Capítulo 2

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Su padre había aparecido horas atrás. Había corrido tan de prisa que no recordaba el camino de vuelta. Se había perdido y estaba más que segura que se encontraba lejos del centro de la ciudad de Phoenix.
Sus piernas ardían, miró a su alrededor y no había otra cosa que no fuesen árboles. Comenzaba a tornarse gris por las nubes y tapaba el cielo negro de la noche. Su respiración era agitada y el corazón le palpitaba a más no poder.

— Dios, cómo duelen. — se quejó mientras frotaba sus piernas con ambas manos. Había perdido su maleta, pero tuvo bien guardado el dinero en su chaqueta.

Ahora mismo no tenía miedo de que algún depredador quisiera devorarla, tenía más miedo de que su padre estuviese cerca de ella.
Intentó recobrar el aliento y comenzó su camino sin rumbo por el mismo bosque que se encontraba ahora mismo.
Miró hacia todas partes intentando adivinar hacia dónde la llevaban ésos caminos de tierra y árboles con espinas en sus lados.
Una que otra rama golpeaba su débil y pálido rostro; causando rasguños leves y otras heridas pocos profundas. Cayó al suelo de rodillas, cerró sus ojos; estaba agotada.

Prácticamente habían pasado tres días que no comía y ahora mismo éso le estaba pasando factura. Su rendimiento físico no era bueno. Estaba pálida, delgada y agotada.

Todo se volvió negro.

— No creo que sea algo grave. — una voz se escuchaba a lo lejos.

Mérida comenzó a abrir sus ojos lentamente, el dolor en sus piernas aún estaba intacto y éso causó que un quejido saliera de sus anchos labios de color carmesí.

— Shhh... Ya despertó. — aún ella no podía saber de quiénes se trataban aquellas voces chillosas.

Se encontraba recostada en una gran cama. Acobijada hasta sus hombros y la ropa llena de suciedad. Bufó. Miró hacia todas partes; cayendo en cuenta que estaba en una casa o mejor dicho... En una gran mansión.
El sonido de la puerta cerrarse fuertemente hizo que sus recuerdos volvieran; ella escapaba de su padre. Se levantó bruscamente de la cama e intentó salir, pero la puerta estaba cerrada con seguro.

— ¡Dejenme salir! — gritó desesperada. Tenía miedo, mucho miedo de que su padre la haya vuelto a secuestrar.

Unos pasos detrás de ella se oyeron. Los vellos de su cuerpo se pusieron de punta, giró su cuerpo lentamente. La luz tenue iluminaba poca parte de la habitación y éso le causaba miedo al no saber que se encontraba en un rincón de ella. Tragó saliva en seco y sus dedos de las manos; comenzaron a temblar.

— ¿Qui.. Quién está ahí? — preguntó con voz temblorosa.

Nadie respondió, sus dudas y el miedo comenzaban a crecer cada vez más. Una respiración pesada se escuchaba en ése lugar y no era de ella, estaba más que segura de éso.

Su pecho subía y bajaba. Estaba asustada, muy asustada. El miedo le calaba hasta los huesos, odiaba aquella sensación.

— ¿Pa... Papá? — preguntó con un hilo de voz.

Anhelaba que la respuesta fuese no, la quería oír.

— No... No soy él. — su voz había sido tan grave; que hasta los vellos de sus brazos se endurecieron.

El Encanto De La Bestia. [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora