Capítulo 1: Primer encuentro

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El autobús se había salido de la carretera con brusquedad. La lluvia ocultaba los gritos y gemidos moribundos de los adolescentes que aún permanecían con vida. Luna aún estaba en el interior del autobús, llena de sangre y con varios huesos destrozados. Debería haber escuchado a ese niño. El niño sin vida que le había advertido que el conductor intentaría quitarse la vida durante el trayecto. Llevándoselos a ellos también.

―Joder...―logró murmurar con dificultad.

Haciendo un gran esfuerzo, se puso en pie, apoyándose en los sillones. Los cristales del autobús estaban rotos y llenos de sangre. Contuvo las ganas de vomitar al ver a todos sus compañeros muertos. Algunos parecían estar vivos, pero sus segundos estaban más que contados. Uno de ellos observaba el tubo que le atravesaba el cuerpo con puro terror. No se paró a intentar ayudar a nadie. Necesitaba salir de allí o se volvería loca.

Al salir había algunos otros compañeros que habían salido propulsados desde las ventanas. Otros pocos intentaban moverse con cuidado o movían los cadáveres de sus amigos en un intento desesperado de que no estuviesen muertos. Al parecer ella era la que se encontraba en mejor estado. No era médica, pero podría jurar que se había roto unas cuantas costillas. Tampoco era capaz de mover el brazo izquierdo.

― ¿Por qué todo me sale mal...? ¿Por qué...? No lo entiendo.

Miró en dirección a la voz. La única voz que parecía poder hablar en ese momento. Era el conductor. Estaba de rodillas en el suelo, con los brazos apoyados en este mismo y apretando los dedos fuertemente sobre la tierra mojada. Luna lo miró con asco. Pero sobretodo, con miedo. Había intentado matarlos. Y en realidad, había conseguido casi al completo su propósito tan despreciable.

Rebuscó en su bolsillo derecho mientras caminaba en dirección contraria a donde estaba el conductor. Sacó su móvil, el cual milagrosamente solo había recibido algún que otro golpe sin demasiada importancia. Utilizó su propio cuerpo para cubrirlo y así poder llamar a urgencias. Le costó varios intentos, pero lo consiguió. Se puso el móvil en la oreja, temblando con brusquedad y mordiéndose el labio inferior para evitar sollozar.

Contestaron. Pero antes de que pudiese pedir ayuda, recibió un fuerte golpe en la cabeza, dejándola casi inconsciente. Se revolvió en el suelo y vio cómo el conductor cogía su móvil y lo pisoteaba cómo si fuese una cucaracha.

― ¿Por qué lo has hecho...? ―preguntó Luna en un hilo de voz.

El hombre detuvo sus pisadas. Luna alzó la vista para fijarse más en él. Estaba bien. El tío que había intentado suicidarse, desviándose de la carretera con más de cuarenta vida sobre sus espaldas, estaba bien. Apenas tenía unos cuantos rasguños en la cara y en los brazos. Solo sus dedos parecían estar heridos de verdad.

―Cierra la boca ―le dijo, acercándose a ella con pasos lentos.

Intentó ponerse en pie para alejarse de él, pero el hombre le tiró del pelo antes de que ni si quiera pudiese apoyar bien su único brazo sano.

― ¿Sabes lo que es intentar morir y no poder hacerlo? ―le preguntó―. ¿¡Lo sabes!?

Le zarandeó con claras intenciones de hacerle aún más daño del que ya tenía. Luna solo sollozó. Era incapaz de hacer nada. No podía defenderse de ese hombre. No había podido salvar a ninguno de sus compañeros, y ni si quiera se había parado a intentar ayudar a alguno de los que aún estaban vivos. Puede que se mereciese esa agresión.

―No, claro que no. Solo eres una niña pija y estúpida. Los ricachones cómo tú me sacáis de quicio, ¿sabes? Siempre vais con esos aires de grandeza y superioridad. Os pensáis que lo sabéis todo y que podéis comprar a cualquiera, pero no, a mí no.

―Yo no me creo superior a nadie ―dijo Luna casi en un susurro.

Él se echó a reír. A ella se le erizó el vello del brazo. Era una risa estrambótica.

―Claro que no. ¡Claro que no!

Le soltó el pelo, pero entonces sus manos la sujetaron con fuerza del cuello. Luna le cogió el brazo de inmediato y empezó con desesperación a buscar aire. Ya no podía retener las lágrimas. Intentaba zafarse de su agarre, pero contra más luchaba, más presión ejercía él. Sus ojos desprendían rabia, rencor y dolor. ¿Pero dolor de qué? ¡Estaba loco!

―Terminaré lo que he empezado...―dijo el hombre―. No os dejaré a ninguno con vida. Merecéis la muerte. Todos merecéis la muerte.

Las fuerzas se le escapaban. Todo había terminado. No sabía si debía alegrarse por ello o hundirse en la pena. Su vida llevaba años siendo un completo desastre. Desde que su padre había muerto, todo para ella se había roto.

Su padre...

Había jurado venganza. Había jurado que atraparía a los monstros que le habían arrebatado a lo más importante de su vida, y había jurado que sería ella misma quien les hiciese respirar por última vez. Si moría allí, en ese momento, a manos de ese hombre, no podría hacerlo. No podría cumplir la promesa que le había hecho a su padre.

Sacó fuerzas de donde no las había y hundió su dedo pulgar en el ojo izquierdo del hombre. Éste la soltó al momento y empezó a chillar mientras se tapaba el ojo, el cual jamás volvería a ver.

Luna respiró con agitación y por fin pudo ponerse en pie. Dio la vuelta alrededor del autobús, intentando mantener cierta distancia con el asesino que en cualquier momento se recuperaría un poco e iría a por ella. Solo podía hacer una única cosa. Solo le quedaba una opción viable y segura. No podía hacer nada más.

― ¡Maldita zorra! ¡Cuando te coja te arrancaré la lengua!

Debía darse prisa.

Se acercó al cadáver de uno de sus compañeros. Con la adrenalina por las nubes, puso los dedos de su mano derecha sobre una de las muchas heridas que tenía el que había sido su compañero durante las prácticas de ciencias en el laboratorio.

Empezó a hacer una especie de dibujo en el suelo. Lo tapaba con su propio cuerpo lo mejor que podía para que la lluvia no lo borrase. Había empezado con un círculo, y continuaba con símbolos y letras de significados desconocidos para la mayoría de personas. A punto de terminarlo, alguien le pisó la cabeza.

―Hija de puta...―murmuró el hombre.

Debía acabar de hacerlo. Debía ignorar la sangre que había empezado a salir de su frente. Era irrelevante. Lo que empezaba a coger forma en el suelo era lo único importante en ese momento.

Recibió más pisotones. Demasiados para que cuando la ambulancia llegase, permaneciese con vida. Pero no los suficientes como para impedirle terminar lo que había empezado. Había conseguido abrir la puerta a otro mundo. Un mundo ni donde el ser humano más sádico o masoquista desearía estar.

―Necesito a alguien...―dijo mientras seguía recibiendo golpes―. Necesito a alguien, no me importa quien, solo necesito a alguien...

― ¿¡Qué coño dices!? ―le gritó el hombre.

― ¡Por favor! ―gritó ella con súplica y desesperación.

Silencio.

El hombre se había callado.

También había dejado de pisotearla.

Solo se escuchaba el sonido de la lluvia caer.

Escuchó unos pasos cerca de ella, y pocos segundos después, alguien se acuclilló a su lado. Primero miró sus zapatos; negros. Sus pantalones; negros. Su chaqueta; negra. Cuando alcanzó su cara, se encontró con la piel más pálida que había visto a lo largo de su corta vida. Al subir un poco más, observó cómo dos ojos completamente negros la miraban con bastante interés. Y el pelo. El pelo era incluso más negro que el carbón.

― ¿Me has llamado? ―preguntó...el demonio. 

Un último deseo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora