IX

23 2 0
                                    

Aymee

Frío, mucho frío. Y la sensación de estar a kilómetros de distancia de todo el mundo, en una especie de limbo.

Tal vez estar muerta se sentía así. Como cuando te despiertas de un sueño, pero sin despertar del todo; porque, claro, estás muerta. ¿Era posible que estar muerta se sintiera tan bien? Sin dolor. Y sin recordar cómo había sucedido.

Bueno, eso era algo molesto para Aymee. Si había muerto, al menos quería saber cómo. No saberlo se sentía como una traición a su persona.

En ese momento empezó a recordar lo que había sucedido.

«Entonces morir realmente es como despertarse », se dijo. «Tan sólo necesitas unos segundos para recordar »

Pero con los recuerdos llegó también las sensaciones experimentadas. El miedo. La angustia. El terror puro, y...

Y también Carehm.

¿Había sido una alucinación? ¿Podría haber sido una provocada por el miedo? ¿O había sido un recuerdo? Uno rescatado de todos esos encuentros en sueños; ¿era posible? ¿O realmente le había visto, y no soñado como hasta entonces?

Algo le decía que no a todas esas posibilidades, pero tampoco le daba ninguna otra explicación.

«Tal vez... No, o, ¿y si...? »

Se colocó en posición fetal, confundida. Realmente era cómodo. ¿Se podía sentir estando muerta? La respuesta se le antojaba un «sí», ya que era perfectamente consciente de la superficie sobre la que se apoyaban su espalda y su cabeza. Ésta podía pasar por una cama. Podía sentir también el aire, el espacio vacío, a ambos lados de su cuerpo. Se instó a abrir los ojos, lentamente. Descubrió una carita negra, con dos puntos de un tono azulado, fija en ella, a escasos centímetros de su propio rostro.

Soltó un grito, del susto.

La cara pegó un salto atrás; reveló que el negro continuaba, formando una figura.

La de un gato.

La de un hermoso gato negro, con los ojos azules. Un hermoso gato que recordaba haber cuidado de pequeña, tras encontrarlo una noche de lluvia. Aquel gato había desaparecido con su madre, lo que supuso una especie de doble pérdida para una Aymee de diez años.

-Oh, por los Dioses. Sí que estoy muerta.

Freddy abrió la boca, mas no oyó ningún maullido.

-No estas muerta - fue lo que escuchó.

Volvió a cerrar los ojos. Había sido como si el propio gato hubiera hablado, con una voz perfectamente humana.

-Entonces estoy loca -susurró-. Estoy demente. La muerte me ha dementizado. Alocado.

Una risa.

-Cielo, eso no existe.

Esa vez ubicó la voz. Comprendió a quién pertenecía.

La última vez que escuchó esa voz había sido hacía seis años. Seis años en los que se había sentido sola e incomprendida. Mucho más que nunca antes. La última vez que escuchó esa voz, fue para que le dijera: «Estarás, bien, cielo. Papá cuidará de ti, y tú cuidarás de él. Seréis un gran equipo ».

Sólo abrió los ojos, para asegurarse de que podía confiar en su sentido del oído.

-¿Mamá...?

***

La luna llena iluminaba el balconcito del primer piso de la casa de enfrente, idéntica a la que Rose había adquirido seis años antes; y aunque la estrella plateada estaba prácticamente a la espalda del edificio, la luz todavía entraba por las ventanas de la habitación. El astro iluminaba las nubes, haciendo que parecieran un montón de esponjosas nubes de azúcar. El estómago de Aymee gruñó ante esa perspectiva, mas ella se deshizo de la idea; y se empeñó en hacer balance del día.

Los minutos siguientes a que se despertara habían sido bastante... incómodos, digamos. Y extraños.

Aymee no había podido resistirse, abalanzándose sobre su madre cuando ésta le sonrió. La emoción la había conquistado, y se había encontrado estrechando con fuerza el cuello de su madre, con todo aquel amor contenido durante tanto tiempo.

Pero prácticamente un par de segundos después se había separado. Abrazar a su madre después de seis años sin verla le resultaba un tanto... embarazoso, y chocante. Y ahora, verla preparar la cena, y cenar con ella, como si nada hubiera pasado, se sentía incluso como algo desconocido para ella. Por eso, y aunque estaba hambrienta, Aymee no podía evitar no mirar a su madre. Quería memorizar todos sus rasgos, por si alguna vez tenían que separarse de nuevo. Quería recuperar todos aquellos aspectos olvidados de su madre. Sólo quería recordar sus ojos verdes -aunque no eran como los de Carehm-, las arrugas que se formaban alrededor de su boca; el lunar oscuro sobre el labio. El pelo casi negro, la soltura y elegancia de sus movimientos...

-Cielo; apenas has probado la comida. ¿No tienes hambre?

Ella se abstuvo de responder durante unos instantes, acariciando a Freddy.

En verdad, sí tenía hambre. Pero se imponía la falta de ganas que la acusaba. Se sentía tan ajena a su madre...

-Me habría gustado tener tus ojos, mamá -el nombre sonaba diferente, después de tanto tiempo sin pronunciarlo. Apretó los labios, formando una sola línea, y saboreó la sensación de poder volver a pronunciar aquella palabra, la que fue también la primera que logró decir correctamente.

Sin embargo, su madre sólo sonrió, comprensiva. Se veía dispuesta a responder, cuando el tono de llamada de un teléfono se adelantó.

Freddy, asustado, dio un bote y bajó del regazo de Aymee, quien, estupefacta, aún no había reaccionado al sonido del móvil.

Fue su madre quien se levantó y le acercó la mochila que ella misma había preparado unas horas antes. Sacó el teléfono de su hija, y se lo tendió.

Aymee ni siquiera respondió. Leyó el número de teléfono y el del contacto, y luego dejó que sonara. Tras eso, se levantó, sin haber tocado apenas la cena, y subió las escaleras hasta la primera planta, donde entró en la habitación de su madre y volvió a tumbarse donde había despertado.

Quiso dormir. Ver a Carehm, a quien más necesitaba en esos momentos. La sola mención de los ojos verdes de su madre ya le había relacionado, y Aymee había entrado en una especie de trance... Un trance en el que se sentía completamente aislada, con la mente en blanco. Era incapaz de pensar en nada. Casi como... Como cuando estaba aterrorizada. Era un modo similar.

El frío volvió a invadirla; la sensación de abandono. La soledad, y el miedo. Apretó la cara contra la almohada, intentando salir de allí. Estaba entrando en el recuerdo, empezaba a experimentar de nuevo todo... Y realmente la aterraba. no quería volver ahí, pero... Era como si estuviera siendo arrastrada.

-Aymee...

***

La calma duró tres días. Fueron tres días que se sintieron como los viejos tiempos; antes de que Aymee experimentara esas «cosas», y su madre y ella siguieran unidas. Durante setenta y dos horas, se sintió tan bien... Normal. Algo que llevaba ansiando desde hacía mucho tiempo.

Tras ese periodo, todos los sucesos negativos convergieron en un único punto: el piso de Rose Mitchell.

El viernes amaneció tranquilo, apacible. El día empezó tan diferente a cómo acabó...

Faith [Fe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora