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—¡Marica! Ya para de cantar, ¡Estoy haciendo una cosa muy importante! —me gritó Miguel con voz ronca.

—¡Canto porque no quiero escucharte gimiendo!

—No me concentro así, ¡Para ya! —gritó de nuevo.

Me acerqué a la ventanilla, suerte que estaba girado de espalda; no podía ver nada.

Estaba cubierto de gotas de sudor que le hacían brillar la piel.

Se levantó subiéndose los pantalones y se acercó a mí. Apoyó las manos en la ventanilla y, todo sudado y con la respiración entrecortada, inició a gritarme. —Entiendo que tienes una bonita voz, ¡Pero esa musiquita rap nunca me ha gustado! Así que, por favor, déjame continuar tranquilamente.

—No criticar a Eminem, ¿Vale? Ahora te dejo pajearte en paz. —Estaba muy ofendido en ese momento.

—¿Quieres ayudarme? Creo que tus manitas trabajarían bien para mí. —me agarró las manos y me sonrió, una sonrisa casada pero divertida; yo las quité, que puta mierda.

—Perdona pero no hago trabajos para gente con penes cortos, no es divertido. —digo girándome y volviendo a acostarme en la cama para seguir escuchando música.

—Golpe bajo, Doblas.

—Ya cállate y continúa a pajearte. —espete cansado.

Prisoners | Rubelangel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora