Dick consideró que Los Ángeles era un sitio caliente. Y, al pensarlo, no se refería solo al brillante Sol. Estaba sentado a la mesa de un café de Sunset Plaza mientras observaba la atestada escena de la hora de la comida. Realmente las cosas habían cambiado mucho durante las dos décadas que estuvo preso, y no podía creer que existieran mujeres como aquellas fuera de las revistas. Rubias altas con cabello largo y lleno de vida; mujeres de cabello oscuro y lustroso con mirada atrevida y piernas muy, muy largas. De vez en cuando alguna chica le sonreía mientras se abría camino entre las múltiples mesas, y el le devolvía la sonrisa con confianza. Con su nuevo aspecto, encajaba a la perfección.
No era sólo por los caros jeans oscuros o la camisa negra de lino, ni por los mocasines Gucci de gamuza y el convertible alquilado que estaciono detrás del café. También había cambiado el color de su cabello a negro en una elegante peluquería. El rostro bien rasurado le quedaba bien, y los modernos lentes de Sol con arillos de acero ocultaban el fuego que le brillaba en los ojos. Volvía a sentir poder. Se sentía capaz de hacer lo que quisiera y tener a la mujer que deseara. Sin embargo, en ese momento estaba concentrado en planear los negocios que haría.
Por instinto, el era un hombre de las calles, y sabía como encontrar todo lo que necesitaba. Condujo al centro de la ciudad y bajó del auto para dar un paseo. No había recorrido ni dos cuadras cuando alguien lo abordo.-Coca, señor?- preguntó una voz desde el oscuro umbral de una puerta.
Los ojos de Dick Rivers se clavaron a toda prisa en el hombre.
Era negro, grande y amenazador, pero Dick se sentía pleno de poder y no le temia. Tenía lista en la mano la navaja de muelle.- Y si te digo que soy policía?- sonrió al decirlo, saboreando la breve expresión de alarma en los ojos del traficante.
El tipo no respiró.
- Yo... No iba a hacer nada, señor... Nada... Ya me iba.
De pronto, el traficante buscó su arma. Con la misma velocidad y fuerza con que el psicópata casi estrangulaba a su guardián, Dick le atravesó la mano con la navaja.
El hombre no alcanzó a gritar. Solo se quedo ahí, mirándose la mano ensangrentada y contemplando la Glock 27 automática que había caído al suelo.- Tu no eres policía- dijo sin aliento-. Puedes llevarte todo lo que tengo. Solo dejame ir.
Dick disfrutaba del momento.
- Si me das la información que necesito lo pensaría- empujó la punta de la navaja en las costillas del hombre.
- Okay, viejo, lo que quieras.
- Identificaciones, seguro...
- Tienes que ir a Alvarado Street. Serán veinte o quince dólares, pero dan lo que sea... Tarjetas verdes, licencias...
Rick hundió el cuchillo un poco mas, y la mancha roja creció con rapidez alrededor de la punta de la hoja afilada. Por un instante contempló la posibilidad de terminar el trabajo, pero matar hombres no lo emocionaba.
- Gracias- le dijo.
Se guardó la Glock, que era un agradable y pequeño beneficio adicional, y se volvió.
- Y me vi amable- le dijo por encima del hombro.
Alvarado Street era una calle bulliciosa. Dick no tuvo que buscar a los vendedores. Ellos mismos lo encontraron. En menos de dos horas ya había adquirido su identidad y la vida de un tal Robb Jensen, junto con su tarjeta del seguro social, un permiso de conducir y el registro de un BMW convertible robado y modificado. Abandonó el auto que alquiló, de cuyo robo informaria mas tarde, y luego condujo el BMW a una sucursal en Santa Mónica del First National Bank, donde abrió una cuenta de cheques y arregló que el resto del dinero que había heredado cuando su madre murió fuera transferido de un banco en Nueva York.
Con el nuevo equipaje en el maletero de su BMW, "Robb Jensen" condujo por la costa. En Montecito, llegó con magnificencia a la entrada del Four Seasons Biltmore, le entregó las llaves del automóvil al encargado, se registró, pidió una habitación con vista al océano y luego se dirigió al bar, donde se tomó un whisky doble para celebrar lo bien que iba todo.
Estaba emocionado. Por fin, su plan estaba en marcha.