Capítulo 10: Luna de Alcohol

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Todas las noches, Stanley hablaba a la luna.

Presa del pavor provocado por la amarga soledad, sólo a ella la dedicaba sus llantos y terrores nocturnos.

Uno de ellos, era acabar solo.

Otro era que, tarde o temprano, iba a necesitar un trago.

En cambio, el más horrible de todos, era perderle.

Todo esto eran algunas de sus confesiones a la silenciosa y comprensiva luna.
Un elemento del universo que no ponía pegas a nada, te escuchaba y te aceptaba como eras. A veces, hasta podías ver en ella esa silueta grácil y elegante de su propia personificación, sonriéndote desde las alturas y abriendo mucho sus ojitos, para comenzar a escuchar lo que tenías que decirla.

Una ocasión, cuando Stanley era aún joven, se asomó a su ventana a altas horas de la madrugada tras descargar una lluvia de lágrimas sobre su almohada.
Esperó a que la luna lo mirara, dispuesta a aguantar sus disgustos cual sobrenatural psicóloga personal.

Me gusta Ford.

Tres palabras que a cualquiera le habrían causado una gracia tremenda. Qué humillación, ¿no?
Curiosamente, la luna era la única entidad justa, al parecer, en todo el universo.
Te juzgaba por cómo eras en tu interior, y te valoraba fueras como fueras.

A ella sólo la interesa oírte, para que te sientas mejor.

Lo que Stanley no sabía era que su hermano, del que estaba locamente enamorado, también había hablado con la luna aquella noche.

Me gusta Stanley.

Ambos secretamente pensando en el otro, preguntándose cosas como "¿Por qué a mí?", o "¿De verdad estoy tan enfermo como para que me guste mi propio hermano?".

Y, como siempre, eso a la luna le daba igual.

La gran aliada de aquellos dos gemelos destruidos por un simple error, un terrible portal y una complicada familia.

Los gemelos Stan.

***

Un día, una discusión. Así era la rutina de ambos hermanos.
Que si por qué andabas trasteando con los niños, que si por qué estás molestándome mientras trabajo... Sencillas excusas para clavarse puñales mutuamente.

Los dos realmente no querían esto.
El odio cegaba a Stanford, y el dolor a Lee.
Una tarde, digamos a las ocho, se enfrascaron en otra desagradable pelea, como era de esperar, pero esta vez fue más seria.
-Stanford, tráeme un refresco de la nevera, por favor -dijo Lee en voz alta desde el sillón.
Un suspiro de fastidio se pudo oír desde la cocina.

Tras unos segundos de espera, Ford apareció con la lata en la mano, y una cara seria como ella sola.
Lee se la cogió de las manos sin decir una palabra.
-De nada -murmuró Ford alejándose.
Stanley, en cuestión de milisegundos, notó cómo la furia se le subía a la cabeza.
-¿De nada? ¿En serio, Stanford...?

El otro se detuvo en el umbral de la puerta sin siquiera girar la cabeza.
-¡¿...DE NADA?!
Al escuchar esto, siguió caminando hacia la cocina con actitud severa.
-¡Ah, muy bien! -gritó Stanley con rabia-. ¡Me sueltas un "de nada" EN TODA LA CARA, coges y te vas! Damas y caballeros, ¡¡el hombre que nunca dijo GRACIAS suelta un graznido que parece ser un "DE NADA"!!

Algo en el interior de Ford hizo crack.
Caminando furiosamente de nuevo hacia el salón, se mordió el labio con enfado.
Tras ponerse descaradamente delante de la televisión, observó a su hermano con una mirada repleta de insulto.

Hermanos. (Stancest - StanleyXFord Pines)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora