CAPITULO DIECINUEVE

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Elena estaba muy feliz, por fin era oficialmente la esposa de Cristián. Después de una maravillosa celebración, los dos eran finalmente marido y mujer. Ahora él le pertenecía y ella a él. Nadie ni nada podrían nunca separarlos, o al menos eso pensaba ella. Y esperaba no estar equivocada.

Con delicadeza, se incorporó de la cama desecha, intentando no despertar a su esposo. Necesitaba darse un buen baño, tenía todo el cuerpo pegajoso y dulcemente condolido; sobre todo en sus partes más íntimas.

Habían estado toda la noche celebrando su unión, de una manera salvaje e insaciable. Ahora todo eso pasaba factura, el cansancio, las ojeras y ese pequeño dolor que le recordaba lo bien que lo había pasado. Sin dudas, había merecido la pena.

Se adentró en la ducha, después de retirar la mampara dejó que el agua cálida disipara su tensión y relajaran sus músculos. En cuanto tuviera lugar, iría a que le dieran un buen masaje.

Gimió de dolor cuando se rozó los sensibles pezones con la esponja. Su satisfecho sexo no era lo único que había sido lastimado.

Terminó de ducharse y regresó al dormitorio para vestirse. Ese día quería pasarlo yendo de compras con sus amigas, hacía tiempo que no hacía una escapada. La verdad era que no había podido hacerlo por varias razones, una de ellas era por que habían estado en guerra y por ello era extremadamente peligroso salir al exterior; la otra razón era por que ella aún no estaba emparejada con Cristián y entonces no llevaba brazalete alguno. Pero ambos problemas estaban ya resueltos y ella por fin era libre.

Salió de la habitación para meterse en la otra, en la que tenían amueblada como si fuera un despacho. Tomó el teléfono entre sus manos y comenzó con las llamadas. A la primera que llamó fue a Beatriz, que sin dudarlo se apuntó, luego llamó a Ángela, pero esta última tenía ya planes con Samuel y no podía acompañarlas. Intentó también convencer a Julia, a la que hacía tiempo que no veía y de la cual sabía que no lo estaba pasando muy bien con su patrón.

—¿Julia?, soy Elena, ¿qué tal te va? —dijo al auricular, cuando al quinto tono descolgaron.

—¡Hola, Elena! —dijo casi en un susurro la mujer—. Voy tirando ¿Y tú que tal?

—Bien, la boda estuvo genial, ¡qué lástima que no pudieras venir!

—Bueno... yo es que... —titubeó Julia—. La verdad es que apenas puedo salir de casa... Nicolás... bueno él... pues no quiere que lo haga, me tiene en casa encerrada.

Esa confesión provocó que a Elena le diera un vuelco al corazón.

—Siento que no te vayan bien las cosas... —se interrumpió, ¿qué más podría decirle?—. Bueno, cambiando de tema, ¿que tal tu prima?

—Carla sigue igual, según mi tía eso es buena señal, ya que al menos eso quiere decir que no a empeorado...

Se escuchó un ruido extraño al otra lado de la línea y segundos después, Julia volvió a hablar con la voz más baja todavía.

—Lo siento, Elena, pero no puedo seguir hablando. En cualquier momento se puede despertar Nicolás y no quiero ni pensar cómo se pondrá si me encuentra aquí, pegada al teléfono.

—De acuerdo, no te entretengo más, simplemente quería saber como estabas tú y Carla, y de paso quería preguntarte si te querías venir de compras con Beatriz y conmigo, pero ya veo que eso no va a ser posible...

—De verdad que lo siento, sabes que no me perdería eso por nada del mundo... pero... me es imposible...

—Tranquila, te entiendo —dio un largo suspiro y continuo con la conversación—. A ver si tenemos suerte y nos vemos pronto. Cuídate.

Saga La Era De Los Vampiros Libro III: Amante CautivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora