Los pequeños ojos de Mérida eran abiertos lentamente. Podía sentir el suave colchón debajo de su cuerpo y las mantas cálidas a pesar de la noche fría y gris de Phoenix. Un dolor en su tobillo había causado el quejido de sus finos labios y la expresión de dolor en su rostro era inevitable.
Fijó su vista a su pálido tobillo y éste se encontraba envuelto en un gran vendaje y un inmovilizador. Se asustó al recordar lo que había pasado. 'La trampa de osos, el lobo, el chico cicatriz'. Todo había vuelto en su memoria como flashes sin fin.
Sacudió su cabeza e intentó colocarse de pie. Ésto había sido un error; ya que cayó al suelo como un saco de papas. Se quejó y un sollozo salió de sus labios, le dolía demasiado.
La puerta se abrió rápidamente y alguien se colocó a su tamaño. La tomó en brazos y la volvió a recostar en la cama. Ella lo miró.
— ¿Quién eres? ¿Cómo supiste dónde estaba? — preguntó curiosa. Su estómago le daba vueltas al saber que ésta persona podría ser altamente peligrosa cómo su padre o aún más, ser peor que él.
— No te importa quién soy. — respondió acomodandola mejor en la cama y tapandole como se encontraba antes. — Lo único que sé; es que no podrías sobrevivir al bosque de aquí. — bufó. — Puedes quedarte hasta que tu tobillo sane, luego te largas y que sea de día por favor. — habló y salió de la habitación.
Mérida aún no pudo verle el rostro y éso le causaba ansiedad. Quería saber quien era aquél hombre de negro que vestía bien de lujos y olía exquisito.
Resopló al saber que estaría acostada en aquella cama y que no sabía si alguien la iba atender. Tampoco tenía su maleta con ropa y tampoco... ¡El dinero! Se paró de un salto en la cama y gritó por el dolor de su tobillo.La puerta se abrió nuevamente junto a un suspiro.
— ¿Algún día te quedarás quieta y dejarás de lloriquear? — fueron sus preguntas a lo que Mérida colocó sus ojos en blanco. Éste se acercó rápidamente a ella y la colocó de pie bruscamente, haciendo que la rubia pegara un leve grito de dolor. — ¿No querías estar de pie? Bien. Ahí estás. — suspiró irritado.
— ¿Alguna vez me dirás tu nombre? — preguntó intentando caminar hacia la puerta de la habitación en donde se encontraba el baño.
— Andrew. Mi nombre es Andrew. — dijo desganado. — Ahí tienes agua caliente y fría, papel higiénico, toallas y lo que necesites en botiquín de primeros auxilios. — explicó señalando a la puerta dónde Mérida se dirigía. — Si necesitas algo más, ten. — le entregó una pequeña campana que había sacado de su bolsillo. — Llamas a Rosa. — dijo y se marchó de ahí.
La había dejado sin palabras. Suspiró ya que no podía mantenerse mucho de pie y le dolía horrores el tobillo, maldecía no haber visto ésa maldita trampa de osos.
Pero al menos estaba satisfecha al saber que su rescatista se llamaba Andrew y que olía muy bien.
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El Encanto De La Bestia. [EN EDICIÓN]
AcakSus ojos eran tan azules cómo el mar. Su mirada neutra y fría, hacía que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. La forma en que sus manos tocaban mi piel, haciendo que ésta ardiera por el calor, tan parecido al fuego, quemaba. Aquellas marcas en...