Capítulo IV: Encierro

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Antes del amanecer, Höeger me despertó como habiamos acordado, regresé a la celda extrañando el cómodo sillón y continué descansando por al menos tres horas más, hasta que mi sueño fue interrumpido por el ruido que estaba haciendo Grace Skills al conversar animadamente con John, me tallé los ojos y me puse de pie frente a la reja, con la esperanza de que notaran que había despertado y se callaran de una buena vez, además, si estaban ahí era porque tenian algo para decirme.

No veía a Höeger por ningun lado y eso me hacia sentir tensa, como si estuviera en peligro. Grace y John cambiaron su expresión alegre a una más seria, ambos se acercaron frente a mi.

—Bien, Margo, ahora estás a cargo del estado, por lo tanto se ha tomado una decisión— soltó la rubia como si fuera cualquier cosa. ¿Y mi madre? Seguro estaba completamente decepcionada, y no la culpo, yo también lo estaría si un día mi hija resultara ser una asesina.

—¿Qué pasa?— pregunté resignada, pude notar la sonrisa malvada que se formó en el rostro de john.

Grace no había siquiera abierto la boca para contestar cuando entra a la sala una mujer de baja estatura, debía tener más o menos la edad de mi madre, era regordeta y llevaba el cabello castaño atado en un moño, tenía una mirada dulce y a juzgar por su vestimenta, era una especie de enfermera.

—Estaras internada en el asilo mental del pueblo, hasta que sea el juicio.— agregó Grace. No sabía si alegrarme porque no iría a la cárcel o deprimirme porque me estaban enviando a un manicomio. Todo esto me esta confundiendo un poco-demasiado por lo que sigo en un estado de shock, no podia encontrar una solución y estoy frustrada.

Llegó entonces Höeger con las llaves y abrió la celda, caminamos por toda la central de policía, que olía a café, tinta de bolígrafo y papel nuevo, los aromas fueron desapareciendo a medida que nos acercabamos más a la salida, donde justo al frente de la puerta estaba aparcado un auto negro antigüo que se veía bastante bien conservado. La enfermera subió al asiento de copiloto y yo en los asientos de atrás, antés de entrar Höeger me había dado un par de palmadas en el hombro. Me extrañé de que no me pusieran esposas, si fuera una verdadera loca homicida encontraría mil formas de matarlos con cualquier cosa.

Bajé el vidrio y observé a mi nuevo amigo, que se inclinó levemente y me dedicó una sonrisa, como si no me estuvieran llevando a un manicomio.

—Adiós, gracias por todo— y sabía que no tenía forma de agradecer su ayuda y comprensión.

—Para servirte, nos vemos pronto—

El vidrio empezó a subir mientras el auto comenzaba a moverse. Poco a poco fui perdiendo de vista a Höeger y a la central. La mujer se volteó y sonrió ligeramente.

—Hola, yo soy Amber Damond, ¿y tú?— su voz era amable, tenía un tono maternal.

—Margaret Labelle— respondí mientras miraba a través de la ventana, pues quizás no volvería a ver el pueblo en muchísimo tiempo y quería disfrutarlo por última vez.

—Es un gusto, ¿puedo llamarte Margo?— asentí sin apartar la vista de la calle, ella regresó a su posición inicial.

Viajamos en silencio, acompañados por la única estación de radio que se podía sintonizar y por un leve olor a pino. Las casas y las tiendas cada vez empezaron a ser menos mientras nos alejabamos más y más, despues de una gasolinera desolada, todo se hizo pura vegetación.

El auto se detuvo frente a una enorme reja de metal negra, el piloto bajó el vidrio de su lado y entonces la reja se abrió, el auto volvió a ponerse en marcha entrando al establecimiento.

Se trataba de un enorme local, con un letrero con el nombre del psiquiátrico grabado en él, más atrás se alzaban tres edificios blancos con un montón de ventanas, todo estaba detrás de muros en los que crecían enredaderas que empezaban a florecer.

