Capítulo 3.

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Se encontraba en medio de la habitación sin saber qué más hacer. Se había duchado, estaba limpia y vestida con aquella camisa que habían dejado para ella. Olía bien, ya no estaba ese olor a madera podrida sobre su cuerpo y en sus pies ya no había tierra. Suspiró con pesadez. Su cuerpo se sentía ligero, ¿pero por qué su mente pesaba tanto? ¿por qué no podía calmarse? ¿por qué su pecho se apretaba de una forma que era agobiante? Se sentía como cuando entre bromas su hermana la encerraba en el ático. Se sentía atrapada.

No sabía hacia dónde centrar sus pensamientos, se sentía en un completo desorden y eso jamás le había pasado. No había tenido tal problema como no saber cómo sentirse, no saber de qué preocuparse primero, no saber si estaba bien hablar, preguntar, aunque ciertamente no quería hacerlo debido a su voz. Se sentía tan insegura, tan pequeña, tan incapaz de poder hacer algo por su propia cuenta, ¿realmente era buena idea escapar? ¿podía saltar por la ventana? ¿qué había sucedido con las personas que habían traído desde su pueblo? ¿aquellas voces juveniles eran de ellos? Si ellos estaban vivos... ¿su madre también lo estaría?

Elizabeth se mordió las uñas por los nervios.

¿Por qué se sentía bien en esa habitación? ¿Por qué ese aroma la relajaba? ¿Por qué no podía atender a sus propios deseos? ¿De verdad tendría que quedarse allí? Pero, esa no era su casa, ¿Por qué debía estar cómoda? ¿Por qué esa mujer le habló de forma tan gentil incluso después de escucharla? ¿Por qué había hablado? No debía hablar, no debía dejar que la escucharan, ella era imperfecta, no podía hablar bien, ¿quién querría escuchar y responder a sus preguntas cuando era tan desagradable incluso para ella misma escucharse?

«¿Qué puedo hacer aquí?»

Sentía las lágrimas al borde de sus ojos, pero no quería llorar, ¿de qué le serviría hacerlo? Incluso cuando pidió por una voz que no se cortara como la de ella, entre lágrimas, no funcionó. Nada de lo que llegó a pedir se cumplió alguna vez. Incluso el que no viniera por ella.

Elizabeth no escuchó cuando la puerta se abrió repentinamente, pero sí sintió cuando esa fragancia que la hacía sentir confundida la acorraló contra sí misma, inhabilitando a su mente de cualquier pensamiento lógico, dejándola pasmada sobre su lugar.

Sintió que su espalda transpiraba por los nervios, su corazón estaba sonando de nuevo de forma ensordecedora y la marca que se mantenía blanca, y brillante sobre su nuca palpitaba como si hubiera sido hecha recientemente. Las manos le picaban, su cuerpo hormigueaba y se sentía extraña en su estómago. De forma súbita el calor la abrazó y la habitación entonces se sintió demasiado grande para ella.

Podía sentirlo allí, en la puerta, con su mirada insistente sobre ella, comiéndosela con los ojos. El resto de la habitación que ella no podía llenar con su pequeña existencia se llenaba por su aura bestial. Se sentía temerosa de él.

Escuchó un gruñido.

Tienes miedo —aseguró el hombre con su peculiar voz que sonaba casi como un animal hablando.

¿Por qué ya no sonaba gentil como antes?

Elizabeth no respondió, no sabía cómo reaccionar ante el escalofrío que le llegó al escucharlo.

Puedo olerte... —lo escuchó acercarse. Sus pisadas resonaban en la silenciosa habitación.

Elizabeth sí tenía miedo, tanto que quería esconderse como antes, pero su cuerpo no respondía. Estaba atrapada por él, no tenía hacia dónde huir, no tenía con quién refugiarse.

El Lobo había llegado por su presa.

Raymont no podía detener sus ansias por ella. Se sentía embriagado por su olor, quería poseerla, quería llenarse tanto de su aroma como para quedar loco. Quería abrazarla, tenerla entre sus brazos y sentir como sus pieles se rozaban. ¿A qué sabría si la probaba? ¿Tendría un sabor dulce como su mirada chocolate? Su boca se le hacía agua a medida que sus pensamientos se llenaban de ella y sus instintos le pedían por la calma. Quería aparearse. Quería abrirle las piernas tanto como quería escucharla llamar a su nombre mientras temblaba de terror incluso si era por él. Sentía incluso la rara sensación de sus colmillos picar ansiosos por volver a clavarse en su marca para reafirmar y asegurar lo que de por sí siempre había estado sellado por el destino.

El Lobo. [Reescribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora