Capítulo 3

5K 352 8
                                    

Los pequeños ojos de Mérida eran abiertos lentamente. Podía sentir el suave colchón debajo de su cuerpo y las mantas cálidas a pesar de la noche fría y gris de Phoenix. Un dolor en su tobillo había causado el quejido de sus finos labios y la expresión de dolor en su rostro era inevitable.

Fijó su vista a su pálido tobillo y éste se encontraba envuelto en un gran vendaje y un inmovilizador. Se asustó al recordar lo que había pasado. 'La trampa de osos, el lobo, el chico cicatriz'. Todo había vuelto en su memoria como flashes sin fin.

Sacudió su cabeza e intentó colocarse de pie. Ésto había sido un error; ya que cayó al suelo como un saco de papas. Se quejó y un sollozo salió de sus labios, le dolía demasiado.

La puerta se abrió rápidamente y alguien se colocó a su tamaño. La tomó en brazos y la volvió a recostar en la cama. Ella lo miró.

— ¿Quién eres? ¿Cómo supiste dónde estaba? — preguntó curiosa. Su estómago le daba vueltas al saber que  ésta persona podría ser altamente peligrosa cómo su padre o aún más, ser peor que él.

— No te importa quién soy. — respondió acomodandola mejor en la cama y tapandole como se encontraba antes. — Lo único que sé; es que no podrías sobrevivir al bosque de aquí. — bufó. — Puedes quedarte hasta que tu tobillo sane, luego te largas y que sea de día por favor. — habló y salió de la habitación.

Mérida aún no pudo verle el rostro y éso le causaba ansiedad. Quería saber quien era aquél hombre de negro que vestía bien de lujos y olía exquisito.
Resopló al saber que estaría acostada en aquella cama y que no sabía si alguien la iba atender. Tampoco tenía su maleta con ropa y tampoco... ¡El dinero! Se paró de un salto en la cama y gritó por el dolor de su tobillo.

La puerta se abrió nuevamente junto a un suspiro.

— ¿Algún día te quedarás quieta y dejarás de lloriquear? — fueron sus preguntas a lo que Mérida colocó sus  ojos en blanco. Éste se acercó rápidamente a ella y la colocó de pie bruscamente, haciendo que la rubia pegara un leve grito de dolor. — ¿No querías estar de pie? Bien. Ahí estás. — suspiró irritado.

— ¿Alguna vez me dirás tu nombre? — preguntó intentando caminar hacia la puerta de la habitación en donde se encontraba el baño.

— Andrew. Mi nombre es Andrew. — dijo desganado. — Ahí tienes agua caliente y fría, papel higiénico, toallas y lo que necesites en botiquín de primeros auxilios. — explicó señalando a la puerta dónde Mérida se dirigía. — Si necesitas algo más, ten. — le entregó una pequeña campana que había sacado de su bolsillo. — Llamas a Rosa. — dijo y se marchó de ahí.

La había dejado sin palabras. Suspiró ya que no podía mantenerse mucho de pie y le dolía horrores el tobillo, maldecía no haber visto ésa maldita trampa de osos.

Pero al menos estaba satisfecha al saber que su rescatista se llamaba Andrew y que olía muy bien.

El Encanto De La Bestia. [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora