Capítulo 7

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Cuando abrí los ojos me encontré con un techo nada conocido. No era el techo del hospital, no era el shinsengumi y, definitivamente, no era la yorozuya.

Sentí como el mundo daba vueltas bajo la cama en que estaba recostada, y escuché la sirena de un barco sonar. 

«¡Demonios!, con estas náuseas y yo en un barco. Esto no va a ponerse nada bonito.» 

Tomé lo primero que me encontré y volví el estómago. Ya ni siquiera sabía qué era lo que estaba vomitando. A mi estómago no le quedaba nada para soltar, y aun así yo vomitaba.

—Ese es un jarrón de porcelana china, ¿sabes cuánto cuesta? —preguntó Takasugi Shinsuke, que me veía desde la puerta de entrada al camarote en que yo estaba. 

Miré a Takanii, miré de nuevo el jarrón y, viendo mi propio desecho corporal, volví a volver el estómago.

» ¿Estás mareada? —preguntó y lo fulminé con la mirada. 

Si algo en serio yo detestaba eran las preguntas obvias, y a los idiotas que las hacían.

—No, pongo en prácticas las enseñanzas de Sakamoto sensei —dije en el tono más sarcástico que fui capaz de emitir.

Dejando el jarrón donde estaba, me volví a mirar de nuevo el techo, intentando no sentir como se mecía mi piso, mis paredes y mi todo.

» ¿Por qué no me llevaste a la yorozuya? —pregunté a uno que no se había movido del lugar donde apareció, y que seguía mirándome de manera extraña. 

—Últimamente Gintoki y yo no nos hemos llevado muy bien —explicó.

—Él no te hubiera hecho nada —dije algo que era cierto.

—Pero lo más probable es que no me hubiera permitido acercarme de nuevo a ti —respondió Takasugi sentándose en la orilla de la cama tras caminar hasta mí—, mucho menos cuando conociera mis intenciones.

Me pregunté a qué se refería con sus intenciones, pero no alcancé a preguntar nada, pues su pregunta surgió primero.

» ¿Sabes con quien te vas a casar? —preguntó sorprendiéndome. 

Eso fue muy repentino. Yo ni siquiera pensaba que tenía que casarme con alguien. Aunque, estando embarazada, era un poco obvio quien podría ser mi prospecto a marido. Igual jugué un poco con su mente.

—¿Con Zuranii? —pregunté y Takasugi enfureció. 

—No juegues con eso —ordenó presionando mi cuello, mirándome con toda la rabia del mundo en sus ojos—, no quieres ser la responsable de su desaparición del planeta, ¿no? 

Eso me dio mucho miedo, pero no se lo demostraría.

—¿Lo enviarás de vacaciones a otro planeta? —pregunté burlona y sofocada—. No creo que le guste —dije y sonreí nerviosamente. 

Él me miró furibundo y, negando con la cabeza, dejó mi cuello y el tema por la paz.

—Puedes elegir lo que quieras para la boda —dijo—, te traeré lo que necesites. Solo no puedes hacer dos cosas, uno: irte de aquí, y dos —sonrió tétricamente—, irte de aquí... Te quedarías sin hermanos, y sin novio, aunque novio pronto no tendrás.

—Y, según tú, ¿quién es mi novio? —pregunté ocultando tras un falso enfado todo el miedo que me infundían sus palabras. 

—Okita Sougo —respondió casi escupiendo cada palabra. 

—Ese imbécil no es mi novio —aseguré tras suspirar con cansancio.

—¿No es tu novio? —preguntó dudoso—. Entonces, ¿por qué acariciaba tu vientre?, ¿vas a decirme que no estás embarazada de él?

MENTIROSAS PASIONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora