30

5K 702 440
                                    

Último capítulo.

Dejé el agua correr por todo mi cuerpo como una dulce caricia, acariciando mi espalda, llegando a mis piernas hasta terminar en el suelo.

Tomé el champú de melocotón –siempre de la chica muerta que vivía aquí–, poniendo un poco en la palma de la mano.

Froté el jabón en mi cabello negro, manteniendo la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados.

La espuma bajó hasta entrar en mis ojos, sentí como si se estuviesen quemando. Intenté abrirlos, pero el dolor era insoportable.

—¡Miguel! —le llamé gritando —¡Ven aquí enseguida joder!

Sentí los pasos de Miguel subiendo las escaleras, corriendo hasta llegar al baño.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Te caíste? —preguntó rápidamente, casi sin aliento.

—Pásame una toalla, me ha entrado el champú en los ojos. 

Mantenía los ojos cerrados, pero pude escuchar una risita escapar de sus labios. Escuché la hebilla del cinturón chocar contra el suelo, entreabrí los ojos y vi que se estaba desnudando. Entró en la ducha mojando una pequeña toalla.

—¿Qué estás haciendo? 

No respondió. Pasó la toalla delicadamente por mis ojos, quitando el jabón. Cuando al fin pude abrirlos, lo vi con una sonrisa en sus labios mientras gotas de agua mojaban su rostro y cuerpo. Esos labios no tardaron en juntarse con los míos, y sus manos no tardaron en acercarme más a él. Yo me aferraba abrazándolo por el cuello, el agua me estaba haciendo perder el equilibrio.

Pero el calor que sentí abajo no era agua. Miguel se dio cuenta de eso, sonrió en el beso y apoyó enseguida su mano en mi pene.

Hubiera disfrutado de esa mamada si a mitad acto, no hubiesen tocado el timbre.

Me quedé en la ducha, Miguel se tapó con una toalla y fue a ver quién era.

Mi miembro estaba erecto, y no sabiendo cuanto iba a tardar, puse el agua fría para hacerme pasar la calentura.

Que igualmente Miguel podía volver y hacerme volver la calentura si hacía falta.

Escuché la puerta cerrarse de golpe, alguien gritar y después silencio. Por un momento el terror me invadió, pero cuando bajé a comprobar pude ver a Miguel con una persona desmayada a sus pies, y todo el miedo se fue.

—¿Y ese quién es? —pregunté acercándome y señalando el joven chico.

—Ha venido a preguntar por la chica que vivía aquí, le dije que vendió la casa y que ahora es nuestra. No me creyó, se puso a gritar y dijo que iba a llamar la policía —se encogió de hombros, como si fuese normal todo eso.

—¿Y le pegaste? 

—Si llamaba la policía nos iban a reconocer —levantó el cuerpo y lo recostó en el sofá del salón—Vístete y haz las maletas, yo voy a buscar los diamantes de la rubia en la caja fuerte. Tenemos que irnos de aquí; no tardará en despertarse. 

—¿Irnos? ¿Dónde? —miraba a Miguel mientras buscaba en los cajones de los muebles, hasta que encontró la cinta adhesiva.

—El primer vuelo disponible. Vámonos de esta casa, ¿no eras tú quién quería irse, juntos, a otros lugares, lejos de aquí? —sonrió después de atar las muñecas del pelirrojo. Se acercó a mí, dándome un beso en los labios, pude sentir la felicidad y el amor en ese beso.

—Y después terminaremos lo que iniciamos en la ducha —susurró en mi oreja, mordiendo el lóbulo. Sonreí asintiendo levemente, él me dio un beso más en la frente y se fue a buscar los diamantes de la chica rica –pero muerta– en la caja fuerte de su oficina.

Subí las escaleras hasta llegar a la habitación donde dormíamos Miguel y yo, donde estaba, también, toda la roba que habíamos comprado.
Sí, comprado, con el dinero de la chica.

Lancé las sudaderas, camisetas, pantalones, todo lo que encontré mío y de Miguel en la maleta que habíamos encontrado hace algunos días.

Pensé a cuanto fuese increíble el hecho que Miguel y yo estábamos por iniciar una vida juntos, escapando de la policía.

Y sin embargo, cuando nos conocimos, él quería matarme y yo quería matarle.

Prisoners | Rubelangel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora