Capítulo 9

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Una noche, mientras terminaba de guardar mi ropa limpia en mis cajones, Rodrigo tocó la puerta de mi casa sin aviso. Era algo que él hacía algunas noches, más no todas. No esperaba que estuviera todo el día en mi casa, entendía que él tenía una familia y cosas que hacer. Así que sí era una pequeña sorpresa que llegara a mi casa de esa manera.

—¡Espérame! Ya salgo —grité desde la ventana de mi casa y él estaba recargado en la reja. Llevaba una mochila en la espalda y me escuchaba con una sonrisa entre sus dientes.

—Hey —dijo cuando bajé y me sonrió.

—Hola —respondí mordiéndome los labios.

—Necesito tu presencia en el parque del faje, ahora. Los extraterrestres llegaron y maté a uno, lo vamos a disecar y lo venderemos a un millón de dólares por Ebay ¿te parece?

Comencé a reír, él también reía y no me dejaba de ver.

—No soy buena disecando cadáveres —aseguré.

Soltó una carcajada y recargó su brazo en la reja.

—Oh, no te preocupes, yo también soy pésimo. Reprobé Disecado I en el kínder.

—¿En el kínder? ¡Wow! ¿A qué kínder ibas?

—Militar.

—¡Oh! ¿Es tu pasado oscuro?

—Fui entrenado para matar —exclamó Rodrigo y comenzó a lanzar patadas a lo tonto. Yo no dejaba de reír viéndolo.

—Bueno. Entonces ¿nos vamos?

—¿Qué hay en el parque del faje? —pregunté.

—¡Extraterrestres! Ya te dije.

—Hablo en serio, ¿debo de ponerme algo en especial?

Rodrigo me miró de arriba abajo, yo llevaba unos jeans, zapatos y una blusa holgada negra.

—No, estás perfecta —aseguró Rodrigo sonriendo.

—Bien —respondí.

Rodrigo y yo salimos caminamos juntos y al mismo ritmo las calles de la colonia.

—Hoy la noche está estrellada —murmuró Rodrigo con su sonrisa torcida y con la luz de las luminarias reflejada en su preciosa cara.

—Tiene tantas estrellas como Patricio tiene pecas —comenté riendo.

—Creo que tienes razón... —respondió entre risas. La verdad no era cierto, Patricio no tiene tantas pecas. Tiene una cantidad considerable para ser llamado pecoso, pero no está repleto de ellas como esa noche estaba repleta de estrellas.

—¿Y en serio vamos al parque del faje? —alcé la mirada y sonreí.

—Sí.

—¿Y a qué vamos al parque del faje? —volví a preguntar.

—A ver lo estrellada de la noche...

—No sabía que te interesaba la astronomía —dije frunciendo el ceño.

—No me interesa la astronomía, me interesa la belleza.

—Buen punto —recalqué.

—Tal vez por eso me interesas tú —dijo causando una sonrisa en mí y quité esa distancia que había entre nosotros y nos abrazamos. Cuando llegamos al parque del faje y las estrellas brillaban en el cielo oscurecido, Rodrigo se puso los brazos en la cintura y soltó un suspiro. Estaba, seguro, asombrado de tan bonito que se veía todo. Se giró para verme caminando acercándome a él y me tocó la cara. Mantuve mi sonrisa. Él me miraba fijamente mientras se mojaba los labios. Me acomodó el cabello detrás de la oreja y me dijo al oído:

—Te amo —fue su voz baja quien me lo dijo, como si sólo quisiera que yo supiera aquello, como si yo fuera la única en el mundo, como si yo fuera todo lo que él tenía. Fue la primera vez que lo oí diciéndomelo y no me quité la sonrisa por un rato.

Rodrigo extendió una sábana en el parque. Puso unas almohadas y ambos nos acostamos mirando las estrellas y escuchando a los grillos cantores que vivían ahí.

—Si pudieras ser una de esas estrellas, ¿cuál serías? —pregunté.

—Sería la tenue que se ve por allá...

—¿Por qué una tenue? ¿Por qué no una brillante y que la gente en la tierra pueda admirar su luz? —pregunté acomodándome para verlo cuando me contestara.

—No me gustaría ser admirado solamente por mi brillo. Me gustaría ser misterioso y que la gente se preguntara por qué soy tan tenue, por qué mi luz no es como la de las demás. ¿Qué es lo que esa estrella tiene que no tienen las demás? Preguntará la gente y la gente responderá muchas cosas y hablarán. Algunas de las cosas que mencionen estarán correctas y otras no, pero eso es lo que será maravilloso. Quiero ser tenue y pasar desapercibido por gente tonta, pero ser una interrogante para la gente estudiada.

—Es, raro que lo menciones —aseguré—. Tú eres mi estrella más brillante, pero aun así quieres ser tenue —dije entre dientes.

—¿En serio? —preguntó mirándome y con su mano en el pecho.

—Sí —exclamé y hubo un silencio por un segundo. Los ojos cafés de Rodrigo eran algo que hasta la fecha no tengo capacidad de explicar. Los amaba y todavía los amo. No eran ojos comunes, estaban llenos de luz, de paz, de vida. Sus ojos no se encuentran todos los días, sus ojos eran especiales y le quedaban a la perfección.

Rodrigo no me quitaba la mirada de encima y me hacía cosquillas. Me besaba y yo reía. Me besaba el cuello y subía hasta mi boca donde me besaba con pasión y amor. Yo imaginaba que nuestro amor era tan puro y verdadero, tan así que los animales se acercaban para admirarlo y se decían entre ellos que ése era el amor más bonito que alguna vez hubieran visto, y eso que habían visto muchos amores, (y bueno, era el parque del faje) Nuestro lugar.

Si te lo preguntas, no le hicimos honor al nombre del parque, nos quedamos observando las estrellas, brillantes y tenues hasta la una de la mañana. Después de casi quedarnos dormidos abrazados. Antes de que nos fuéramos, abrí mis ojos con las pocas fuerzas que tenía y Rodrigo estaba a mi lado. Volví mi vista hacia el cielo de nuevo. Suspiré. Noté que los pies de Rodrigo se salían de aquel tendido que él mismo había hecho para nosotros. Rodrigo era muy alto y la tela muy corta. Lo desperté porque supuse que ya era tarde, y lo primero que me dijo un poco modorro fue:

—Tuve el mejor sueño de todos...

—¿En serio? ¿Qué soñaste?

—Soñé que estábamos juntos —confesó estirándose.

—Pues, se te hizo realidad.

—Sí —contestó sonriendo—. Estar contigo es como un sueño. Como si todo fuera posible. Como si no hubiera un límite que alcanzar. Como si tuviera la vida resulta...

—Lástima que las cosas no duren... —suspiré.

—Lo nuestro durará lo que ambos decidamos.

—¿En serio?

—¡Te lo juro! —dijo riendo Rodrigo.

—Entonces durará una eternidad —aseguré—. Eso es lo que quiero que dure.

—Ojalá ésta sea una de esas cosas que sí duren —dijo Rodrigo y se levantó del tendido. Acomodamos todo en su mochila y salimos del parque. Al llegar a mi dulce hogar, traté de que mi papá no se diera cuenta de a qué hora había llegado, no quería que me castigara de nuevo. Me acosté en mi cama y no pude dejar de pensar en todo lo que acababa de suceder.

Pasar mis días con Rodrigo en "El parque del faje" era algo que hubiera deseado con todas mis fuerzas. O que en realidad se nos hubiera permitido durar toda la eternidad. Pero las cosas siempre cambian —con excepción a la casa de Miriam— las cosas buenas no duran mucho y siempre deseamos que duren mucho más de lo que lo hacen.

Pasé esa noche pensando en la duración de las cosas, cómo justo lo más importante para mí siempre duraba poco. Cómo la vida no me había permitido disfrutar de esos placeres con suma alegría. Cómo todo se me arrebataba sin pudor...

—Deseo que las cosas duren, por lo menos un segundo más, no me importa cuánto más, sólo que duren... que duren —recé.

Cosas que no duran (Cosas que no duran #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora