Madres

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Capítulo 3: Madres.

—Me ha llamado Ginny —dijo de repente, limpiándose con la servilleta de papel los restos de kétchup que habían quedado en la comisura de sus labios al darle semejante bocado a la hamburguesa.

—Déjame adivinar... —respondí, mirando hacia arriba y haciendo como que pensaba—. El muchacho se ha dado cuenta de que está loca perdida y ya no quiere casarse con ella.

Ella entrecerró los ojos mientras me dedicaba una mirada fulminante. Terminó de masticar el tremendo bolo que se le había formado en la boca y tragó, ayudándose de la botella de agua que había comprado junto a su Big Mac.

—Muy gracioso... No, al revés. Se casan antes de lo previsto. Ella es así de impaciente, quiere hacerlo cuanto antes, tal vez en un mes o mes y medio, por eso me ha pedido que le ayude a organizarlo todo.

—¿Desde cuándo las iglesias te dejan elegir a la carta la fecha de la ceremonia? —pregunté mientras me llevaba una patata frita a la boca—. ¿Qué será lo próximo? ¿Que empiecen a bendecir vía Skype?

—No seas ridículo —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. No se va a casar por la iglesia, ya sabes que ella no cree en la religión.

—Bueno... —tercié, aburrido—, eso lo sabrás tú, que para eso es tu amiga. Entonces se casa en el juzgado, ¿no?

—No. Bueno, sí —respondió, irguiéndose en la silla de aquel McDonalds, incómoda de repente.

Yo enarqué una ceja.

—Explícame eso.

Pero justo cuando terminé de decir aquello, ella se llevó una mano a la boca y otra al estómago mientras decía algo en voz baja. Lo único que pude distinguir fue "fatiga".

Me levanté tan rápido que casi tiro la silla hacia atrás, me acerqué a ella, que también se había levantado, y la guie por el establecimiento hasta los aseos.

—¿Es sólo fatiga? —quise saber, algo inquieto—. ¿Estás mareada? ¿Te encuentras bien?

Ella se limitó a asentir mientras yo le sujetaba la puerta para que pasara, y me quedé allí clavado mientras la observaba avanzar torpemente por el baño de mujeres hasta que la puerta se cerró.

. . .

Cuando escuché que la puerta se cerraba tras de mí, me erguí de golpe, sintiéndome fatal por lo que había hecho. No me sentía fatigada, ni tenía náuseas de ningún tipo. Me apoyé en uno de los lavabos y traté de convencerme de que aquel numerito era por una buena razón.
En realidad no le había mentido... del todo. Sí, se casaba por el juzgado, no en el juzgado.

Resoplé, queriendo matar a mi amiga por haberme hecho hacer aquello. Pero si ya tendría que arrastrar a Draco para que asistiera a la boda de Ginny pensando que se celebraba en Londres, no quería ni imaginarme la de excusas y pretextos que me pondría si supiera que tendría que recorrer unos 654 kilómetros para llegar al bendito sitio que mi pelirroja amiga había elegido para casarse. Seguro que Draco no debía acordarse de que ella no era de Londres, sino de Glasgow, y que, obviamente, querría casarte rodeada de su familia y amigos de siempre.

Me miré al espejo un momento, torciendo los labios. Casi no conocía de nada al futuro marido de mi amiga. No lo había tratado, no había cruzado demasiadas palabras con él, ni sabía de sus valores, de sus creencias... Sin embargo, eso no evitó que sintiera lástima por él cuando Ginny me confesó que era huérfano.
Me llevé una protectora mano a la barriga ante aquel recuerdo.
Por lo visto, sus padres lo abandonaron cuando nació, y él se pasó toda su infancia yendo y viniendo de casas de acogida por todo el país, hasta que pudo empezar a trabajar, ahorró algo de dinero y consiguió independizarse.

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