Amber bajó y abrió mi puerta, inconscientemente coloqué los pies en el suelo y salí, la brisa fría chocó con mi rostro y alborotó mi cabello, me abracé a mi misma, la castaña me tomó delicadamente del hombro indicandome que caminara, llegamos hasta la puerta del local y entramos, por dentro era completamente blanco, las paredes estaban cubiertas de pinturas de paisajes y bodegones, un televisor antigüo en una base en la pared, había un par de sillones y un alto mostrador, con una mujer con el ceño fruncido detrás.

Tomé asiento en uno de los sillones mientras Amber se acerca al mostrador, entabla una conversación con la otra, el ruido del televisor se mezcabla con sus voces, pero ambos se escuchaba lejanos, como todo, mi mente estaba en otro sitio, mi cuerpo era un cascarón vacio que actuaba por inercia.

Escuché una nueva voz, una más aguda, busqué con la mirada su procedencia, era una chica delgada de baja estatura, con el cabello negro y tez muy blanca, parecía tener poco más de veinte años, iba vestida con el mismo traje que Amber.

La muchacha posó su mirada en mi y camino en mi dirección, me analizó por unos segundos y sonrió levemente. No entendía por qué las enfermeras sonreían tanto, me hacían sentir una especie de confianza pero con incomodidad, pues no parecían falsas, pero ¿por qué sonreían?.

—Hola Margaret, soy Melody, bienvenida, ven conmigo, te mostraré el lugar— Me extendió una mano que posteriormente usé para levantarme. —Sígueme— añadió antes de comenzar a caminar.

Cruzamos una puerta de madera que nos llevó a otra habitación, era angosta pero bastante larga, tenía tres puertas con letras grabadas, separadas con un par de metros.

—Por aquí hay tres pasillos, cada uno lleva a un edificio distinto, el "A" es para los pacientes más graves— Señaló una puerta de malla con una letra "A", poco se alcanzaba a ver detrás.

—El "B" Es para las residencias que usamos las enfermeras— Esa era más común, de madera con un ojo de pez, como la puerta de una casa.

—El "C" es el asilo mental, ahí nos dirigimos— Abrió la puerta girando una llave. Detras de la puerta había un pasillo al aire libre, con dos paredes de malla de metal, noté que el pasillo del edificio de las enfermeras era el unico que no estaba cubierto por mallas y que asimismo los edificios tenían distintos tamaños, siendo las residencias el más pequeño y este el más grande.

Finalmente entramos, el interior era una sala común, con enfermeras e internos conviviendo entre sí, algunos hablaban entre ellos, algunos estaban solos y perdidos y otros hacían actividades para entretenerse, era un ambiente curioso, no parecian enfermos.

Unos cuantos se voltearon al sonar la puerta, y luego de analizarme, sólo se limitaron a saludar a Melody y continuaron en lo suyo.

Atravesamos el lugar y subimos unas escaleras que nos llevaron a un pasillo que parecía interminable repleto de puertas, nos detuvimos frente a la puerta "22C", Melody tomó un manojo de llaves e intrudujo en la cerradura la que tenía escrito el mismo número, la puerta se abrió haciendo un chirrido, era una habitación simple, una cama, una mesa de noche, un escritorio y una cómoda.

—Bien, Margo, esta es tu nueva habitación, en el segundo cajón de la mesa encontrarás un conjunto de ropa y las normas que debes seguir aqui, espero que te sientas cómoda con todo. Cambiate y baja cuando escuches el timbre, que es la hora de la merienda, si necesitas algo sólo debes oprimir el botón que hay junto a la cama y vendrá una enfermera, ¿alguna duda?— negué vagamente.

Esperé a escuchar el click que indicaba que la puerta estaba cerrada para asimilar lo que estaba pasando, el nudo en mi garganta se hacia más grande, me dejé caer sobre la cama, miraba el techo, y deseaba despertar en cualquier momento de esta pesadilla, y es que pudo haber sido mucho peor, podría estar en una cárcel.

Margo tiene la culpaWhere stories live. Discover now