III

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Aymee

—¿Cómo es que tú sabes mi nombre; pero yo no sé el tuyo?

Él se encogió de hombros.

—Sólo lo sé —respondió, recordando que nunca jamás debía revelar ese tipo de información; incluyendo, básicamente, cualquier cosa relacionada con la Escuela y el hecho de ser Protector.

—Entonces no es justo. Me debes tu nombre —pidió ella, entrecerrando los ojos.

—Carehm —dijo, tendiéndole la mano.

Ella se la estrechó, recordándose, por un momento, a esos adultos que veía cada día, a esos apretones de manos con los que estaba tan familiarizada.

—¿Y tu apellido?

—No tengo apellido. Mi nombre es sólo Carehm.

—Para ser un producto de mi imaginación, te he puesto un nombre un poco raro.

—¿Crees que soy un producto de tu imaginación? —una sonrisa de divertida sorpresa se dibujó en su rostro.

—Es lo que me dijo papá —se encogió ella de hombros. Él sonrió más ampliamente.

—No vengo de tu imaginación. Estoy aquí para protegerte. Y aunque no me veas a tu lado, debes saber que siempre puedes contar conmigo. Da igual el momento o el lugar, puedes contar conmigo hoy, mañana, y siempre.

—Ugh —arrugó ella la nariz—. Eso ha sonado demasiado cursi.

Él se río con ganas.

—Lo haría si no fuera de verdad —la miró serio de nuevo—. Te lo digo en serio, Aymee; siempre que necesites mi ayuda, yo estaré contigo. Sólo llámame.

***

Solo una semana allí, y ya llegaba tarde por quinta vez. Y todo por culpa de la tal Jane. Se las había vuelto a arreglar para encerrar a Aymee en el baño; hasta el punto en que estaba sonando la campana, y aún corría por los pasillos hacia el laboratorio de química.

Encontró la puerta del aula cerrada. Suspiró, tomó aire profundamente y golpeó la puerta con lo nudillos. Sin esperar respuesta, abrió la puerta y esperó la regañina del profesor; un hombre de unos cuarenta y cinco, con el pelo tornando gris, y algo de barbita por toda la mandíbula.

—Tarde... otra vez..., señorita Collinward —suspiró, de una forma teatral que recordaba a Severus Snape, aquel profesor de Harry Potter.

—Lo lamento... La puerta del baño se atascó, y...

—Siéntese.

—Sí —se apresuró Aymee.

Pero no fue hasta el final de la clase en que todo se torció de veras. La química podía resultar más complicada que una clase de Pociones. Y, al fin y al cabo, las pociones eran química. Un solo error te podía explotar en la cara de la manera más literal y dolorosa imaginable; con todos los significados del diccionario para "explotar" unidos a la reacción.

Sucedió que, en vez de agregar dos miligramos, Aymee añadió dos y medio. Y todo porque Sara, su compañera de laboratorio, estuvo distrayéndola de sus prioridades. Tras ese error, después de que la mezcla se calentara, todo empezó a echar humo. Y todo se refiere a la enorme probeta que ambas usaban. Empezó a sonar como una olla express; cosa que -obviamente- no debía hacer.

Faith [Fe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora