La noche que Dick eligió para matar a Lottie Ehrenstrom el clima le resultó propicio. Había sido un día cálido, y a esas horas la niebla cubría la parte baja del pueblo, arremolinándose en las copas de los árboles hasta alcanzar las colinas.
Dirigió el BMW convertible hacia el sendero para caballos que rodeaba la parte posterior de la propiedad, y avanzó rebotando sobre los surcos hasta que se encontró lo bastante lejos del camino para que no se viera el auto. Ahora también llevaba puesto su traje negro de hacer ejercicio, con la Glock 27 automática que le había quitado al traficante metida al cinto, una chaqueta negra de motociclista, un pasamontañas, tenis y finos guantes quirúrgicos de látex. Tenía la linterna en el bolsillo y su amiga, la navaja de muelle, estaba enfundada en la pantorrilla.
La luna brillaba de manera intermitente entre la niebla, e iluminaba todo el camino de la vieja y abandonada lavandería. Dick corrió a través del bosquecillo de abedules plateados, mas allá de la alberca vacía y las canchas de tenis invadidas por el pasto. Se detuvo un momento y miró el campo de juegos de los ricos, que pronto sería suyo. Luego caminó en silencio por la terraza.
Tenía dos problemas: el mas sencillo era el ama de llaves. El otro era el perro. Había considerado un trozo de carne envenenada, pero decidió que eso parecería premeditado; el quería simular un fallido robo al azar.
La puerta de la cocina no había sido cerrada con llave. Dick se metió en la casa. Se oía el tic tac de un reloj en silencio. La chaqueta de motociclista lo acaloraba y el sudor le corría por la espalda.
Una lámpara, colocada sobre una pequeña mesa, iluminaba tenuemente el vestíbulo. La apagó, al momento que tomaba el arma del cinto. Con sus tenis, no hizo ningún ruido mientras avanzaba sobre la gruesa alfombra de las escaleras.
Oyó el ruido de agua que corría en un baño y supuso que el ama de llaves estaría tomando una ducha. La escuchó cantar y prestó atención. De pronto sintió deseos de reír.
Laura se secaba con una gran toalla de baño mientras tarareaba la canción favorita de Dick, Dixie; luego se puso el camisón de dormir y su bata de franela a cuadros. Pensaba en el pastel de chocolate que había horneado es tarde. Planeaba bajar y preparar un poco de té; luego ella y Lottie lo disfrutarían frente al televisor en el estudio. Mientras entonaba la melodía metió los pies en los afelpados pantunflos azules, puso a secar la toalla, se cepilló el cabello y lo peinó en un moño salpicado de gris. Después abrió la puerta del baño.
La luz tras ella permitió a Dick ver la silueta con toda claridad. No era un experto con la Glock, pero a esa distancia no podía fallar. Una pequeña flama salió del cañon... una, dos, tres veces.
El impacto hizo retroceder a Laura. Se sujeto de la puerta.- Oh!- exclamó con suavidad y se derrumbó en el suelo.
Dick sonrió con gran satisfacción. Se había ocupado fácilmente del blanco numero uno.
Por el corredor apenas brillaba un rayo de luz que provenía de la puerta de la habitación de Lottie. El hombre flexionó los fuertes dedos y se deslizó hacia allá.
Lottie había estado respondiendo su correo electrónico, y aún tenía encendida la computadora. En ese momento se cepillaba el cabello mientras contaba lentamente hasta cien, como hacía siempre.
Miró su viejo reloj. Sabía que era tonto estar tan ansiosa por comer otro trozo de pastel de chocolate doble de Laura, no obstante cuando se es viejo, se dijo, los pequeños placeres de la vida se aprecian mas. Como el pan tostado con mantequilla que tomaba Skitts cada mañana. Acarició al animal.- Oh chico! Recuerdo cuando eras un cachorro- dijo-. Juguetón, todo patas y orejas peludas, y con esa cara de tontuelo. Chenault se enamoró de ti de inmediato, y nadie la culpaba.
El picaporte rechinó y Skitts alzó las orejas. Se puso en pie con dificultad, con el lomo rígido y la mirada fija en la puerta.
- Deja de jugar, tontito- le dijo Lottie
con cariño-. Es Laura- volvió la cabeza y sonrió.La puerta empezó a moverse con lentitud, Skitts abrió el hocico para mostrar los dientes. Con un gruñido se lanzó hacia delante. De pronto se escuchó un ruido sordo. Lottie lo oyó gemir; el perro se volvió y lentamente cojeó hacia la anciana. Tenía los confiados ojos fijos en la mujer y la vida se le escapaba cuando cayó a sus pies.
La sangre escurrió sobre los pantuflos. Lottie se agachó con cariño para acariciar con mano temblorosa la suave piel del perro. Sintió que se le rompia el corazón.
Levantó la cabeza y miró directamente a los ojos del hombre enmascarado que estaba de pie en la puerta. Tenía un arma en la mano. Le apuntaba. La furia brilló en los ojos de la anciana.