I. Primeros Días

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Acababa de llegar a casa después de pasar los últimos tres días de mi vida en un pequeño hospital de las afueras de la ciudad. Mi madre me llevaba en sus brazos con una gran sonrisa en su cara y unos ojos que se veían brillar desde lejos, erróneamente pensé que me amaba, que amaba a su pequeña hija. Quizás entonces era verdad que me estimaba, cuando menos podía sentir cierto aprecio hacia mi humilde e indefensa persona.

Se hizo de noche y me llevaron a mi nueva habitación, una habitación cálida con un bonita cama en el centro y unas paredes de un color rosa precioso digno de una princesa como yo, y me dejaron allí sola, envuelta por una horrible masa oscura que de repente inundó toda la estancia. Mis padres parecieron no darse cuenta de semejante hecho, por lo que empecé a llorar con todas mis fuerzas. No recibí respuesta alguna por su parte, todo lo contrario, lo único que pude percibir fueron unos fuertes gritos y unos golpes en la pared de mi habitación acompañados por unos chirridos, al parecer de alguna cama situada cerca de mi habitación. De vez en cuando los gritos y los chirridos aumentaban y se aceleraban, pero pronto volvían al punto de partida y vuelta a empezar. No podía saber que es lo que sucedía en aquel lugar, sin embargo, lo que sí sabía, era que mis padres estaban sufriendo mucho y soportando un intenso dolor, pues sus cortos y continuados gritos de desesperación y dolor así lo transmitían.

De repente todo aquello que me mantenía en vilo terminó, como si la nada hubiera invadido la casa, por lo que ésta volvió a quedarse en completo silencio. Permanecí atenta y expectante pero absolutamente nada sucedía ni parecía que tendría que suceder, así que decidí entrar en escena y romper aquel molesto silencio con un ensordecedor llanto y, esta vez, estaba decidida a obtener resultados. Algo se movió en la estancia contigua y se oyeron unos pasos que se acercaban hacia a mi habitación, el nerviosismo y el miedo inundaron mi pequeño cuerpo hasta que de fondo oí la dulce y tranquilizadora voz de mi madre. La oscuridad se fue y nuevamente dejó paso a la luz. La puerta se abrió lentamente y apareció mi madre. Su cuerpo desnudo atravesó la puerta y se acercó hasta el lugar donde yo reposaba. Me cogió en sus brazos. Me besó. Me susurró algunas palabras, que yo era incapaz de entender, para que me durmiera, pero nada de todo aquello consiguió acabar con mis lágrimas. Se dirigió nuevamente hacia la puerta, esta vez conmigo en brazos. La atravesó. Entonces pude divisar otra puerta abierta y hacia allí nos dirigimos. Aquella habitación era majestuosa y tenía una gran cama arrinconada en la parte izquierda y un inmenso ventanal justo encima. Vi un hombre tumbado en el lecho, era mi padre. Él también estaba desnudo y parecía sumido en un profundo sueño. Ella me llevó hasta la cama y me acostó, se estiró a mi lado y, de nuevo, la oscuridad se adueñó de mi, con la única diferencia que esta vez si pude dormir. 


OJOS DE BEBÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora