Prólogo

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El acojinado asiento de cuero de la parte trasera del hermoso Buick Sedan blanco convertible era rojo: el color favorito de Chenault Rivers Erhenstrom. También estaba muy caliente. Caía la tarde; pero, como ella apenas tenía cinco años, no sabía que hora era.
El padre de Chenault iba sentado al lado de su madre, quien conducía. El llevaba el brazo apoyado perezosamente sobre el asiento de su mujer e iba entonando The Flame. Echó la cabeza atrás y cantó a todo pulmón las estrofas mientras la madre de Chenault reía de las payasadas de su marido. De cuando en cuando el se volvía, le guiñaba un ojo a Chenault y cantaba con mas fuerza para la niña, lo que hacía reír todavía más a su madre mientras conducía por las peligrosas curvas que los llevaban montaña abajo.
El cálido Sol de California caía a plomo en ese momento sobre los rizos de la cabeza roja de Chenault. El calor era tan fuerte que pensó que le secaria el cerebro. Levantó el sombrero de pana negro de su madre del piso del auto y se lo caló. Un bostezo la tomo por sorpresa, asi qur se deslizó aún más en el caliente asiento de cuero rojo.
Acababan de comer en una parada del camino, escondida en un valle de las montañas de Los Padres. Era un sitio que a Chenault le encantaba, había hombres vestidos de vaqueros que preparaban carne a la parrilla, codornices y mazorcas de maiz, y cantaban al ritmo de los acordes de una guitarra. Su padre cantó con ellos mientras levantaba su vaso de cerveza y lo movía al compás de la música. Luego su madre se levantó y bailó haciendo girar sus largas faldas de gasa al tiempo que aplaudía sobre la cabeza, como si fuera una gitana española. A Chenault le fascinaba mirar y escuchar el zapateo de los pequeños pies de su madre, enfundados en unas costosas botas vaqueras blancas de piel. Pensaba que era una maravillosa bailarina.
A veces, Chenault oía comentarios acerca de sus padres. Quiénes no los conocían los tildaban de locos. Los que sí, sonreían y los llamaban hippies ricos y excéntricos. Decían que si había una gran fiesta en alguna parte del mundo, sus padres estarían ahí.

- Y porqué no?- respondia Renee Rivers cuando le preguntaban porqué consideraba necesario volar nueve mil o diez mil kilometros, al otro lado del mundo, solo para pasar una noche divertida. El lema de Michael Rivers era "la vida deber ser divertida", y vivía apegado a el.

La comida de ese dia había sido muy larga, y Chenault había comido mucho. El Sol le daba en la cara mientras dormitaba. La niña podía oír, como si viniera de muy lejos, la risa de su madre, y pensó que ese era el sonido mas maravilloso de la Tierra. Cuando la madre reía, todo estaba bien en el mundo de la pequeña Chenault.

-Oh!- oyó exclamar a su madre cuando el enorme Sedán se tambaleo de manera caprichosa al tomar una curva.

Chenault entreabrio los ojos. Miró por encima del borde de la puerta del auto, mas allá de la orilla del camino. Las afiladas rocas del fondo del despeñadero. Su madre enderezo el volante; el enorme convertible siguió su camino con suavidad y Chenault volvió a cerrar los ojos, feliz.
" Wherever you need someone to lay your heart upon...."
Las risas de su padres rebotaban en las cimas de las motañas y hacían eco en los valles. En ese momento su madre exclamó de nuevo "¡ay!" cuando el Sedan volvió a trepidar un poco.
Su padre cantaba todavia: The Flame cuando el gran auto salió volando repentinamente con un violento giro.

- Oh!- exclamó su madre una vez mas mientras reía y trataba de enderezar el vehiculo. Seguía riendo aún cuando el automóvil salió catapultado sobre el borde del precipicio y rebotó en las rocas, hacia lo profundo del cañón. Porque, ¿ acaso la vida no era una broma? Quizá la muerte tambien.

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