Capítulo 5: Castillo entre las rocas

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Astryd calculó que tardarían seis horas en llegar hasta el refugio abandonado, donde pasarían la noche. Había que darse prisa ya que, cuanto más tarde se hacía, las condiciones climatológicas empeoraban.

Daven había leído un libro acerca de la nueva era glacial y de cómo había afectado a la Tierra: avance del hielo de los casquetes polares, clima árido, congelación de ríos y mares... pero no era nada comparado a verlo en directo.

Sin embargo, después de caminar durante tres horas, el pequeño de los Haugen ya no encontraba tan fascinante el paisaje: más bien tenía ganas de echarse sobre la nieve y no volver a levantarse en días.

—¿Cuánto queda? —preguntó por tercera vez el muchacho, exhausto por la caminata.

—Poco —respondió su tía con paciencia.

—¿Podemos parar un momento? —suplicó Daven, ya que no creía que aguantase mucho más.

—Si hacemos paradas innecesarias —comenzó a explicar su padre, que iba caminando detrás de ellos—, tus músculos se empezarán a congelar.

Aquello asustó a Daven, y se giró para mirar con miedo a Greyfell ante la posibilidad de convertirse en un muñeco de nieve.

—Si te pones así, podemos parar un minuto —dijo Astryd, divertida por la reacción de su sobrino.

Daven suspiró de alivio mientras dejaba toda la carga en el suelo. La cazadora sacó un termo de su mochila y tomó unos tragos. El chico la imitó y probó el contenido de su recipiente: resultó ser una cálida y agradable sopa de repollo, uno de los escasos vegetales que podían cultivar en el refugio.

—Ya se puede ver desde aquí Sentraltind —dijo Astryd, mientras observaba el horizonte. Daven no sabía a qué se refería y la miró con extrañeza.

—Es aquella montaña de allá —aclaró ella a la vez que señalaba la cumbre más prominente —. Los alrededores están infestados de snøulvs.

—¿Por qué los snøulvs están allí? —preguntó el curioso chico.

—A los pies de la montaña yacen los restos de Skjolden —intervino Greyfell, que también había dejado su mochila a un lado—. Es una localidad rodeada por un lago congelado —continuó explicando—. Las ruinas son la guarida particular de esas criaturas.

Su padre pronunció la última palabra con odio en su voz. Daven también le guardaba rencor a los monstruos que le arrebataron la vida a su hermano mayor; sin embargo, prefería no pensar mucho en ello, por lo que decidió quitarle hierro al asunto.

—Mejor no hacerles una visita entonces —concluyó, sacándole una sonrisa a la cazadora y un suspiro al jefe del clan.

—Venga, será mejor que continuemos —dijo Astryd mientras metía su termo en la mochila. El muchacho guardó el suyo con pesadez para continuar el viaje de otras tres horas que tenía por delante.

                         ♦ ¤ ¤ ¤

Daven nunca había llegado al nivel de agotamiento que estaba experimentando en ese momento: sus piernas se habían transformado en dos pesados bloques de piedra que iba arrastrando y se sentía un poco mareado, pero debía continuar avanzando. Le pareció que alguien le llamaba, pero seguramente se lo habría imaginado.

—¡Enano! —exclamó de nuevo Astryd.

El aludido pegó un respingo y dejó de caminar cuando su tía le cogió del brazo.

—¿Q...Qué? —preguntó Daven, un poco atontado del cansancio.

—Ya hemos llegado —respondió, todavía sujetándole por si perdía el equilibrio.

El chico se sorprendió y estudió su alrededor para cerciorarse de dónde estaban. Se encontraban en una zona elevada y cubierta por una fina capa de nieve, de terreno rocoso y escarpado; al mirar más lejos, pudo ver perfectamente la ciudad rodeada por el lago helado de la que le habló su padre unas horas atrás.

—Es...estoy bien —tranquilizó a la preocupada mujer.

—Me asustaste pequeño —suspiró aliviada mientras le soltaba al ver que se podía sostener él solo.

Daven buscó con la mirada el refugio abandonado que habían venido a buscar; divisó una cabaña hecha con piedra a unos cuantos metros de donde estaban.

—Quien haya construido esto, sabía perfectamente que los snøulvs no son buenos escaladores —dijo Greyfell antes de encaminarse junto a su hermana hacia la casa.

—Espera... —dudó Daven, quedándose quieto en el sitio—. ¿Ese es el refugio abandonado? —preguntó con incredulidad, pues se imaginaba algo completamente distinto.

—¿Querías encontrar un castillo? —se burló su padre, que siguió caminando sin darse la vuelta.

Daven frunció el ceño y se apresuró a alcanzarles; cuando llegaron a la entrada, Astryd colocó la mano sobre el pomo de la puerta de madera y la entreabrió; antes de acceder al lugar, se dirigió a su sobrino:

—Enano, no te asustes si...

Sin embargo, no pudo terminar de hablar ya que una figura procedente de dentro de la cabaña empujó la puerta, apartando a Astryd bruscamente y echándose encima del pequeño de los Haugen.

—¡Daven!

SHENNONG [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora