Una vez más Mérida se encontraba recostada en el suelo. Los golpes que le había dado su padre ése día la habían dejado aturdida y adolorida.
Se colocó de pie cómo pudo e intentó enjuagar su rostro con lágrimas secas en ella. Se miró en el espejo del baño y las lágrimas no tardaron en salir nuevamente de aquellos grandes ojos color verde. Cepilló su cabello castaño, casi rubio y suspiró; debía seguir limpiando la casa, al menos que quisiera que su padre le golpeara otra vez.
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Luego de varios minutos. Terminó por su habitación y bajó a la otra planta para poder ir hacia la cocina; debía prepararle algo rápido a su padre antes de que llegara de trabajar.
Las cebollas se encontraban fritándose en aquella olla vieja. Ésa misma era de su madre; nunca la conoció. Según su padre, es idéntica a ella, una copia exacta de ésa mujer que le había regalado la vida.
La extrañaba sin conocerla o tal vez la necesitaba. Si ella estuviera allí, nada de ésto le estaría pasando ahora mismo.
La puerta sonó y Mérida pegó un buen salto. Había llegado; el diablo había entrado a la cueva otra vez. Suspiró intentando aliviar todos sus sentimientos y nervios.
La silla detrás de ella sonó, dando a entender que Alexander se había sentado ya. Colocó rápidamente la comida recién preparada en un gran plato y se lo dejó en frente de él. La miró.
— Espero que ésto sepa bien. Sino ya sabrás tu castigo. — amenazó. Dio varios bocado del arroz con salsa y cebolla; sonrió. — Te salvaste, cariño. — siguió comiendo.
Mérida bufó colocando sus ojos en blanco y salió corriendo hacia su habitación. Puso música de su favorita, una de las bandas más reconocidas aquí en Phoenix.
Simplemente la letra de la canción calmaba el dolor de su alma y cuerpo. A veces sentía ésas ganas de desaparecer, tomar algunas maletas, robarle dinero a su padre y salir corriendo sin rumbo alguno, tomarse un avión e irse.
La puerta de su habitación se abrió y allí estaba él.— Saldré. No me esperes para la cena. — informó y cerró de un portazo.
Suspiró. Al menos una vez no tendría que estar aguantandolo todo el día.
Quería ir a la escuela, salir con sus amigos y tener una vida normal. Pero había cosas malas en éso... No tenía amigos, jamás fue a la escuela y tampoco tendría una vida normal. No sabía leer, ni tampoco escribir, era una chica fracaso.
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La noche había caído. Tomó una maleta y comenzó a llenarla de pocas prendas a su propiedad; quería jugar que viajaría. Tenía dieciocho años y nunca viajó a ninguna parte al menos caminar al pequeño almacén cerca de su casa.
Sonreía y tarareaba varias canciones de Linkin Park. Doblaba aquella ropa que no era de marca hasta que se sintió el portazo en la planta de abajo.
Dejó de hacer aquello y comenzó acercarse lentamente hasta el final de la escalera. Ahí estaba su padre; borracho otra vez. La miró rápidamente y comenzó a seguirla.Mérida corrió escaleras arriba, pero la mano de Alexander fue mucho más rápida y le tomó el tobillo. Resbaló, cayó boca abajo. Su padre la tomó de ambas piernas y comenzó arrastrarla por todos los peldaños hasta el piso de abajo. Ella gritaba por el dolor y la desesperación de quitárselo de encima. Parecía una persona totalmente diferente.
Intentó defenderse, pero era inútil. Las manos de aquél hombre se encontraban alrededor de su cuello; haciéndole presión. Mérida con sus dos dedos; índice y corazón, golpearon sus ojos. Éste se echó hacia atrás; dio señal de querer abalanzarse encima de ella, pero la castaña fue mucho más rápida; tomó el jarrón con agua de encima la mesada y se lo partió en la cabeza. Alexander cayó inconciente en el suelo. Ella corrió escaleras arriba y tomó aquella maleta que por momento había sido una broma, ahora se había vuelto en una emergencia. Entró al cuarto de su padre, levantó el colchón y entre la madera había varios billetes sujetados con una funda. Sonrió y se marchó corriendo de allí.
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El Encanto De La Bestia. [EN EDICIÓN]
AléatoireSus ojos eran tan azules cómo el mar. Su mirada neutra y fría, hacía que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. La forma en que sus manos tocaban mi piel, haciendo que ésta ardiera por el calor, tan parecido al fuego, quemaba. Aquellas marcas en...