IV

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El sonido de material bélico siendo estudiado los despertó. Melvin aún se encontraba atontado por el golpe de la onda expansiva y le costó mucho trabajo reconocer que se hallaba amordazado y tumbado en un oscuro rincón de un húmedo subterráneo. A su lado, Eddy regresaba lentamente de las tinieblas. Reconoció en las carnes blancas de su hermano, su propia desnudez. Los habían despojado de sus ropas y sus equipos. Los tres hombres uniformados con viejas guerreras de camuflaje, revisaban el armamento incautado a los reguladores y apenas prestaron atención a los durmientes que despertaban del forzado sueño, impuesto por las detonaciones de los obuses de mortero. Los soldados del Remanente jugueteaban divertidos con los viejos rifles de combate, las pistolas oxidadas y los cuchillos y machetes. Sin orden y sin prisa, extraían todo lo que contenían las mochilas de los cazadores. Frazadas, capotes para lluvia, carpas, cantimploras, una desgastada cafetera de aluminio, una abollada lonchera, dos máscaras antigases de origen desconocido.

- ¡Oigan! – gritó malhumorado Eddy. - ¡No toquen mis cosas!

Los hombres se sorprendieron con el ultimátum, pero después de contemplar a los dos convalecientes prisioneros, decidieron ignorarlos y seguir con sus quehaceres.

- ¡Mejor cállate! – contestó uno de ellos. – ¡Idiota!

- ¿A quién llamas idiota, idiota? – le refutó Melvin, que ya estaba de regreso en la pelea.

- ¿Que tenemos aquí? – había un dejo de enojo en aquella voz, una amenaza impalpable pero cercana y muy real. – Estos dos tíos se creen muy duros.

El hombre de la voz se acercó con paso firme y confiado. Por aquella actitud desenvuelta y dominante, parecía ser el líder de la cuadrilla de carceleros.

- ¿Verdad que se creen muy duros? – preguntó al tiempo que se inclinaba sobre Melvin. - ¿Te crees muy duro, negro?

- Si no estuviese amarrad... - no terminó la frase. Una poderosa patada en el vientre lo sacudió con terrible fuerza empujándolo medio metro. A la patada le siguió una segunda y una tercera.

- ¡Maldito hijo de puta! – Eddy había perdido la cabeza, se sacudía como un gusano desesperado intentando liberarse de sus amarras, pero todo era inútil. – ¡Te voy a matar! ¡Ya deja a mi hermano!

- ¿Hermano? – preguntó divertido el torturador. - ¿Este negro de mierda es tu hermano? ¿Cómo es eso posible?

- Te clavaré la respuesta en el cráneo si logro zafarme. – gritó Eddy ya completamente fuera de sí. – Eres hombre muerto.

- En eso creo que te equivocas. – el tono de voz del sádico cambio por completo. – Son ustedes los que morirán aquí. ¡Y esa, no es una simple amenaza!

El chirrido metálico de la pesada puerta dio fin a la animada charla y la figura de un hombre enfundado en un pulcro y engalardonado uniforme caqui, hizo su aparición en el umbral. La luz del pasillo bañaba ligeramente su contorno, por lo que era difícil escudriñar sus facciones. Pero la voz de autoridad con la que se expresó, dejaba en claro su posición de superioridad dentro de los rangos militares con los que parecía funcionar el Remanente.

- ¿Qué está pasando aquí, cabo Whimmer?

- Nada señor. – un leve temblor en la voz del cabo. – Estábamos poniendo un poco de orden, nada más.

- ¿Y ese orden se consigue reventando a patadas a los prisioneros? – como contestación, el silencio absoluto. – No es necesario que me responda. Mejor alisten a los prisioneros para una audiencia con el Procurador Mayor.

- ¿Con el Procurador? – preguntó extrañado el cabo.

- Eso dije. – respondió el oficial. - ¿Algún problema?

Otro Día en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora