Capitulo IV. El Próximo Encuentro.

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Después de un año de haber estado juntos , Juan José y ella con esas conversaciones eróticas que mantenían, casi a diario, decidieron verse otra vez.

Ella llego a la conclusión que jamás conocería a alguien como Juan José y quizás él nunca conocería a alguien como ella; pero lo más seguro de que no habrá nadie como los dos juntos, de eso tenían certeza ambos.

Penelope se había dado cuenta que quería a ese hombre, no por lo que era sino por lo que ella era cuando estaba con él. Quería volver a sentirlo. Los dos eran el uno para el otro en el sexo, se complementaban en el placer.

Fueron muchos los obstáculos que tuvieron que sortear, pero llego el día. Quedaron en verse en la ciudad en horas de la mañana para así poder disfrutar de varias horas juntos.

Penelope iba imaginando las escenas lujuriosas que se podían presentar.

Cada momento en que se acercaba más a su destino el corazón latía con más fuerza y su cuerpo sudaba de emoción, hasta se le escapaban pequeños suspiros. Juan José estaba ansioso, le mandaba mensaje para saber por dónde estaba y ella le contestaba que faltaba poco para estar con él. Penelope sabia que la ansiedad de Juan José era igual o quizás más grande que de la de ella.

Llego al sitio pautado y lo vio esperándola desde la ventana del autobús, sus latidos eran tan fuerte que pensaba que se le iba a salir del pecho su corazón, su cuerpo se erizo, no había vello que no sentía la emoción del momento.

Se bajó del autobús y caminó hacia él con pasos pausados que les parecían eternos, la veía con una mirada mezclada entre deseo y asombro, estaba más hermosa de la última vez que se vieron. Penelope había adelgazado y reformado su aspectos físicos.

Se dieron un beso suave en las mejillas, ella sintió su respiración agitada y su corazón latir con fuerza, solo se escuchó en ambos un HOLA casi insonoro. Él le puso el brazo en la espalda y la condujo hacia una línea de taxi, que los llevaría al paraíso del placer.

Mientras iban en el auto solo se tocaban las manos, y se miraban de vez en cuando como para asegurarse que era verdad, no emitían palabras solo se hablaban con las miradas que lo decía todo. La mente de ella era un collage de pensamientos, no conocía su destino, eso se lo había dejado al él, aunque en verdad no le importaba donde, solo le importaba lo que iba a experimentar y sentir, lo más importante es que estuvieran solos para amarse hasta el cansancio y hasta quedar sin aliento.

Al llegar al hotel, Penelope ni lo detallo, él registró la habitación, solo escucho 303, lo cual le hizo recordar una canción que había escuchado hacía muchos años, la condujo hasta ella y al cerrar la puerta sus latidos parecían un bongo de una orquesta, al ritmo de las canciones latinas, esas donde nadie deja de mover sus caderas con bailes sensuales.

Él se sentó al borde de la cama, ella apoyo sus muslos abiertos en sus piernas y empezó a besarlo con dulzura, entrelazando sus manos en su cabello.

Sus corazones latían al mismo ritmo, él le solo decía, "al fin otra vez juntos".

Penelope lo lleno de besos ardientes mientras él posaba sus manos en sus pechos, fue bajando por su cuello mientras desabrochaba su camisa, al quitarla lo recostó de la cama y se posicionó arriba de él y empezó a besar su pecho, jugando con sus tetillas. Él le apretaba sus nalgas mientras disfrutaba el placer de ser domado sexualmente por esa mujer.

Poco a poco bajo a sus pantalones y mientras lo desabrochaba, mordía con suavidad su erecto miembro sobre su pantalón, el cual se encontraba ansioso de escapar de esa prisión de tela que lo tenía sediento de un placentero contacto.

Cuando le bajó completamente el pantalón se encontró con su ser totalmente erecto deseando solo contacto de piel.

Ella empezó a juguetear con su boca, él solo respondía con Su cuerpo que se arqueaba cada vez que sentía su contacto en lo mas viril de su cuerpo. En el silencio de la habitación solo se escuchaba pequeños gemidos que él no controlaba . Ella lo tenía bajo sus dominios, era incapaz de salir de esa jaula de placer y deseo en que lo había encerrado.

Nunca Es TardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora