Cuatro

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-¡Bon! ¡¿Quieres concentrarte?!

El aludido parpadeó varias veces,  aterrizando nuevamente en la realidad. Murmuró unas escusas y recuperó lo mejor que pudo el ritmo de aquella canción. Le estaba costando mantenerse centrado en la práctica, pero al fin y al cabo, se lo debía.

Eso le pasaba por haberles fallado. Y por enamorado, de paso.

A regañadientes, volvió a repetir la melodía, bajo petición -orden- de Mangle. Sus dedos se deslizaron sobre las cuerdas suavemente, dejando que cada una de las notas lo envolviese. Casi podía decir que sentía la música sobre su piel, como una leve caricia, mientras que trataba de darle vida a aquella canción, hacer que respirase, que cada pestañeo suyo se transformase en una explosión de sonidos, haciendo vibrar el alma de esas personas que se acercasen a escuchar.

La hermosa voz de la peliblanca hizo que un escalofrío recorriese su espalda, mientras que el dulce tintineo del piano de Shia resonaba a los lejos, al igual que una sutil brisa. El aire que habían elegido esta vez resultaba ser mucho más leve que las otras canciones que solían tocar. 

Los tres parecieron olvidar todo lo nebuloso que les había complicado el avance, sólo aparentaban centrarse en los acordes y en la coordinación que tenían.

En cuanto aquella melodía llegó a su fin, un silencio fatídico emergió. Se miraron entre ellos, pero ninguno hizo ningún comentario. Toda alegría parecía haberse esfumado, dejando un rastro de pesar. Un mal presentimiento parecía llenar el ambiente, como un espeso humo que impedía respirar con tranquilidad.

Poco a poco, empezaron a guardar todo. El vigor que les inundó al empezar la práctica desapareció en cuanto los acordes retumbaron en esa sala. Salieron del lugar y el peliceleste se fue alejando, después de una leve despedida. Y habría llegado más lejos de no ser porque una manita lo agarró del brazo.

El chico se detuvo, sorprendido, y volteó para encontrarse frente a Shia. Su ceño se encontraba ligeramente fruncido, otorgándole una expresión casi cómica de no ser por el aura grave que la rodeaba.

-¿Entonces?-preguntó, el nerviosismo latiendo en sus palabras.

-Yo... No creo que pueda aconsejarte... De verdad...-masculló el chico, incómodo.

-¿Por qué?

-Nunca se me ha dado bien eso de "ligar" con... Chicas.

-¿E-eh? Pero si tú...

-Escucha, siento no poder ayudarte, de verdad, es que...

-No hace falta que digas nada.-la joven sacudió su melena dorada, soltando una risita clara.

-¿Cómo que no hace falta que diga nada?

-Yo ya lo sé, no te preocupes.

-¿El qué...?

-Que te gustan los hombres.

Sobresaltado, Bon miró a su amiga, con los ojos abiertos de par en par. Oh.

-¿Qué estás diciendo? ¡Yo no...!

-He visto como lo miras.

-¿¡Qué!?

-¿Acaso crees que soy ciega? Sé que te gusta ese chico. Te la pasas en las nubes y, hoy en el autobús, te giraste de golpe solo para verlo.

-E-eh... Puedo explicarlo...

Shia sacudió una mano, haciéndole callar. Luego, metió una mano en su bolsillo y sacó una bolita de papel arrugada. El peliceleste miró aquello, sin comprender lo que era. La sonrisa de la rubia se desvaneció unos instantes, dejándole sitio a una expresión avergonzada.

Cuando te ruborizas... | FNAFHSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora