Cuando te ruborizas... | FNAFHS

Siete

Releyó el mensaje. Nada cambió, seguían siendo aquellas frases y aquella foto adjunta. Se frotó los ojos, cansado. No comprendía quién podía ser esa persona, ni por qué hacía eso. Ni nada de nada. Lo peor de todo, es que reconocía el momento retratado, pues recordaba a la perfección que esa era la ropa que ambos llevaban ese día: el día en que, oficialmente, se volvieron novios. Más preciso aún, fue el momento en que ambos cuerpos se fundieron en un cálido beso, bajo la tibia luz que las farolas emitían.

Número desconocido: Hola

Número desconocido: Veo que me ignoras

Número desconocido: Ya veremos si seguirás haciéndolo

Número desconocido: O si por lo contrario, quieres que tu amiguita se entere

Número desconocido: Je, me pregunto como reaccionará al saber que su amigo del alma, que su guitarrista peliazul

Número desconocido: Es gay y está saliendo con el nerd del equipo contrario

Y a continuación, estaba la foto.

No comprendía nada. Y aún menos cuando vio esos mensajes. A punto estuvo de volver a tirar el móvil, y seguro estaba de que el teléfono no aguantaría una segunda caída. Trató de mantenerse en calma, de no alterarse en medio de la calle, por lo que abrió la puerta principal de su edificio, sumergiéndose en el lugar con dos bolsas de plástico en las manos y un oscuro y malévolo presentimiento recorriéndole la espalda.

Al llegar nuevamente a su hogar, dejó las compras en la cocina y subió cuanto antes a su habitación, el corazón en un puño. Se sentó sobre la silla de su escritorio y ahí pudo al fin leer aquellos whatsapps que tanta inquietud le habían causado. El silencio que habitaba en su cuarto era quebrado únicamente por el eco que le llegaba desde la cocina. Sus ojos apenas parecían capables de leer bien las palabras y un extraño miedo se apoderó de su ser, como aguas pantanosas que burbujeaban, sombrías. Sus pensamientos no lograban idear formas coherentes, mientras que su mente parecía haberse blanqueado completamente. La foto de perfil de ese individuo se hallaba borrosa, por lo que no lograba identificar o, al menos, hacerse una idea de quién podría.

Nerviosamente, pasó una mano por su cabello, tratando, en vano, de tranquilizarse. Pero, por supuesto, no lo logró. No sabía que hacer, y responderle a los mensajes... Le daba miedo. Así de simple. Se frotó los ojos y le echó un vistazo al reloj. Las cinco de la tarde. Al parecer, iba a pasarse lo que quedaba del día.. Así. Aunque, posiblemente alguien tuviese otros planes para él...

Una nueva notificación apareció en la pantalla de su teléfono, un mensaje de su conejito. Esbozando una media sonrisa, procedió a leer lo que le decía su novio. Alzándose de hombros, decidió responderle afirmativamente. Unos emoticonos felices emergieron en el chat, y Bonnie añadió que lo esperaría en el parque, como siempre. Bon completó su débil sonrisa y, rápido y veloz, se levantó de su escritorio. Revolvió su armario, hasta dar con una camiseta aceptable, de mangas largas y a rayas. El pantalón... Ya, se dejaba el que llevaba puesto, que no estaba mal. Unos zapatos azulados... Bien, todo bien. Echó un último vistazo a los mensajes de aquel tipo, para luego guardar el móvil en uno de los bolsillos delanteros, mientras que las llaves de casa las metía en el otro.

Con dos besos, se despidió de su madre, diciéndole que salía con unos amigos. Ella, únicamente llegó a decirle que no volviese muy tarde, cuando la puerta de entrada se cerró con un portazo. Sinceramente, no sabía que prisas tenía siempre su hijo, corriendo de arriba a abajo sin cesar. Pero el simple hecho de verlo ir y venir con una gran sonrisa en su rostro... Le bastaba.

Las manos en los bolsillos y pensamientos perdidos que rondaban en su mente, se dirigió al parque, obviamente, tal y como habían acordado. Le seguía dando vueltas a los mensajes de aquel número; era sencillo, no podía apartarlos de su cabeza. Horripilantes moscas que se habían pegado a las telarañas de su mente.