Dos

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Acostado sobre su cama, el chico esbozó una sonrisa. Abrazó con fuerza su almohada, un escalofrío recorrió su cuerpo, brindándole más energía de la que necesitaba. Es decir... Wow, lo había conseguido... Bueno, él no, pero... En fin, técnicamente era Bonnie quién hizo el primer -y único- paso, quién cruzó la frontera que los separaba a ambos.

Se enderezó cuando un leve tintineo inundó la oscura habitación. Debatió las dos opciones que se le presentaban: levantarse y responder a la llamada... O seguir soñando despierto con el pelimorado y con aquella tarde que habían pasado juntos.

Pero, cómo cualquier persona, atendió a la llamada. Bueno, como cualquier adolescente que piensa que podría ser una urgencia.

-¿Sí?-su voz sonó dubitativa. Oyó unos cuchicheos del otro lado de la línea.- ¿Diga?

-Se puede saber... ¿dónde estabas...?

Enseguida reconoció aquella voz. Y no debía de ser nada bueno...

-M-mangle...-balbuceó el peliceleste.

-¡Te estábamos esperando para practicar! ¡Nos hemos pasado toda la tarde aquí, esperándote! ¡¿Dónde se supone que estabas?!-prácticamente, le gritó al teléfono. Enfadada... Era poco para describirla.

-H-hey, mira y-yo... Me surgió... ¡U-un imprevisto!-balbuceó el peliceleste, bastante nervioso.

-¿Qué tipo de imprevisto?-la chica sonó más calmada, aunque se notaba que quería una respuesta rápida... y justificable.

-Pues... No tenía mi... Ehm, guitarra.-su mente trabajaba a toda velocidad, imprimiendo hojas de escusas que le pudiesen servir.

-¿Y por qué no la tenías?

-Ah... ¡Pu-pues! Por qué mi... ¿madre? tuvo que... Esto, ¡lavarla! Sí, y la metió en... Ehm, la... ¡La lavadora!-sus palabras se enredaron entre sí como un insecto en la tela de una araña.

-¿Perdona?-la incrédula voz de Mangle fue lo que sacó a Bon de la confusión.

Y se dio cuenta de que, mentir, no era lo suyo.

-¡Mi madre me está llamando! ¡Nos vemos mañana!-exclamó, desesperado. No quería fastidiarlo todo aún más.

Colgó rápidamente, sin dejarle a la peliblanca tiempo para reaccionar. La práctica, por favor, la práctica... Las dos chicas se habían pasado todo el día hablándole de aquello... El teléfono vibró, indicándole un nuevo mensaje. Agarrando firmemente un valor que no tenía, se atrevió a leerlo. Y suspiró aliviado al darse cuenta de que era solo Shia que le señalaba que, si mañana a las seis no venía al entrenamiento, ahí si que estaría muerto. Le respondió afirmativamente, sí, iba a ir.

Se tiró nuevamente sobre su cama, suspirando. Se relajó lo mejor que pudo... Hasta que una sonrisa de colegiala enamorada se dibujó en su rostro, al mismo tiempo que un leve rubor hizo acto de presencia sobre sus mejillas. Ya no se preguntaba por qué sentía aquello por ese extraño chico... Vale, tal vez sus dudas al principio resultaban cómicas, pero su cabeza estaba ya perfectamente ordenada. Comprendía esos sentimientos.

Pero la sombra de una duda tapó la luminosidad de sus pensamientos: ¿Los demás lo comprenderían? Entrecerró sus ojos, bastante preocupado. Además, ¿no eran enemigos?

Frotó sus cansados ojos con el dorso de sus manos. De golpe, todo parecía tan complicado. Enredaderas de pensamientos negativos crecieron en su mente, abarrotándola de dilemas, los unos más complejos que los otros. Y seguramente habría sucumbido bajo el reinado de aquellas crueles reflexiones de no ser por otra notificación de su teléfono, para variar.

Cuando te ruborizas... | FNAFHSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora