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Está bien... lo admito. Estoy nerviosa. Me dije a mi misma. Supuse para sacar fuerza de donde no tenía. Había aparcado a un lado de la casa, puesto que la misma se encontraba ubicada en una esquina. En este momento me encontraba frente a la puerta desde hacía poco más de quince minutos. Dudando entre llamar a la puerta o salir huyendo. Sentía mis manos húmedas y las piernas no dejaban de temblarme. Conocía a los padres de Sandra, también estaba segura de que ya se encontraban dentro puesto que el auto que llevaban usando desde hace años, estaba estacionado al frente. A pesar de ser una familia acaudalada nunca ostentaron de su fortuna. Eran amables.

¡Son amables! Me repetí a mí misma. No te comerán... ¡no te comerán!

La verdad estaba alteradísima. Era la primera vez en años que volvía a pisar aquel lugar. La primera vez en años que volvía a conducir mi viejo Volkswagen Golf año dos mil porque a mi madre se le ocurre salir sin avisarme. La primera vez que volvía a salir de noche. Era toda una experiencia, siendo sincera estaba ansiosa, y en general cuando estaba ansiosa las cosas no salían bien. No quiera sentirme así... viva.

Sospechaba que si cruzaba la puerta no se concentrarían en la pareja, no. Lo harían en mí. No por cómo iba vestida, pues había escogido una falda de tubo a la altura de las rodillas color negro, como la mayoría de mi indumentaria últimamente, con la única camisa color marfil que encontré que aún me quedaba; sin exagerar en el maquillaje, una máscara de pestañas y brillo labial; sin muchos complementos sólo unos pendientes que tomé prestados, sin autorización de mi madre claro, una cadenilla de plata con el dije en forma de búho acompañado del anillo, y por supuesto la pulsera de tirantes de cuero roja con un corazón de metal, sin olvidar los zapatos negros. Todo para estar cómoda y segura. Aunque en el fondo sabía que no lo estaría, menos con zapatos de vestir, sin mis zapatillas, no ahí dentro.

Volví a fijarme en mi indumentaria. Me bombardearían con preguntas que ni yo misma sabría las respuestas, mientras que yo solo estaría concentrada en una pregunta muy personal. Su habitación,

¿Seguiría intacta? ¿De la manera en que lo recordaba?

Sin pensarlo dos veces llamé a la puerta sabiendo que me arrepentiría de ello. Por desgracia no demoraron en abrir. Andrés era quien me recibía.

No podía salir de mi asombro al traspasar el umbral pues todo seguía exactamente igual de cómo lo recordaba. Del lado derecho el comedor perfectamente decorado con velas, no solo en medio de la mesa de madera natural dispuesto a recibir a diez personas, sino, también en ciertos puntos de la ante sala junto y el pasillo que conducía a la cocina iluminando la estancia de manera romántica y bohemia. Los cuadros, las fotografías todo en su mismo sitio.

Andrés, que me había tomado la mano, presionó con fuerza de manera cariñosa, como antes lo hacía. ¡Dios! ¡El parecido es increíble! Me dije a mi misma al ver el mismo color de ojos. Aunque entre los hermanos había poco más de cinco años de diferencia podía reconocer ciertos gestos de Sebastián en aquel rostro no tan joven. De hecho, siempre lo considere un hombre hecho y derecho, era una lástima que desconociera su vida, pues lo que sabía de él, era vieja información y apenas podía recordarla. Tal vez hayan cambiado sus gustos desde que ellos habían llegado a mi vida.

Ambos nos detuvimos frente a la puerta corrediza que daba al salón principal. Tomamos un gran bocado de aire a sabiendas de que a partir de ese segundo la noche sería interminable.

—¿Estás lista? —Preguntó sin soltarme la mano, yo solo asentí y él imitó mi gesto—. Solo una cosa más...—dijo antes de abrir la puerta—. Me alegro de que hayas podido venir, sé lo que significa para ti, pero también soy consciente de la alegría que les dará a todos de tenerte de vuelta.

Si Pudieras Verme (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora