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Empujé la puerta y me adentré a la habitación con determinación. No dejé que el miedo me influenciara y cerré la puerta tras de mí con cuidado de no hacer ruido y me apoyé en ella un segundo, a oscuras con los ojos cerrados, y me percaté de cierto aroma que resultaba desubicado en ese lugar sagrado para mí. Extendí mi brazo izquierdo hasta el interruptor. Se hizo la luz dije con un tono burlón que al mismo tiempo denotaba mi miedo.

Quedé perpleja ante lo que veía. Todo seguía igual que aquella mañana. Con pasos inseguros me acerqué a la ventada, rodeando los cd's tirados en el piso, corrí las cortinas y abrí las persianas de lado a lado para que corriera un poco de aire fresco. Dejé las cortinas abiertas y volví tras mis pasos, hasta el borde de la cama.

Desde mi lugar estiré una de las almohadas y lo abracé con fuerza tratando de buscar su olor. Pero como era de esperarse, se había esfumado. El escritorio que se encontraba en frente de la cama seguía de la misma manera desordenada: dos pilones de libros y apuntes, fotografías enmarcadas, y la pared engrapada con más fotografías y portadas de discos de sus bandas favoritas, con el horario de la universidad resaltando las horas libres con un color fluorescente. Casi todo en la pared se veía desgastado por el paso del tiempo.

En el lado izquierdo de la cama había una pequeña mesita de luz, allí descansaba una fotografía que llamó de sobre manera mi atención. Me estiré sobre la cama y lo tomé con cuidado, como si de una joya preciosa se tratase. Acaricié el marco de metal y la imagen resguardada revolvió mi estómago.

Pronto me sentí nuevamente mareada, pues las imágenes de un pasado feliz no me daban tregua, se agolpaban en mi mente unas tras otras luchando por salir.

¡Por favor! ¡Tomémonos una fotografía! —escuchaba en mi mente lo que una voz familiar decía.

—No. ¡Que ni se te ocurra! —Regañaba yo—. ¿Sabes la vergüenza que me dará mañana?

—¡Sí, pero tus adorables mejillas me encantan!

Y en aquel mismo instante me dejé llevar por ese recuerdo cayendo de rodillas ante mi triste realidad.



***

No faltaba mucho para que llegara a por mí Sebastián, solo quedaban dos horas y media, y yo no sabía qué vestir. Será la primera vez que estaremos solos, solos en serio. Mi mamá pasará fin de semana con unas amigas y quedé al cuidado de Andrés, quien por cierto aprovechó la salida de nuestra madre para escaparse a la playa antes de los exámenes finales de la universidad... así que la casa será solo nuestra, claro, si quieres —eso había dicho en la mañana cuando hablamos por teléfono.

Era obvio lo que ocurriría. Pero para evitar la tensión él propuso ir al cine en primer lugar, salir a caminar y luego, finalmente a su casa. Yo había estado de acuerdo. Y lo estaría en cualquier cosa que propusiera siempre y cuando estuviéramos juntos y a solas, aunque solo fueran dos minutos. Sin las burlas de Iván o los estúpidos cometarios de Willy y acerca de la virginidad.

Si Pudieras Verme (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora