CAPÍTULO CUATRO

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 —¿Cuánto me costaría sus servicios por una noche entera? —las palabras salieron de sus labios antes de pensar primero lo que estaba diciendo.

—Quinientos euros —respondió la mujer con decisión, mientras se le iluminaban los ojos ante tal posibilidad.

—Pero pienso llevármela de aquí, ¿es eso posible?

—Una vez que has pagado por ella, puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando regrese a su próximo turno sana y en perfectas condiciones.

Elena no sabía que hacer, ni si tenía la opción de decidir. Tenía miedo de irse con un desconocido fuera del amparo de ese local. Por que aunque fuera un club nocturno y clandestino, allí estaba protegida... ¿Haría bien yéndose con él?

Una mirada a aquellos hipnotizadores ojos marrones y supo la respuesta. Él la había tratado con respeto y la había liberado de las garras de Luis, sin duda, con él estaría mejor que con nadie. Apartó los regordetes brazos de aquél libertino hombre y fue hacia los brazos que le extendía Cristián.

Él la abrazó contra su pecho con un solo brazo, a la vez que metía la mano en su bolsillo y sacaba de nuevo la cartera. Rompió su abrazo el tiempo justo para sacar el valioso billete lila y entregárselo a Aurora, que miraba la escena con gran interés.

—Luis, espérame fuera, enseguida salgo y te busco a otra jovencita disponible —dijo por encima del hombro, mientras se acercaba a Cristián y tomaba de su mano el dinero—. Gracias.

Luis salió de la estancia protestando y maldiciendo, pero no armó follón alguno, Cristián era un hombre muy grande y fuerte y desprendía un aire de peligrosidad salvaje. Él sabía que no le convenía cabrearlo.

—Y respecto a ti —le dijo a Elena, clavándole una mirada fría—. Trátalo bien y dejalo satisfecho. Recuerda que hablamos de un buen cliente.

Y sin más, se largó de allí, con su acentuado contoneo de cintura.

Ahora que estaban los dos solos, Cristián no sabía que decir o cómo actuar... ¿Qué coño acababa de hacer?

—¡Ey, Cristián! —exclamó Álex cuando entraba acompañado de Samuel— ¿Qué tal ha ido la velada?

Ambos hombres se quedaron mirando atentamente a Vicky, devorándola con la mirada. Cristián no necesitaba saber lo que estaban pensando, a él también le gustaba en exceso el cuerpo medio desnudo de la joven.

—¡Maldición! —gruñó, quitándose la camisa para ofrecérsela a la muchacha—. Haz el favor de ponerte esto y cubrirte.

Ella lo miró aturdida, pero aceptó de buena gana la prenda y sin perder tiempo alguno, se lo puso. Era muy grande, una talla XL por lo menos. Le venía súper ancha y le llegaba casi hasta las rodillas.

—Gracias —musitó.

—¿Nos vamos? —preguntó Samuel, divertido por aquella curiosa escena.

—Estamos tardando —fue lo único que dijo, a la vez que sujetaba el brazo de la chica y tiraba de ella, saliendo ambos de los reservados, seguidos de los chicos—. Ve a ponerte algo de ropa, que nos estamos yendo.

Ella obedeció sin decir nada y se fue directa a su camerino a por sus cosas.

—¿Es que te la piensas llevar? —pregunto un estupefacto Álex.

—He pagado por ella una noche completa —contestó a regañadientes.

—Bonito tatuaje —comentó una voz femenina detrás de ellos.

Se giró y vio a dos mujeres que pasaban por allí y una de ellas, le guiñó un ojo y luego siguió por su camino. Había olvidado que llevaba el torso desnudo, mostrando su tatoo de murciélago a todo aquél que por allí pasase.

Saga La Era De Los Vampiros Libro III: Amante CautivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora