- Aquí están- Matt contempló con orgullo las hileras de viñas bien plantadas-. Estamos plantando cabernet aquí en las laderas del sur y chardonnay del otro lado. Fue todo lo que pude pagar, pero lo veo así: si gano, esta compra será una ganga.
Las varas desnudas estaban formadas como un ejército de soldaditos en hileras perfectas que se curvaban sobre la colina hasta el infinito.
- Impresionante- Chenault le dirigió una sonrisa burlona-. No hay una sola uva.
- Espera al próximo año y verás como tendrás que tragarte tu lengua.
Ella miró dudosa las delgadas varitas que parecían secas.
- No estas siendo muy optimista?
Matt negó con la cabeza.
- Running Horse quebró porque no supieron sembrar este tipo de tierra.
Chenault sonrió. "hay algo mágico en este lugar", pensó. A lo lejos podía ver el camino que se curvaba al pie de la colina; y al frente, bajo un bosquecillo de robles, se encontraba a la sombra un grupo compacto de ganado con manchas negras y blancas. El sol poniente calentaba la espalda a la joven, y un viento ligero le alborotaba el cabello y la blusa azul holgada. Con los ojos cerrados, escuchó el extraño silencio del campo: el suave ulular del viento que barria la colina, el aleteo de un ave que remontaba el vuelo, los susurros secretos del pasto. Se sintió extasiada.
- Así debió ser hace años- murmuró con los ojos todavía cerrados-. Antes de las carreteras y aviones, habían viñedos y silencio por kilómetros y kilómetros.
Matt fué el primero en escucharlas: las trompetas del mariachi sonaban con estridencia en un aparato de radio. Un minuto después, una herrumbrosa camioneta pick up apareció por la colina. Matt y Chenault se miraron y rieron cuando el conductor se detuvo, bajó del vehículo y avanzo hacia ellos.
- Señorita- se quitó el sombrero, le tomó la mano y se la llevó a los labios-. Soy Carlos Ortega. Es un gran honor conocer a una dama tan bella.
Chenault no pudo evitar reír.
- Gracias, señor Ortega. He escuchado mucho de usted.
- Talvez el señor Abernethy ya le dijo que soy el mejor vinicultor del país.
- Iba a llevar a Chenault a conocer el lagar- Matt la tomó de la mano y la condujo de vuelta al Explorer. Ella se volvió y se despidió de Ortega con la mano. El hombre hizo una reverencia, y siguió sonriendo.
- Si crees que eso fué un espectáculo- le dijo Matt mientras sonreía-, espera a verlo en el caballo.
El interior del granero rojo era frío y silencioso. Matt pasó una mano de especialista sobre sus barriles pulidos y nuevos.
- Son de roble local, y no francés. Ese detalle le dará al vino un toque mas suave. Claro que no habrá cosecha este año.
Mientras le mostraba la propiedad, Chenault pensó en lo mucho que Matt parecía amar lo que estaba haciendo. Era un hombre amante de la naturaleza, y se veía que en realidad disfrutaba del trabajo físico.
Mas tarde, mientras el guiaba camino de Montecito y ella lo seguía en el Jeep, pensó en la vida que Matt había elegido, lejos de las tensiones y placeres de la ciudad. Tal vez habría algún encanto en eso, pero no para ella. Chenault se consideraba una chica de ciudad. Cenaron en Mollie's, un pequeño restaurante italiano en Coast Village Road.
Mientras miraba a Chenault por encima de la mesa, a la luz de las velas, con su largo y rizado cabello rosa, Matt pensó que era una chica muy alegre... O acaso, ¿no sería asi?