Capítulo 8.

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ALERTA +18 Parte 1.

El interior de su vientre quemaba, anticipando algo que ni ella misma sabía el qué era.

Su beso era devastador. La devoraba dulcemente expandiendo el dulzor que antes nunca había experimentado, por todos sus sentidos. Sus manos grandes y fuertes la acariciaban insistentemente como si quisiera meterse bajo su piel y eso la hacía sentir caliente, como si su piel quemara por sentirlo en su cuerpo.

Quemaba, pero no era doloroso, al contrario, se sentía casi que podría decir... feliz.

Un jadeo se escapó de la boca de Elizabeth cuando la lengua de Raymont arremetió contra la de ella en su cavidad. Era un ataque lujurioso que sentía se tragaba su alma con esa acción. La saboreaba deliciosamente, como si estuviera chupando una manzana caramelizada por primera vez.

Los gruñidos del hombre, bestiales, acompañaron sus jadeos en busca del oxígeno que él parecía no estar dispuesto a permitirle tomar, sin ánimos de querer separarse de ella ni por un milímetro. Raymont no estaba dispuesto a soltarla y que, al hacerlo, aquella soltara las palabras que tanto miedo tenía de escuchar.

''No''

Pero cuando Elizabeth no pudo soportar más, tuvo que separarse de ella, aunque reticente a hacerlo, para que tomara el aire que necesitaba para poder continuar con su tortura. Ella jadeó desesperadamente mientras se agarraba a sus brazos con la mirada perdida en alguna parte. Sus mejillas sonrojadas y brillantes por las lágrimas que habían descendido a través de ellas la hacían tentadoramente hermosa e irresistible para la bestia que aún se contenía de atacarla.

Aún puedes rechazarme, Elizabeth —su voz baja sonó gutural y desesperada en el interior—. No te imaginas todo lo que me he imaginado haciéndote una vez estuvieras en mis brazos. Alguien tan inocente y pura como tú, no podría soportar lo que una bestia como yo está dispuesta a hacerle —sus caricias sobre las mejillas de la mujer eran suaves. La miraba atentamente, como un halcón que está pendiente a la presa por la que está a punto de lanzarse antes de que esta se esconda.

Elizabeth solo sentía la tensión acumularse bajo su vientre con cada palabra que él le decía, con esa preciosa voz animalesca que ahora después de días sin escucharla, comenzaba a gustarle. Nunca se había imaginado anhelando los besos del lobo sobre sus labios, pero ahora lo hacía, después de tanto leer libros que retrataran el intercambio de sentires a través de esa acción. La abrumaba la forma en que se apoderaba de su mente, el cómo perdía el control cada que aparecía y la llamaba con esa gruesa voz de forma tierna, como si le hablara a un pequeño conejito.

Raymont era una bestia salvaje, se supone sería lo contrario a una criatura romántica dispuesta a dar amor a lo que sería su comida. Pero lo hacía, Elizabeth lo sentía y lo veía en sus ojos que eran tan expresivos cuando se encontraban con los de ella. Había aprendido a ser observadora, el ver en los ojos de las personas quien la quería o despreciaba por tener aquella marca que adornaba su nuca.

Y Raymont que estaba ansioso por tocarla, rozó aquella zona que había estado prohibida los últimos días por la alta sensibilidad que la mujer cargaba en ella. Elizabeth se retorció en sus manos, gimiendo repentinamente de dolor porque algo fuerte se había activado en ella al ser tocada. Él se tensó, sintiendo el escalofrío que pasaba a través de los músculos de su espalda que se contraían por la emoción de verla gimiendo entre sus manos, aun cuando fuera de dolor.

Enfermo. Se decía en su mente, incrédulo por sus propios sentires.

—Du-Duele —jadeó Elizabeth con sus ojos cerrados, ocultos de la mirada atenta del hombre. Verlo directamente a los ojos presentía que sería su perdición—. Que pare... Ah —se retorció con la mueca de dolor pintada en sus facciones.

El Lobo. [Reescribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora