo de ti, no te había visto bien, eres bonita —dijo con un tono que parecía ser amable y caballeroso, pero a la vez pervertido.
—Pues bueno, gracias —respondió Astrid, solo eso porque no sabía cómo reaccionar realmente. Quizá no sea tan malo como pensaba y ahora comenzaba a dudar. Después de todo seguro es uno de esos millonarios a los que no les hace falta nada y suelen ser amables con quienes viven en miseria como ella.
—Sí que tienes unas buenas nalgas, y un buen par de tetas, y unos labios encantadores, estás sexualmente encantadora para mi gusto personal—dijo con un tono tan natural como si fuera la manera de tratar a una dama.
—¡¿Qué?! —se intentó reír pensando que era una broma, pero la sinceridad y perversión de esas palabras decían que la cosa era en serio. —Vaya pervertido eres, esas palabras no le favorecen a tu cara de niño —pronunció irritada por su actitud. —Mejor pongámonos a trabajar antes de que me hagas llamar a la policía por acoso sexual.
Él soltó una pequeña risa.
—Eres graciosa, aunque sabes que te encanta —dijo con una sonrisa pícara.
—Eso quisieras tú —contestó fastidiada y desvió la mirada de su rango de visión. —Pongámonos a trabajar y listo.
—Bueno sí, tienes razón, pero antes necesito comida, quiero que bajes al cafetín y me traigas una cosa de todo lo que haya —ordenó mientras se sentaba en la silla de su padre y apoyaba los pies sobre el escritorio.
—¿Disculpe? —interrogó ella con una sonrisa sarcástica. —Soy una secretaria, la cual ahora ha sido ascendida para ser su asistente, no soy una sirvienta —lo observa fijamente. Y parece haber sido un error considerando el pequeño cosquilleo que sintió al ver ese cabello rubio perfectamente peinado y esa alineada y bien cuidada barba que ajusta perfectamente con su delicado y masculino rostro repleto de mar en sus ojos azules.
—Como digas, mejor trae lo que te pedí o debería recordarte quien manda —alzó una ceja y sonrió de manera arrogante.
—Tengo mejores cosas que hacer nos vemos más tarde —respondió mientras se acercaba a la puerta para salir. No pensaba tener más contacto con él al menos durante el resto del día, pero Nathan la cogió de la mano antes de salir y cerró nuevamente la puerta, luego bajó las persianas. Para mayor privacidad.
—¿A dónde piensas ir? Tú te quedas aquí, y será mejor que me hagas caso —dijo mientras sonreía un poco.
—No seas payaso ya suéltame —intentó zafarse.
—Los payasos están en el circo, y esto no es un circo —dijo él y le soltó de repente.
—¿Qué es lo que quieres? —dijo molesta.
—Quiero que hagas lo que te estoy pidiendo ¿Acaso no entiendes? —lo decía tan enserio que hasta daba miedo.
—¿Y acaso tú no entiendes que no soy tu sirvienta? —le pregunta ella.
—Te recuerdo que soy tu jefe, y estoy a cargo, si no quieres ser despedida mejor haz lo que yo diga niñita —expuso mientras se acercaba a ella más todavía.
—¡Cállate! —gritó luego de escucharlo. —Eso no te da derecho a tratarme así, yo me voy a trabajar, cuando encuentres tu cerebro me llamas.
—Bueno, me obligarás a tomar medidas extremas —dijo con una voz desinteresada.
—¿Y qué medidas son, me pondrás en prisión acaso? —se ríe sarcásticamente y regresa su mirada a él.
—Para nada, de nada serviría, pero quizá deba bajar tu sueldo y bajarte de puesto de trabajo, podría ponerte hasta de conserje si es que quiero —totalmente guapo y arrogante, un estúpido sin cerebro.
“Ma… maldito —pensó, aunque no le guste él tiene razón y no le quedaba más opción que seguir sus órdenes innecesarias”. —Bien, haré lo que quieras —contestó a regañadientes mirando hacia el otro lado.
Él se echó a reír y dijo:
—Así me gusta sigue así y serás la empleada del año —el sarcasmo se hacía notar.
—Ay sí que chistoso —reía a modo de burla.
—Saldré un rato y regreso, no me vayas a extrañar —le guiñó el ojo.
—Tranquilo no creo que sea mucho cariño el que te tenga como para tal acción afectuosa —quería matarlo en ese preciso momento. Nathan abre la puerta para salir y encuentra a todas las chicas de la oficina.
—Hola señoritas, y con permiso —dijo mientras se hacía a un lado para seguir con su camino.
—¿Y qué hacen ustedes aquí banda de chismosas? Vayan a trabajar—les dijo Astrid a todas. —“Lo que me va a tocar soportar —se dijo mientras acariciaba su cabeza. —Ah lo había olvidado hoy hay entrevistas de trabajo para buscar personas que puedan sustituir mi antiguo puesto, si es que ese idiota no me degrada al mismo otra vez”.
Luego de hacer varias entrevistas.
—Estoy cansada, he entrevistado a muchas personas —dijo mientras tomaba un poco de agua cuando en realidad deseaba que fuese una cerveza para olvidarse del mal día bebiendo hasta la muerte.
—Perdón, llegué tarde lo siento había mucho tráfico —se acercó un chico hacia el escritorio.
“Hmm ¿Alguien más? Bueno ya que, lo entrevistaré —pensó”. Colocó el vaso de agua en el escritorio y lo hizo a un lado para coger el bolígrafo y abrir nuevamente la carpeta donde tenía anotados a quienes entrevistaba. Al verlo bien le pareció apuesto, ya se hacía notar su falta de pareja.
—¿Cuál es su primer nombre?
—Mi nombre es Alex —respondió amablemente.
—Perfecto, ahora le haré preguntas laborales.
Luego de hacer todas las preguntas.
—Perfecto, lo llamaré mañana para avisarle si se queda con el puesto de trabajo —lo despidió con una sonrisa.
—Gracias señorita estaré esperando su respuesta —él se levantó y se marchó sin más que decir.
—Estoy ultra mega cansada, que bueno que ya terminó el trabajo por hoy —bostezó y se estiró un poco. Luego ya cuando iba saliendo de la oficina, Nathan le coge del brazo y la recuesta a la pared como si tuviese intenciones de besarla.
—Vi la forma en la que mirabas a ese chico, solo quiero aclarar algo, no solo trabajas para mí, sino que también eres mía pequeña —él le besó lentamente el cuello de una manera muy seductora.
Ella creía que esto no le podía estar pasando, “¿Qué diablos habré hecho en mi vida pasada para merecer a un pervertido como jefe?” era lo que pensaba, ese fue el instante donde todo empezó, se detonó su verdadero instinto y lo peor es que no pudo hacer ni decir nada simplemente se quedó perpleja como una idiota, como si estuviese aceptando sus términos, la estaba proclamando de su propiedad y ella no pudo negarse. Le parecía extraordinario el color y la profundidad de sus ojos, y al mismo tiempo alguien como él era capaz de infundirle un temor que le hacía trastabillar al caminar pensando en lo que sería capaz de hacerle.
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El idiota y guapo de mi jefe.
RomansaAstrid es una chica joven de veinticuatro años de edad que trabaja de secretaria en la empresa millonaria de los McCarthy. Ella tiene una vida normal, no se lleva muy bien con su jefe, pero necesita el trabajo para poder mantenerse, aunque para ser...