Capítulo 4

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La ducha le había sentado bien. Ahora mismo Mérida se encontraba recostada en su nueva cama. Era suave y cómoda, jamás había tenido una así.

Lo que más deseaba en el fondo de su corazón; era no encontrarse junto a su padre.

Anteriormente; Mérida encontró su dinero encima de la maleta que había perdido metros antes de desvanecerse por primera vez en el bosque.

No sabía bien qué hora era, aunque parecía que éstas personas no cenaban nada.

Minutos después la puerta se abrió lentamente y una mujer con un delantal se adentró a la habitación, dejó una bandeja a un lado de la cama y le regaló aquella sonrisa tan angelical que le demostró horas atrás antes de que se fuera nuevamente hacia el bosque.

— Cuándo termine de cenar, toque la campana para retirar los restos. — explicó amablemente. Mérida asintió y la mujer de avanzada edad se marchó de ahí, dejándola completamente sola.

Retiraba lo dicho sobre que 'éstas personas no cenaban'. Un plato con carnes rojas, verduras que seguro las metieron al horno y un jugo de naranja recién exprimido; ya que se encontraba natural. No se quejaba. Era lo mejor que estaba comiendo en dieciocho años.

Deboró todo el plato, ya que se encontraba hambrienta. Miró toda la habitación, era de color bordó, cortinas grandes y seguramente pesadas, pocos muebles; seguro es un cuarto de visitas. Una cama, un armario, dos mesas de noche, un escritorio junto a una computadora y silla bastante cómoda. Simple pero lujosa.

Se acercó a la campana y dio dos golpes.

Al cabo de varios minutos, la puerta volvió a abrirse y quién había entrado; no era aquella mujer de sonrisa cálida que le había traído la comida. Sino que era Andrew.

Su perfume exquisito se apoderó de toda la habitación y de las fosas nasales de Mérida. El cuerpo alto de aquél hombre se hizo presente frente de ella. La luz tenue iluminaba su rostro, pero aquél cubre bocas seguía en aquél lugar.

Ella estiró su bandeja con todo lo que había utilizado hacia su dirección. Él lo tomó en sus manos y suspiró, se dio media vuelta en dirección a la puerta y comenzó a caminar.

— Gracias. — fueron las palabras de agradecimiento de la castaña.

Aquél hombre de ojos azules, asintió levemente y se marchó de ahí, dejando la puerta abierta.

Mérida vio su pierna. Aquellos soportes y las vendas, suspiró al recordar todo lo que había pasado.

¿Cómo hizo aquél tipo para ahuyentar a los lobos que estaban dispuestos a comérsela? Jamás olvidaría aquellos ojos de terror de ésos animales a ver tal presencia.

Era extraño y magnífico a la vez. No entendía dónde se había metido, ni el tipo de gente con el que estaba tratando.

Aunque también pensaba que no serían malos. Si lo fueran, no estarían dándole la gran hospitalidad que tenía. ¿Y si la estaban cuidando y engordando para luego comérsela?

Los nervios dentro de Mérida se hicieron presentes. Optó por colocarse de pie y comenzó a caminar cómo pudo hacia la puerta abierta. Las luces del pasillo se apagaron de repente y éso le dio más miedo a Mérida.
Bajó las escaleras rápidamente mientras se mordía su labio, ya que el dolor era inevitable.

— ¿Qué demonios haces? — preguntó aquella voz ronca.

Mérida pegó un grito del miedo y se soltó de la baranda de la escalera. Comenzó a caer bruscamente por ellas; Andrew corrió hacia su dirección y en medio de los grandes peldaños, la tomó en brazos.

— ¿Que te pasa? ¡¿Acaso estás loca?! — preguntó con cierto tono de molestia, mientras la dejaba lentamente sentada encima de un escalón.

Ella simplemente se llamó al silencio.
Andrew chasqueó su lengua con el paladar, haciendo un sonido de molestia.

Tomó asiento a un lado de ella.

Andrew agradecía haberse colocado el cubre bocas antes de salir de su habitación. Sabía que tarde o temprano se volvería a encontrar con aquella muchacha inquieta.

— Te entregué una campana, es para que llamaras a Rosa si necesitabas algo. — explicó intentando mantener la poca paciencia que le quedaba.

— Lo sé, pero me siento incómoda. — respondió colocando una cara demasiado tierna para hacer molestar a Andrew.

Éste suspiró lentamente y miró el techo alto de su propia casa. Sonrió de costado sin mostrarla por el cubre bocas.
Se colocó de pie y le hizo una seña con sus brazos para que ella lo imitara, así lo hizo.

— Te llevaré a la cama otra vez. — dijo mientras ella colocaba su brazo derecho por detrás del cuello de Andrew, éste la tomó en brazos y comenzó a subir escalón a escalón.

Aquél perfume inundaba las fosas nasales de Mérida y era inevitable no sentir nerviosismo al tenerlo tan cerca. Su presencia, sus ojos azules, su voz tan ronca y el cabello que las veces que la castaña lo había visto, siempre lo veía húmedo.

— Bien. Prométeme que harás lo que te dije; llamar a alguien si lo necesitas.  — preguntó amablemente.

Aquél gesto de amabilidad hicieron convencer a Mérida de tenerle más confianza. Ella asintió sin chistar y él le copió el gesto agradecido.

Andrew golpeó levemente sus muslos para poder levantarse de la cama. Suspiró y colocó ambas manos en su cintura.

— Bien. Son las doce de la noche, tengo trabajo en mi oficina. Rosa ahora está descansando, si necesitas algo, no dudaré en venir. — explicó y ella asintió levemente.

Andrew estaba a punto de irse, pero la castaña le tomó su brazo bruscamente, se giró a verla.

— Gracias, Andrew. — dijo en un susurro.

Él asintió levemente y se marchó de ahí, para cerrar la puerta y apagar la luz de la habitación.

El Encanto De La Bestia. [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora