Rosa y azul

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Capítulo 5: Rosa y azul.

Aquella noche volví a casa con la cuna, un par de cajas llenas de ropa y juguetes de bebé y un sentimiento de desconcierto rondándome la cabeza.

—¡Esto es estupendo! —exclamó Hermione, examinando la cuna más de cerca—. Tal vez necesite una mano de pintura, pero acabamos de ahorrarnos un buen dinero.

Yo asentí levemente mientras la observaba abrir una de las cajas y empezar a sacar su contenido. Su excitación se había hecho latente desde el primer instante en el que entré por la puerta, posándose toda su atención en lo que encontré en el trastero que pudiera sernos útil, por lo que agradecí enormemente no tener que dar explicaciones sobre mi cara desencajada debido a la misteriosa carta que había encontrado entre las cosas de mi madre y que ahora parecía arder en el bolsillo interior de mi chaqueta.

Me había sumido tanto en mis pensamientos y cavilaciones de repente que sólo fui consciente de que me había quedado mirando fijamente una de las esquinas de la habitación cuando sentí la fiera e interrogante mirada de Hermione clavándose en mí.
Alcé la vista y nuestros ojos se encontraron, confusos, en aquel tenso ambiente que acababa de formarse entre nosotros.
Era consciente de que ella averiguaría pronto, por la expresión de mi rostro, que algo no iba bien... así que sentí la urgencia de decir algo cuanto antes para evitar preguntas.

—Eso va a ser un problema —comenté, tratando de sonar indiferente, al comprobar que lo que tenía entre sus manos en aquel momento era un pequeño peto azul. Ella arqueó una ceja—. Va a ser niña.

Hermione puso los ojos en blanco mientras se mordía el labio y negaba con la cabeza.

—Bueno, eso lo averiguaremos mañana —zanjó.

. . .

A la mañana siguiente había quedado con Ginny para la prueba del vestido de dama de honor que ella, como no podía haber sido de otra manera, ya había elegido para mí. Sin embargo, mientras desayunábamos, Draco y yo habíamos discutido sobre si podía o no ir en metro hasta el centro de la ciudad.

—¡El metro! —exclamó, completamente incrédulo—. ¡Con la de empujones y codazos que se dan ahí!

—Pero me apetece caminar —protesté yo.

—Pues dile a Ginny que te lleve a pasear después, pero no vas a coger el metro —respondió mientras masticaba la tostada con mermelada—. Te llevo en coche y punto.

—Pero si luego tengo la cita en el ginecólogo —insistí.

—He dicho que no —espetó, poniéndose recto en la silla.

—Pero...

—No.

Yo me terminé el zumo de una sentada y dejé el vaso con demasiada fuerza sobre la mesa, me levanté haciendo chirriar la silla contra el suelo y planté las palmas de las manos a cada lado de mi plato. Él abrió mucho los ojos ante mi reacción, dejando de masticar al instante.

—Escúchame bien, Draco Malfoy —dije, sacando todo el carácter del que fui capaz—. Estás hablando con una embarazada a la que le duelen las piernas y que tiene los tobillos muy, muy hinchados —me encargué de enseñarle cuánto subiendo un pie a la silla—. ¿Lo ves? Eso no es un tobillo, es una bola de billar, y duele, Draco, duele mucho — yo alcé una mano cuando abrió la boca para decir algo, indicándole que aún no había terminado de hablar—. ¡Necesito andar, Draco! Y ten por seguro que lo voy a hacer.

Bajé el pie de la silla y me crucé de brazos esperando su respuesta. Él cerró la boca, tragó y volvió a abrirla para decir:

—Te acompaño.

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